el postpresente.
la experiencia incondicional e
intransferible del singular
the postpresent.
the unconditional
and non-transferable experience of the singular
José Luis Da Silva
Universidad Católica Andrés Bello
http://www.doi.org/10.5281/zenodo.7648676
……………………….
Recibido: 04 02 2021
Aceptado: 13 02 2021
Publicado: 30 03 2021
………………………
Cómo citar este artículo
Da Silva, J. L. (2020). El Postpresente.
La experiencia incondicional e intransferible del singular.
ASRI. Arte y Sociedad. Revista de
Investigación en Arte y Humanidades Digitales. (19),
3-13.
Recuperado a
partir de Recuperado
a partir de http://revistaasri.com/article/view/4139
Resumen
Este trabajo
explora los posibles usos del término postpresente. A
partir de una revisión de los significados de postmetafísica
y postmodernidad encontramos una cercanía
con el
segundo. En cuanto al tipo de experiencia derivada del postpresente
indagamos que tan apropiado puede ser su relación con la condición de estar en
tránsito nietzscheana y el estado de ánimo fundamental del aburrimiento
heideggeriano. El instante adquiere relevancia frente a la secuencia temporal.
Palabras clave
Postpresente, instante, tránsito, aburrimiento.
Abstract
This work explores
the possible uses of the term post-present. From a review of the meanings of postmetaphysics and postmodernity we find a closeness with
the second. Regarding the type of experience derived from the post-present, we
inquire how appropriate its relationship can be with the condition of being in
Nietzschean transit and the fundamental state of mind of Heideggerian boredom.
The moment acquires relevance compared to the temporal sequence.
Keywords
Post-present,
instant, transit, boredom
1. Introducción
La búsqueda del presente no es la búsqueda
del edén terrestre ni de la eternidad sin
fechas:
es la búsqueda de la realidad real.
Octavio Paz.
La
reflexión filosófica y científica en torno al tiempo abarca una extensión
histórica considerable al punto que no hay época en la que pudiésemos decir que
ha sido ignorada. Platón, Aristóteles, San Agustín, Newton, Kant, Hegel,
Nietzsche, Einstein, Heidegger, Hawking, Derrida, Luhmann, son parte de una
larga lista de intelectuales que se han visto atraídos por este concepto. En épocas
más recientes tenemos en el ámbito de la ciencia posturas tan atrevidas como las
del físico Ron Mallett, de la Universidad de
Connecticut, que investiga sobre la factibilidad de un dispositivo capaz de
hacernos viajar a través del tiempo, o de la cosmóloga Tamara Davis, de la
Universidad de Queensland, que considera la posibilidad de alcanzar el control
del espacio y el tiempo de la mano de los desarrollos tecnológicos (BBC News
Mundo: 2018). Lo dicho por esto científicos es solo un ejemplo y refleja el
interés que el tema tiene para la Física Cuántica y la Cosmología. Con una
diferencia de más de ciento veinte años la célebre novela de ciencia ficción The Time Machine (1895) de Herbert George
Wells el cual inspira proyectos de investigación secundados por importantes instituciones
científicas alrededor del mundo. En este contexto el presente es visto en
relación con un pasado estático y un futuro predecible.
Posiblemente
sea Aristóteles el primer pensador de importancia que de manera sistemática abordó
el tema del tiempo dejando entrever un problema en cuanto a su existencia. Cada
vez que apelamos al tiempo hacemos referencia a lo que ya no es, o a lo que aún
no es. Es el problema de la delimitación de las fronteras entre el pasado y el
futuro. El presente es un término esquivo del que no es posible verificar su
existencia y, por lo tanto, no puede ser integrado a la dimensión del tiempo:
Aunque
el tiempo es divisible, algunas de sus partes ya han sido, otras están por
venir, y ninguna es. El ahora no es una parte, pues una parte es la medida del
todo, y el todo tiene que estar compuesto de partes, pero no parece que el
tiempo esté compuesto de ahoras. (Aristóteles 1995,
218a, 265-266).
En
Aristóteles “ahora” es un límite referencial entre el pasado y el futuro. El
“ahora” no existe y, por ende, no es una extensión del tiempo. La extensión de
una parte no importa cuál, requiere ser medida y diferenciada de cualquier
otra. Cada parte se ubica en un punto capaz de ser definido con precisión. Toda
referencia al “ahora” es posible cuando deja de serlo. De esto podemos inferir
que la relación entre el presente y el tiempo está llena de dificultades, por
lo que el Estagirita recurre al movimiento para despejar la situación.
