ESTRATEGIAS DE ORIENTACIÓN
PARA UNA TERRAFORMACIÓN ANTROPODESCENTRADA
ORIENTATION
STRATEGIES FOR A
ANTHRO-DECENTERED TERRAFORMATION
Santiago Morilla Chinchilla
Universidad
Complutense de Madrid.
DOI: 10.5281/zenodo.7642271
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Recibido: (mayojunio 2022)
Aceptado: (Julio 2022)
Publicado (julio 2022)
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Cómo citar este artículo
Morilla Chinchilla,
Santiago.
2022.
“Estrategias de orientación para una terraformación antropodescentrada”
en: Raquel
Sardá
& Vicente
Alemany (Eds.).
La imagen entra en
escena. Creaciones digitales en el ámbito escénico, el espacio urbano y el espacio natural.
ASRI. N.º
21:
Págs. 4-22XX. URJC.
Recuperado de http://www.revistaasri.com
Resumen
Este artículo habla
sobre la necesidad de superar el contexto del Antropoceno y descentrar lo
humano como una estrategia de orientación que nos sitúe frente al futuro del
pensamiento ecológico y la acción estética y tecnopolítica.
En concreto, explora el potencial de las ficciones de la tecnodiversidadtecno diversidad mostradadispositivada desde la práctica
artística contemporánea, entendida como un estimulante espacio para la
escenificación de futuros alternativos de terraformación,
que imaginan de forma heterogénea e inclusiva nuestra convivencia con la
alteridad no-humana.
Palabras clave
Orientación, terraformación, tecnodiversidadtecnodiversidad, práctica
artística, pensamiento planetario, ficciones de futuro
Abstract
This article discusses the need to move beyond the
context of the Anthropocene and de-center the human as an orienting strategy
that situates us in the future of ecological thinking and aesthetic and
technopolitical action. Specifically, it explores the potential of fictions of techno
diversity showndispositives
from contemporary artistic practice, understood as a stimulating space for
staging alternative futures of terraforming, which heterogeneously and
inclusively imagine our coexistence with the non-human otherness.
Keywords
Orientation, terraforming, techno diversity, artistic
practice, planetary thinking, fictions of the future.
1. Introducción
“Ya hemos leído
suficientes libros”[1]
(Jared Kushner)
Nuestra idea de
orientación, en términos de (auto)reconocimiento respecto a la alteridad,
entreteje nuestra ubicación perceptivo-cognitiva en el espacio físico y en el
espacio-red gracias a la compañía de los discursos, las presencias y las
materialidades de índole humana y no-humana. Unos espacios híbridos (materiales
y virtuales) siempre trascendentes, dinámicos y multidimensionales que nos
desbordan pero que, a la vez, nos contienen y nos interpelan constantemente con
preguntas del tipo: ¿Qué consideración tengo de lo-que-no-soy-yo, pero que
participa activamente de mi estar planetario? Sin embargo, nuestra orientación
y sensibilidad con el vector terraformador (o desterraformador) puede ser escalada, debatida y expuesta,
sin duda en términos cualitativos críticos, tanto a partir del análisis de
ciertas prácticas culturales y artísticas como a través de hitos tecnocientíficos,
tal y como se defiende en este artículo. Al fin y al cabo, sucede también que
nuestra sensibilidad al respecto está inscrita tecno políticamente en los mitos
cultuales y en los imaginarios del futuro, que participan de la aceleración de
dicho vector hoy en día.