En
cuanto a la reflexión histórica alrededor del concepto del tiempo el asunto
representa un punto ineludible. El concepto de duración, de cambio, de
procesos, de novedad, entre otros requiere ubicar el tiempo como aquello que
trascurre y del que es posible identificar tres momentos: el pasado, el presente
y el futuro. “Nuestro sentido del tiempo implica cierta conciencia de duración
y también de diferencia del pasado, presente y futuro.” (Whitrow
1990, 21). El presente es un referente temporalmente consistente, tal y como se
desprende cuando usamos el término actualidad. Sucede lo mismo con el pasado
que se asume como lo ya trascurrido y el futuro es lo por venir. Aquí tiempo y
espacio se complementan para justificar de manera relativa la continuidad y la
división. Además, queda en evidencia que existen diferencias conceptuales a la
hora de mirar filosóficamente, científica o históricamente el presente como una
dimensión del tiempo.
La
discusión sobre el tiempo no ha disminuido, como tampoco la necesidad de
precisar lo que se entiende por presente. Cabe inferir que sucede lo mismo con
el postpresente. ¿En qué pensamos cuando hablamos de él?
¿Qué podemos imaginar? ¿Nuestra experiencia es análoga a la experiencia que
tenemos del presente? ¿Tiene el postpresente un
pasado y un futuro? ¿Es un fenómeno actual o cabría encontrar puntos de encuentro
con propuestas anteriores? Posiblemente, desde la dimensión de la obra
artística, el postpresente expresa una duración sin
clasificar o aún inclasificable o desde la dimensión histórica sea pertinente revisar
su parentesco con otros posts.
Consideramos
que la interpretación conceptual servirá de guía para aproximarnos desde los
registros afines a la reflexión filosófica e histórica a explorar una posible noción
de postpresente que sea útil para la comunidad interesada
en abrir una discusión alrededor de este tema. No se espera llegar una noción
concluyente. Nos ajustamos para este propósito a la metodología de trabajo de
Ronald Dworkin; a saber: “Compartimos un concepto interpretativo cuando la
mejor explicación que podemos dar de nuestro comportamiento colectivo al
utilizarlo consiste en hacer que su uso correcto dependa de la mejor
justificación con el papel que cumple para nosotros. (2014. 199). En este sentido,
nos aproximaremos al posible uso del término postpresente
desde los conceptos de: postmetafísico, postmodernidad,
estar en tránsito, aburrimiento.
2. El
post del postpresente es comparable a otros posts
Cuando
las ciencias de la naturaleza, alrededor del siglo XVI, abre su propio camino
con metodologías, contenidos y resultados propios, tenemos que la filosofía
inicia en ese momento histórico un largo periplo de autocuestionamiento que
llega hasta el día de hoy. La brecha se amplía después de los resultados
alcanzados por la filosofía transcendental kantiana. La ciencia avanza y la
filosofía no. Se habla de postmetafísica y el problema
ronda alrededor de la ineludible cuestión, al parecer irremediable, del fin de
la filosofía. La objetividad del conocimiento, junto con su utilidad práctica y
validez es posible gracias a las ciencias, en particular las matemáticas y la
física. Son muchos los ejemplos que podemos registrar a lo largo del siglo XX
que dan cuenta de la solidez de método y resultado en las ciencias en contraposición
a los “débiles resultados” que ofrece la filosofía. El Círculo de Viena, apunta
en la dirección de invalidar cualquier recurso de fundamentación filosófica que
no sea aquella en la que la filosofía quede supeditada a los métodos de la
ciencia.
Pese
a lo inextricable o inabarcable de esta nueva situación, mi sospecha es que nuestra
situación de partida no difiere en lo esencial de la primera generación de
discípulos de Hegel. En ese momento la filosofía había mudado su estado de
agregación: desde entonces carecemos de toda alternativa al pensamiento postmetafísico. (Habermas 1990, 39)
El
simple hecho de inferir que la filosofía nada tiene que agregar a los temas
fundamentales del mundo, de la sociedad o de los individuos resulta demoledor.
La repetición de fórmulas alrededor de una razón fundacional no cuenta con la
credibilidad ni la consistencia de otros tiempos. Colocarse en los predios de
una era postmetafísica significa que el uso
impertérrito del término razón no es viable y se abre toda una discusión sobre
si la filosofía es capaz de desprenderse de este uso anquilosado y explorar
nuevos modos de crear conocimiento. Los esfuerzos van dirigidos a cortar los
nexos con la conciencia, la sustancia, la representación, la esencia, la idea,
la relación sujeto-objeto y en su lugar identificar el uso y alcance
lingüístico de estas palabras. Por otra parte, cualquier argumento tiene que
someterse al escrutinio de la experiencia, con lo cual las concepciones que se
apoyan en consideraciones subjetivistas, trascendentalitas o intimistas tienen
que someterse a criterios que terminan por invalidarlas como opciones de conocimiento
admisibles. “Las operaciones constituidoras del mundo pasan de la subjetividad
trascendental a estructuras gramaticales.” (Habermas 1990, 17) Los cuestionamientos
que desde el escepticismo y las teorías del lenguaje se hace sobre esta posibilidad
de mantener una sustentación sustancialista o transcendental muestra un estado
de agonía que invalida toda posibilidad de recurrir a la filosofía como una
garantía de discernimiento y veracidad.
Conocer
y pensar se traducen en operaciones lingüísticas. Abordar filosóficamente el
tiempo es posible si se admite la preeminencia de la experiencia y la
consolidación, en el siglo XX, del giro lingüístico, dejando de lado toda
manifestación de conciencia sobre el tiempo. En este sentido, cabría pensar, en
primer lugar, que el postpresente anula de entrada
toda relación con el presente decretando su inutilidad; segundo, que la asistencia
de la razón, entendida en sentido moderno, resulta de poca utilidad para
esclarecer el tema que nos proponemos revisar. Esto en el caso que quisiéramos
valernos del alcance que tiene el término postmetafísica
para ofrecer una explicación sobre el postpresente.
La
postmodernidad a diferencia de la postmetafísica cuenta
con un espacio de discusión más amplio. Desde las artes y la arquitectura hasta
la política, la sociología y la filosofía entre otras áreas disciplinares aparecen
reflexiones en torno a la relación entre la modernidad y la postmodernidad. Resulta
imperativo pasar revista a los presupuestos modernos para señalar su ineficacia
a la hora de explicar la realidad o crear y asimilar nuevas experiencias
conceptuales. Tomar distancia de la modernidad se traduce en la renuncia de los
referentes tradicionales para explicar una obra. La coherencia que otorga un
sistema racional establecido es desplazada por nuevas formas de análisis e
interpretación. “La postmodernidad es entonces esta des-diferenciación, esta
implosión que reúne de nuevo los aspectos que en la modernidad habían sido
separados en disciplinas…” (Jameson 2012, 23).
La
razón ya no es capaz de fijar con claridad y distinción los límites conceptuales
entre las teorías, las actividades y las cosas. La Razón con mayúscula ya no cuenta
con la autoridad que la asistía en otros tiempos. La irracionalidad, la
incongruencia, la mixtura, los desniveles adquieren relevancia en el discurso
postmoderno, no como lo opuesto a lo racional, lo congruente y lo puro, sino
como perspectivas de análisis iluminadoras sobre una realidad determinada. Se abre
un espacio a la continua reclasificación en el que lo fundamental es marginal y
lo insignificante alcanza protagonismo. La figura de los impresentable
utilizada por Lyotard resulta muy ilustrativo de lo que significa la
postmodernidad, porque alude a lo que no tiene ubicación y, en consecuencia,
puede ser objeto de experiencia sin recurrir al peso de la tradición.