Ante todo, este
texto “sigue con el problema” –¿cómo no hacerlo? – en los términos planteados
por Donna Haraway (2019), desde una orientación de
corte especulativo y ficcional. Pero también tiene la intención –si se quiere,
más política en relación con el pensamiento ecológico– de superar las tres
oscuridades planteadas por Timothy Morton (2019) para el actual contexto del
Antropoceno[2],
a saber: el shock, la depresión y el
enfado motivado por los sentimientos de impotencia y culpa presentes en la
sociedad civil, y también, el hastío por la delegación de las responsabilidades
presentes en los duelos por un planeta que está en permanente colapso
ecosistémico. Porque, más allá del enfado como activador de conciencias
críticas, este artículo quiere apuntar aquí que el actual modo hegemónico de
estar-humano en el mundo parece ser lo opuesto al sistema simpoiético capaz de “generar con” vida, materia y sentido
desde el contexto posttnatural en el que nos
encontramos. De hecho, nuestro mayoritario estar-humano se puede identificar
fácilmente con un proceso algorítmico, que consistiría fundamentalmente en
extraer recursos vitales de la bio-tecnosfera de manera cada vez más y más
eficiente. Esto es, una inercia capaz de un egoísmo tan extremo, lo bastante
continua
e insistente en la búsqueda de un beneficio económico exponencial, como para
considerar extraña, irreal, inocente o extravagante la idea misma de parar o de
desviar dicho movimiento sin fin. Por eso, quizás, una de las cuestiones que
nos apremia desde este texto es, sin duda, bastante simple: ¿Queremos seguir
ejecutando la programación del algoritmo que automatiza el problema, o quizás
queremos fabular con un posible reseteo y recodificación
alternativa? ¿Queremos –sabremos acaso hacerlo– generar una habitabilidad
y otro parlamento de representación en compañía de aquellas y aquellos que
hasta hace poco eran –o quizás aún lo son– mero paisaje,
decoración, alimentos, instrumentos y/o recursos? Aquí, la consideración de la
alteridad como una entidad no subalterna resulta fundamental para pensar y
situarnos frente a lo planetario. El reto es grande: descentrarse o,
mejor, desantropocentrarse para sobrevivir. Difuminar
de una vez por todas las arrogantes distinciones categóricas que nos alejaban
de otras sensibilidades, especies, objetos y entidades (códigos, máquinas, plantas,
animales, bacterias, etc.) para entendernos, por fin, como los ecosistemas multiagente que somos dentro de las redes distribuidas del
frágil y dinámico –si se quiere, también escenográfico– ecosistema material y
virtual planetario.
En lo concerniente
al enfoque y composición de este artículo, cabe señalar que su marco teórico,
referencial e interpretativo no pretende ser el propio de campos como –entre
otros– la Antropología, la Filosofía, las Ciencias de la Tierra o –siquiera– los
llamados Science Fiction Studies (aunque, sin duda, bebe y se inspira en ellos),
más bien se alinea con la perspectiva interdisciplinar que busca establecer
conexiones y triangulaciones que se expandan másmás allaallá́ de las fronteras de las
disciplinas, y más allá de las metodologíasmetodologías
propias y exclusivas de la tradicióntradición académicaacadémica. Es por ello quepor lo que,
con la intención de expandir las variables de interés, se han seleccionado
algunos casos paradigmáticos que introducen un giro interpretativo (tanto perceptivo como cognitivo) en las
relaciones de ubicación y reconocimiento existencial dentro de un
espacio-tiempo (presente y futuro) de consideraciones compartidas con lo
no-humano. En este sentido, cabe destacar que ya el título de este artículo
apunta hacia la necesidad de superar el contexto del Antropoceno, asociado al
centralismo de la acelerada actividad que el “Anthropos”
ha desplegado sobre el planeta. Con todo, el objetivo de este texto es atender
al descentramiento de lo humano como un motor material (y simbólico) que
produce, escenifica e imagina una Tierra habitable con y para todas y todos.