Lo
postmoderno sería aquello que alega lo impresentable en lo moderno y en la
presentación misma; aquello que se niega a la consolidación de las formas
bellas, al consenso del gusto que permitiría experimentar en común la nostalgia
de lo imposible; aquello que indaga por presentaciones nuevas, no para gozar de
ellas sino para hacer sentir mejor que hay algo que es impresentable. (Lyotard
1987, 25)
La
libertad de creación junto con la necesidad de nuevas experiencias va de la
mano con el rompimiento del canon establecido. La figura del consenso no
legitima conocimientos o experiencia fundantes. No existe un relato superior ni
reglas que respetar. Lo actual vale en y por sí mismo. Un músico puede, con su
música, interpretar un pasaje de “Así habló Zaratustra” sin tener que cumplir
con lo establecido por la autoridad filosófica especializada en el tema. El
músico en cuestión puede procurar un acercamiento a los pasajes del texto aludido
de Nietzsche sin recurrir a la tradición. Se abre un espacio para la
experimentación. Cabe recordar que, para Nietzsche, el arte es capaz de
establecer un nuevo camino de la mano de la embriaguez o el éxtasis. Lo dionisiaco
rompe con la determinación apolínea de la razón universal impuesta a las cosas
y a las personas. Em su lugar, se permite contar con criterios más cercanos al
sentir, al percibir y vivir rompiendo con las estructuras identitarias
establecidas.
Un artista,
un escritor posmoderno, están en la situación de un filósofo: el texto que
escriben, la obra que llevan a cabo, en principio, no están gobernados por
reglas ya establecidas y no pueden ser juzgados por medio de un juicio
determinante, por la aplicación a este texto a esta obra, de categorías
conocidas. (Lyotard 1987, 25)
Romper
con los postulados de las teorías sistemáticas de la razón identificados con la
Modernidad ayudaría a percibir el postpresente como
un fenómeno afín a la postmodernidad. Visualizar experiencias singulares, ejercicios
exploratorios, emociones que no encajan en un esquema taxonómico o de
definiciones estandarizada. Asumir que se puede experimentar sin comprender y
crear sin necesidad de ofrecer justificaciones.
3. Estar
en tránsito en clave nietzscheana
Llegar
a un punto, proponer una meta, fijar un lugar de encuentro y permanencia,
aclarar un concepto es considerado una acción positiva y aconsejable. Sujetar
las vivencias a un marco racional estable o inmutable ofrece una comprensión
del mundo sin alteraciones. Se valora aquello que permanece y alumbra como un
faro. Lo que subsiste puede usarse como medida para evaluar los comportamientos
y los conocimientos, además de asumir como válido la relación entre razón y
verdad. Hacer un juicio de valor es posible si se cuenta con una norma
establecida, como también podemos hacer y hacemos juicios de valor a partir de
nuestras experiencias, en ambos casos aducimos que contamos con una verdad. Lo
mismo sucede con el conocimiento. Se consideran maestros a todos aquellos que
son capaces de llegar al fin de las cosas y mostrar sus verdades. El esfuerzo
empeñado justifica el estado de quietud. En definitiva, el conocimiento
racional supera los vaivenes de la transitoriedad. Con el tiempo, inclusive, se
llega a creer que no hay nada que buscar. La tarea se reduce a mantener y
defender lo alcanzado.
Estar
satisfecho es lo contrario a la condición de insatisfacción inherente a la situación
de estar en tránsito. “Quién está insatisfecho consigo mismo, está
constantemente dispuesto a vengarse por ello.” (Nietzsche 1985b, 168) La
imposibilidad de contar con lugares de partida o de llegada, porque se sospecha
que no lo son, alienta los procesos de creación. La insatisfacción moviliza e
imposibilita la conciliación y la aceptación conformista propia de los rebaños.
En esta condición no se es maestro, sino aprendiz. Mantenerse en tránsito se
asemeja a no dejar el campo de batalla, en el que las reconciliaciones no pasan
de ser breves treguas o negociaciones temporales entre instintos mientras se
reponen las fuerzas porque la tensión que acompaña la insatisfacción es
extenuante. Nietzsche habla del instinto de burla, de lamento y de maldecir y de
cómo la inteligencia se presta para conciliarlos, y hacerles ver su
superioridad y mostrar los beneficios que otorga la medianía y la domesticación
para disminuir los conflictos, las dudas y las rabias.
Pero
esta imposición no es obra de la superioridad de la inteligencia, sino
resultado del cansancio como consecuencia del contante enfrentamiento entre los
instintos. Es la tregua y no la inteligencia la causante de los momentos de tranquilidad
o quietud, “…pienso que estos instintos, que aquí luchan entre sí, entienden
bastante bien acerca de cómo hacerse sentir unos a otros y de cómo hacer daño:
aquí puede tener su origen aquel poderoso y repentino agotamiento” (Nietzsche
1985b, 191). Al constatarse que la quietud es obra del cansancio y no de la
inteligencia se infiere que ésta representa la más débil de las estrategias que
tiene el ser humano para alcanzar e imponer cualquier conocimiento. ¿Pero es
posible un conocimiento pleno? ¿Realmente necesitamos de un conocimiento
universal? Al parecer este tipo de atajos nos alejas de nosotros mismos como
también de gozar de nuevas experiencias. La quietud y la conformidad se traduce
en vivir siempre lo mismo sin cambios o alteraciones. Si se espera algo
diferente, no pase de ser una vaga esperanza.
Nietzsche
en su doctrina del eterno retorno alude al tiempo y al instante Ante esto
tenemos dos opciones: la primera mantener la monotonía, segundo, romperla.
Cambiar la dirección de la vida es posible si se cuenta con la voluntad para
hacerlo, en vez de esperar por un futuro que no llegará. En el apartado
titulado “De la visión y del enigma” (1985b, 226-227) tenemos un enigma sobre
el tiempo. Alude a caminos que convergen en un punto, recorrerlos en cualquier
sentido “dura una eternidad”. El lugar donde se cruzan se asemeja a una puerta
cuyo nombre es “Instante”. El enigma nos coloca ante una elección: el tiempo
lineal vs. el tiempo cíclico. Si bien cabe la interpretación entre una historia
lineal en clave judeocristiana y una historia cíclica de corte presocrático podemos,
no obstante, mirar el problema desde la práxis ética
y con ello percibir una temporalidad que bien pudiese servir de ejemplo para
imaginar un modo de vivir el postpresente. Decidir vivir
un instante, y hacerlo a plenitud. Desear que dicho instante se repita eternamente
es afirmar la vida, frente a la vida que transcurre eternamente por infinitos
instantes, bajo la excusa de esperar que se cumpla el deber ser de un instante
superior o abstracto.
En
el apartado “El convaleciente” (1985a, 299-304) vuelve Nietzsche a tocar el problema.
Zaratustra es ahora el maestro indiscutible del eterno retorno. Después de una
larga enfermedad la recuperación paulatina le muestra a Zaratustra una visión
sobre la temporalidad. La enfermedad le había mostrado la caducidad y la muerte
que se esconden tras la secuencia de monótonos y repetitivos instantes. “¡Ay,
el hombre retorna siempre! ¡El hombre pequeño retorna siempre!” (301), quizá la
debilidad propia de la enfermedad le mostraba que hacer el recorrido le
permitía considerar que era posible alcanzar algo mejor, de ahí la constante de
repetir eternamente las mismas actividades. Al parecer ningún instante
representa el deber ser que se quiere alcanzar, cayéndose en un eterno círculo
del que no es posible salir. Las referencias al pasado y la esperanza del
futuro aluden a la monotonía e insignificancia del presente. “Entre las cosas
más semejantes es precisamente donde la ilusión miente del modo más hermoso.”
(299).
La
naturaleza representa el tiempo de la repetición, de lo que nace y muere, de lo
que florece y se marchita. Mirarla de esa manera, dificulta vivir el
instante. Ahora bien, pongamos el
argumento en la acera contraria, ¿qué pasaría si la vida fuese solo un instante?
“En cada instante comienza el ser; … El centro está en todas partes. Curvo es
el sendero de la eternidad.” (300). El convaleciente puede reconocer el
presente y vivirlo plenamente, al punto que si le diesen a escoger preferiría esta
opción para no dejar escapar el presente o lo que es lo mismo, no permitir que se
le escape la propia vida y, en consecuencia, decidir voluntariamente y por sí
mismo, el tipo de vida que desea vivir para alcanzar la felicidad que le ofrece
su cuerpo y el mundo y poder ver, oler, oír, sentir, gustar, etc., de manera
plena, sin añadidos conceptuales ni discursos edulcorados.
En
la misma tónica aparece a modo de pregunta en la Ciencia Jovial en mismo tema.