2. A propósito de una
temprana (y aún posible) orientación postlocativa
En primer lugar, atendamos
al giro que supone el uso de la
lengua de los Thaayorre, un
asentamiento aborigen Pormpuraaw situado
principalmente en Edward River Mission,
en la parte occidental de la península australiana del Cabo York. Su lengua, el
Kuuk Thaayorre, se
encuentra sin duda en una posición sólida en comparación con muchos idiomas
indígenas australianos, ya que sus habitantes todavía lo aprenden y lo hablan en
la interacción social diaria. Pero lo que más llama la atención, como señala la
científica cognitiva Lera Boroditsky (2000), es cómo
es capaz de moldear en sus practicantes la forma que tienen de pensar y de
relacionarse con el entorno. Se trata de un lenguaje que, atendiendo a sus
habilidades cognitivas y relacionales, facilita una posición radicalmente
diferente al estar-humano inscrito en la cultura-mundo de corte occidental, que
tanto homogeneiza nuestra experiencia. Hay que tener en cuenta que su semántica
espacial supera lo localizado o localizable según una concepción del espacio
heredera de la modernidad[3],
es decir, “postlocaliza”[4]
la orientación existencial de sus practicantes, en tanto produce una particular
dispositivación experiencial de la información donde
el sujeto humano es un actor cuyo cuerpo se mide, referencia y relaciona
constantemente con un dinámico hiperobjeto planetario.
Los Thaayorre no posen ni usan palabras como
“derecha”, “izquierda”, “adelante”, “atrás”, etc. para designar las
orientaciones espaciales relativas. Por el contrario, sí tienen dieciséis
palabras como “nordeste”, “sursudeste” o “nornordeste”, entre otras, que
referencian las direcciones cardinales absolutas. De esta forma, en una frase,
al señalar una acción, objeto o sujeto en curso, sus practicantes indican
siempre cuál es su situación exacta respecto al espacio circundante. Por
ejemplo: “tienes una araña subiendo por el nornoroeste de la pierna”, o “me
duele la parte sursudeste de la espalda”. Sin esta relación espacial en el
predicado, la frase no posee la suficiente verosimilitud para un
sujeto-contexto siempre cambiante, pero que está inscrito en un
objeto-planetario sólido: como es obvio, el cuerpo humano se mueve o gira
respecto al espacio, cambiando así la manera en que nos podemos referir
–siguiendo con los ejemplos– a la posición de la araña o del dolor.
Así pues, lo más
reseñable aquí es que, para los Thaayorre, lo que
contextualiza dinámicamente el lenguaje es el entorno hiperobjetual,
conscientes como son, en todo momento, de la relación entre la brújula interna
de sus practicantes y los ciclos naturales que los contienen. Quizás por ello,
tampoco se saludan con expresiones como “hola” o “buenos días”, sino que
utilizan expresiones para indicar dónde están o hacia dónde van, para después
preguntar –a su vez– dónde se dirige su interlocutor. Es más, su consideración
de la orientación espacial también determina cómo piensan y se relacionan con
el tiempo: cuando se les pide que organicen una secuencia de imágenes
cronológicamente (en un orden temporal que va desde el pasado hacia el
presente), lo hacen siempre de modo que el tiempo transcurre desde el este
hacia el oeste, independientemente de su propia orientación corporal[5].
Para los Thaayorre el tiempo está siempre anclado a
la porción de Tierra que habitan (y que, a su vez, se encuentra bañada y
tutelada por el arco diario que describe el Sol sobre el planeta Tierra). Su
codificación lingüística, en definitiva, resulta ser una suerte de simbiosis
entre la consciencia de su ubicación y el signo que hace posible dicha
consciencia. De esta forma, sus ritmos circadianos[6]
no se hayan sepultados en la inconsciencia, sino que son invocados desde el
tiempo para hablar del espacio, y viceversa.
Obviamente, los
practicantes del Kuuk Thaayorre
desarrollan una temprana y extraordinaria habilidad para la navegación y la
orientación en el espacio (lo que supone una gran diferencia en sus capacidades
cognitivas y relacionales respecto a otras lenguas). De hecho, cabe afirmar que
su lengua coproduce la experiencia del espacio-tiempo, borrando definitivamente
las categorías de lo natural y lo cultural. Lo que manifiestan con ello es la postlocalización del Anthropos
en términos culturales, materiales y metafísicos, en tanto que dan sentido a su
experiencia siempre relacionada con la representación del territorio (físico e
informacional) y a las interacciones informacionales, vitales, corporales o
emotivas que en él se producen.