Nietzsche recurre a la metáfora del geniecillo para pensar nuevamente en la
temporalidad (1985b, 200). A modo de pregunta, el hipotético interlocutor se
siente aludido ante la posibilidad de vivir eternamente la misma vida
respetando el orden correcto y la secuencia inalterable de cada instante,
mantener la promesa de vida a pesar de su insignificante monotonía: “El eterno
reloj de arena de la existencia será dado vuelta una y otra vez –¡y tú con él,
polvillo de polvo!”. Frente a esto cabría pensar en la vida desde la cual el
tiempo cobra sentido y no al revés. No dejarse llevar por la promesa de un
futuro mejor. El deseo de vivir el momento representa una opción que siempre se
renueva y se potencia. El presente se vive con intensidad y el mayor deseo
consiste en jamás abandonarlo. Si fuera posible repetir el ciclo de vida eternamente,
se tomaría el instante de vida por toda la eternidad. Como escribe Nietzsche,
“Si aquel pensamiento llegara a tener poder sobre ti, así como eres, se
transformaría y tal vez te trituraría; frente a todo y en cada caso, la pregunta:
“¿quieres esto una vez más e innumerables veces más?”. Se abre la posibilidad
de sentir a plenitud un instante, un presente que renuncia a las secuencias. Un
presente inusual para las reflexiones racionales pero útil para entender el postpresente.
4. El
aburrimiento. Estado de ánimo fundamental para Heidegger
La
apreciación del tiempo puede variar dependiendo del estado de ánimo. Los
parámetros sociales y las expectativas individuales pueden conducir a
experiencias muy variadas que podrían aumentar o disminuir el interés necesario
para apreciar o no una determinada circunstancia o acontecimiento del mundo
externo o interno. No obstante, la imposibilidad de identificar con claridad un
causante potenciador de un determinado estado de ánimo produce sensaciones
ambiguas, conductas que no se pueden prever, donde cualquier situación resulta
un fastidio e inclusive cualquier actividad resulta intranscendente. Se presentan
alteraciones o reacciones anímicas que no pueden ser manejadas o controladas
por la persona. Los psicólogos identifican el aburrimiento en el conjunto de los
estados de ánimo. Se cree que las personas activas, con agenda definidas y
compromisos a los cuales debe dar respuestas rara vez es presa de este estado
de ánimo. Se puede estar sin hacer nada sin que ello pueda indicar condiciones
que manifiesten aburrimiento. Sin embargo, esto no puede ser tomado como un criterio
válido para identificar el preámbulo o desarrollo de la sensación o estado de
aburrimiento.
Los
estudios psicológicos como los de Frijda, Mesquita, Sonnemans y Van Goozen Strongman (2012) y Gallardo (2006), entre otros, diferencian los estados de ánimo
de las emociones y los sentimientos Existe una extensa literatura al respecto.
Por ejemplo, en las emociones es posible identificar los estímulos externos o
internos que los causan. Saber esto facilita la tarea de control. Las emociones
suelen ser intensas y condensadas en un tiempo breve o muy corto. En la misma
línea tenemos que los sentimientos guardan parentesco con las emociones
diferenciándose quizás en la intensidad, la duración y el entorno cultural. Los
sentimientos pueden ser controlados. Una diferencia significativa entre las emociones
y los estados de ánimo es que estos no pueden ser controlados ni por el agente que
lo padece ni por el terapeuta que intenta brindarle una ayuda.
La
aparición de los estados de ánimo no puede ser achacable a un contexto o
estímulo asociado (Gallardo 2006, 30). Esto dificulta
la labor de análisis y recuperación del paciente. El agente que lo padece puede
no tener clara conciencia de lo que le sucede. Al no saber qué fue lo que dio
pie a su aparición resulta complejo superarlo. Otra diferencia, respecto a las
emociones, es que los estados de ánimos son de baja intensidad, y una prolongación
temporal superior, “…carecen de objeto hacia el cual referirse, de ahí también su
carácter de no intencionalidad. De este modo, constituyen estados afectivos difusos
y de mayor duración que no tienen orientación especifica hacia un objeto” (30).
Nos interesa retener, de los análisis psicológicos, el carácter de no intencionalidad
como también la ausencia de una causa o evento con el que se pueda asociar el
estado de ánimo. Estos elementos serán de ayuda para acercarnos a las razones
que llevaron a Heidegger a considerar, en un seminario que impartió la Universidad
de Friburgo en el invierno de 1929-1930, al aburrimiento como el estado de
ánimo fundamental para comprender la vida del ser ahí sin mediaciones ni
evasivas y, de igual, forma posibilitar la experiencia del verdadero sentido
del tiempo. “…el aburrimiento ofrece la posibilidad de acceder al verdadero
significado del Dasein humano.” (Escudero 2014, 40)
El
aislamiento, la ausencia de un tiempo sin relaciones ni secuencias, la
percepción de que las cosas no tienen importancia son rasgos que caracterizan
el aburrimiento. “Cuanto más nos aburrimos, más nos quedamos solos con nosotros
mismos” (Escudero, 2014, 34). Ensimismarse y desligarse del entorno permite que
nada sea capaz de perturbar el momento, no hay nada que demostrar o sobre la
cual discutir. Sin intereses por los cuales preocuparse el sujeto puede
experimentar sin procurar un fin, en un tiempo que escapa a la regularidad
inherente a las circunstancias:
No
queda más que un sitio: hacia sí mismo, pues la validez del mundo ha quedado
momentáneamente suspendida y las cosas parecen haber caído en la indiferencia. En
ese momento aparece el yo particular en forma de percepción pura del tiempo; un
tiempo puro, que carece de cualidad y que da paso a la inquietante presencia
interior de la nada. El aburrido es, pues, el que percibe el paso del tiempo
como un vacío, como una carga existencial.
Cabría
preguntar si el postpresente requiere de un estado de
ánimo tan particular como el aburrimiento para ser experimentado. El hastío
permite que nada en lo exterior o interior requiera la atención del sujeto
aburrido, la sensación que produce la nada permite el encuentro con el tiempo
desligado y sin propósito alguno. Quizás el postpresente
toma distancia frente al presente al ofrecer lo que el presente no puede a
saber: el vacío existencial. Salir del bullicio, de los movimientos, y de las
ataduras tecnológicas y entrar en el silencio y la despersonalización.
Abandonar
sin causa justificada el mundo que rodea al ser-ahí, permite que preguntas
como: ¿Qué hacemos?, ¿Dónde vamos?, ¿Dónde estamos? Desaparezcan del horizonte
vivencial y en su lugar aparezca el “temple de ánimo fundamental” (Heidegger
2007, 106). Gracias a esta condición es posible dejar a un lado situaciones que
bien se pueden explicar con solo tener conocimientos prácticos sobre temas políticos,
sociales, culturales, históricos, religiosos, tecnológicos, inclusive
filosóficos. Todavía más, si una pregunta que refleje cierto estado de
aflicción como la siguiente ¿qué sucede con nosotros? se conecta con cualquier
situación de la que pudiera inferirse alguna causa o motivación no sería
diferente de las anteriores.
Sabemos
ya bastante sobre nuestra situación sin que nos adentremos más en aquellas interpretaciones
o añadamos otra distinta. Tampoco tenemos que rechazarlas como incorrectas. Sabemos
ya bastaste sobre nuestra situación únicamente a merced a la constatación de
que hay estas interpretaciones -el dominio de la filosofía de la cultura- de que
termina de múltiples modos -aunque no se pueda comprobar- la existencia. (2007,
108)
El
mundo que conocemos está inundado de información. Existe una sobre exposición de
contenidos y una descontrolada hiperactividad (Han 2012) que dificulta la
comprensión del tiempo. Este no pasa de ser el cumulo de instantes con
múltiples presentes, infinitas referencias al pasado y al futuro. “¿Pero ¿quién
pretende hablar así, si el tráfico mundial, la técnica, la economía arrebatan
hacía si al hombre y lo mantienen en movimiento? (2007, 109) Heidegger
considera vital la necesidad de escapar de este bombardeo mediático so pena de
terminar en un mar de apariencias y discusiones banales con el lamentable
resultado de perder la única vida de la que podemos disponer.
Es
fundamental para Heidegger que aquello que nos pasa, a través de este estado de
ánimo fundamental, carezca de referencias, ejemplificaciones formativas e interpretaciones.
La
única manera de abordar realmente el tiempo presente es volver, a juicio de
Heidegger, a interesarnos por nosotros mismos, pero no con la pretensión de elevar
la autoestima, o alcanzar plenamente la autoconciencia o alimentar el
narcisismo sino para desprendernos de todo lo accesorio y superficial inherente
al mundo actual. “La conciencia que yo tengo de mí mismo no tiene que coincidir
con el modo en que yo y las cosas de mi alrededor se me abren.” (2014, 36). Esto
es posible si la condición de encomendarse a sí mismo no queda atada a ninguna
condición de medida, conocimiento o verdad científica, cultural o tecnológica.