Baste el caso de
la lengua Kuuk Thaayorre
para reflexionar aquí sobre cómo el lenguaje, en tanto construcción cultural,
es algo orgánico, diverso y flexible que construye cosmovisiones y
comportamientos determinados, ya sean éstos inclusivos o excluyentes en
relación con el entorno y la otredad no-humana. Si un determinado lenguaje no
hegemónico como el aquí escogido, entre las aproximadamente 7.000 lenguas
diferenciadas que existen en todo el planeta, puede aterrizarnos un pequeño
universo de posibilidades epistémicas capaces de moldear un ser, sentir y
pensar-otro, entonces podríamos preguntarnos ahora, de nuevo ¿por qué pensamos
como pensamos? ¿Por qué no somos capaces de pensar diferente? ¿Podemos quizás
orientarnos de otro modo? ¿Podemos cambiar poco a poco el código fuente y
desbrozar el lenguaje enraizado, que –esperemos– no esté aún ni tan encriptado
ni tan cajanegrizado como para no admitir su
actualización? Y si es así… ¿Podríamos cambiar la forma de adquirir
conocimiento y relacionarnos desde una diversidad no binaria y antropodescentrada, que esparza las semillas necesarias
para reforestar un nuevo lenguaje? ¿Merece el momento histórico que estamos
viviendo un esfuerzo por descentrar la idea de la excepcionalidad del ser
humano? ¿Merece la reformulación de los universos antrópicos existentes y/o la
producción de otros futuros universos cognitivos y perceptivos posibles?
Al respecto, Bruno
Latour, en su libro Dónde aterrizar. ¿Cómo
orientarse en política? (2019) y más tarde en ¿Dónde estoy? Una guía para habitar el
planeta (2021), aborda estas preguntas asumiendo que la humanidad está hoy
plenamente desorientada e, incluso, molesta, ansiosa y estresada, en contacto
permanente con un malestar que deriva de la corrupción y la contaminación de
las relaciones que establecemos con la alteridad. En su particular diagnóstico
del malestar, sostiene que cualquier posible orientación a nivel político y
estético no puede darse hoy sin atender al papel central de la radical mutación
ecológica. Mutación que es, a su vez, resultado del panorama sociopolítico y
material que se instauró en los últimos cincuenta años sobre las ruinas del
abandono de un proyecto de mundo común para todas y todos. Y prosigue,
señalando que este panorama se caracteriza por un peligroso cóctel compuesto
principalmente por tres ingredientes: la explosión vertiginosa de las
desigualdades socioculturales y económicas; la masiva desregulación tecnopolítica; y la sistemática maniobra de negación del
cambio climático. Latour, apunta que estos tres ingredientes son el resultado
de la máquina del turbocapitalismo (neo)tecnoliberal, atrincherado como está, explícitamente, fuera
de toda restricción (literalmente offshore) y
dispuesto a mantener a toda costa tanto sus privilegios como a sus evidentes
privilegiados en materia económica.
Asimismo, lo que
opera como inercia aglutinante de esta situación es, lo que Latour llama, el
polo de atracción “fuera del suelo”: una fuerza antigravitacional
que describe el “horizonte de quien ha dejado de pertenecer a las realidades de
una Tierra que reacciona a sus acciones” (Latour 2019, 56). Esta ingrávida
orientación del estar-humano hoy es similar a la acción de sobrevolar los
problemas, con la sensación y la idiosincrasia de estar en permanente caída,
pero sin un suelo que enmarque el horizonte del impacto. Porque la caída, en
nuestra actual percepción, comprensión
e interpretación del estar planetario, o “planetariedad”[7]
(Spivak 2003) es, en definitiva, una cuestión
relacional, como ya apuntó Hito Steyerl (2012, 78).