La ventaja que ofrece el aburrimiento se reduce a lo siguiente: es un estado de
ánimo inútil para el autoconocimiento, la moda, las tecnologías de la
comunicación, el consumo cultural y comercial, la política, la psicología, la
economía, entre otros. Estamos ante una experiencia que no provee recuerdos ni
expectativas. No alude a un pasado ni refiere a un futuro. El aburrimiento se
instala en un presente temporal y no tiene hay forma de salir de él. Urge,
según Heidegger, despertar este fundamental temple de ánimo (2007, 110)
No
hemos de proseguir en un parloteo cultural generalizado acerca de nosotros
mismos, pero tampoco hemos de correr tras nosotros mismo en una psicología
expectante, sino que tenemos que encontrarnos a nosotros mismos de modo que nos
vinculemos con nuestra existencia y de modo que esto, el ser-ahí, se vuelva
para nosotros lo único vinculante. (2007. 110)
El
aburrimiento es una condición natural que si se despierta permite develar el mundo
y al ser humano que somos sin mediación alguna, en la despersonalización el
presente aparece sin determinaciones permitiendo mirar sin añadiduras lo que
somos.
5. A
manera de cierre provisional
El
desarrollo que presentamos representa un camino exploratorio sobre una noción
que está en construcción y sobre la cual emergen experiencias artísticas y reflexiones
filosóficas. Nos parece que el postpresente pudiera
tener un aire de familia contextual similar a aquel que dio cabida a los
postulados esgrimidos por la postmodernidad en su momento. Este camino debe
ampliarse con nuevas investigaciones.
El
postpresente invita a vivir al instante en su plenitud,
de esta manera se vislumbra una tenue humanidad que se esfuma en el preciso
momento que torna a la secuencialidad y al imperio de la razón. Toca aprender a
vivenciar el instante.
En
tanto que el postpresente toma distancia y busca
diferenciarse del presente y toda la carga de experiencias y expectativas que
la rodean, cabría discurrir sobre las opciones que ofrece la condición de estar
en constante tránsito en clave nietzscheana, como también el peculiar e incómodo
estado de ánimo identificado con el aburrimiento en clave heideggeriana, para
imaginar cómo sería vivir la experiencia incondicional, intranscendente e
intransferible del singular que somos en un tiempo como el postpresente.
6. Referencias
bibliográficas
Aristóteles.
(1995). Física. Gredos.
BBC
News Mundo. (2018) El científico que ha dedicado su vida a construir una
máquina del tiempo (y la conmovedora historia que lo inspiró) 11 julio.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-44795195.
Dworkin
R. (2014). Justicia para erizos. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica
Escudero
J. (2014). En torno al aburrimiento (o de la importancia de los estados de ánimo
en la filosofía de Heidegger) en Graffilya. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras
Número 18 enero-junio (Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla)
Frijda N, Mesquita B., Sonnemans
J., & Van Goozen S. Strongman, (1991). “The
Duration of Affective
Phenomena or Emotions, Sentiments and Passions”. International
Review of Studies on Emotion. 1, 187-225.
Gallardo R.
(2006). Naturaleza del Estado de Ánimo Revista Chilena de Neuropsicología,
1(1),
29-40. Universidad de La Frontera Temuco.
Habermas
J (1990). Pensamiento postmetafísico. Taurus
Han
B.-Ch. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.
Heidegger
M. (2007). Los conceptos fundamentales de la Metafísica. Mundo, Finitud,
Soledad. Alianza.
Jameson
F. (2012). El postmodernismo revisado. Abada.
Lyotard,
J. F. (1987). La posmodernidad (explicada a los niños). Gedisa.
Nietzsche
F. (1985a). Así hablo Zaratustra. Un libro para todos y para ninguno. Alianza.
_________
(1985b). La Ciencia jovial. “La Gaya Scienza”.
Monte Ávila Editores.
Whitrow,
G.J. (1990). El tiempo en la Historia. La evolución de nuestro sentido del
tiempo y
de
la perspectiva temporal. Crítica.
BIO