Es decir, una cuestión que queda fácilmente fuera de la representación y, por
tanto, de la subjetivación: si no hay lenguaje, imagen ni signo que invoque el carácter
compartido, interdependiente, dialogado e interactivo del mundo, siempre sobrevolaremos,
ajenos e indolentes, el objeto del malestar desde una actitud “postpolítica, es decir, literalmente, [desde una política]
sin objeto, [que] rechaza el mundo que pretende habitar” (Latour 2019, 60).
3. La contemplación del
abismo como motor para una terraformación crítica
“El globo está en
nuestras computadoras. Nadie vive allí. Nos permite pensar que podemos aspirar
a controlarlo. El planeta corresponde a la especie de la alteridad, pertenece a
otro sistema; y sin embargo lo habitamos, en préstamo” (Spivak
2003, 72)
En 2019 el
proyecto Event Horizon
Telescope[8]
(también conocido por sus siglas en inglés, EHT), una red de radiotelescopios
ubicados en varios países alrededor de la Tierra fue capaz de coordinar sus
interferometrías de muy larga base (very-long-baseline
interferometry, o VLBI) para captar la imagen del
agujero negro supermasivo (Fig. 01) que se encuentra en el centro de la
galaxia M87 (Virgo A), ubicada a 55 millones de años luz de la Tierra. Esta
imagen, como sugiere Benjamin Bratton
en su libro La Terraformación. Programa
para el diseño de una planetariedad viable
(2021), supera y actualiza las icónicas Earthrise
(1968) y Blue Marble (1972) como
paradigmas icónicos y escópicos del tardoproyecto humanista. Por el contrario, esta imagen
sitúa a los homo-sapiens como habilitadores transitivos que “pliegan el planeta
para convertirlo en una cámara astronómica” (Bratton
2021, 32). Esto implica no solo cambiar el punto de vista y el objeto de
enfoque, sino que exige un protocolo de acción diferente: ya no nos miramos
desde la inmensidad del espacio, sino que el planeta Tierra se convierte en una
cámara coordinada globalmente capaz de asomarse y mirar atrás en el tiempo,
hacia la antigua luz que viaja hacia nosotros… y ¿qué vemos en esa luz? De
nuevo, el vacío omnívoro que nos rodea. Pero también, y más importante, vemos
nuestra propia muerte y soledad en términos evolutivos, al tiempo que da cuenta
de una activación, mediación y cooperación humana y tecnológica en términos
planetarios, capaz –al menos– de coordinar todos los radiotelescopios para
sacar esta foto… y poner en marcha una cognición más generalizada.
Figura 1. Event Horizon Telescope. Agujero negro de
la Galaxia M87. (2019).
Fuente:
https://www.space.com/m87-black-hole-wobble-event-horizon-telescope
De hecho, la
crisis ecosistémica y el cambio climático, precisamente por su condición hiperobjetual –con su inconmensurable horizonte espacial,
su lenta temporalidad y sus impredecibles efectos no lineales– (Morton 2010,
130) se ha construido como un objeto de conocimiento a partir de
representaciones mediadas por la tecnología. Al respecto, el mismo Bratton plantea que el mero hecho de percibir y concebir la
contemporaneidad del cambio climático es ya, en sí mismo, un logro
epistemológico de la computación a escala planetaria a
tener en cuenta (Bratton 2021, 21 y 43). Quizás por
eso, el uso de las tecnologías críticas y situadas se presenta hoy como un agente
necesario en los debates sobre los presentes y los futuros de la Tierra y sus
propias formas de vida. Pero esto, implica revisar la idea de lo “artificial”.
Una revisión que ha se situarse más allá de los postulados del primer
ambientalismo y de los utópicos retornos a una Arcadia abstracta e
inalcanzable, o del romántico rewilding y los debates del ecologismo decrecionista
que excluyan otras ecologías que persigan mitigar el cambio climático desde
ciertas automatizaciones planetarias para un nuevo orden social, técnico,
político, económico y cultural. De hecho, el uso de la idea de lo
“automatizado” aquí no debe entenderse como una vaga inercia de lo “falso” o lo
opuesto a lo “natural”, sino como lo “diseñado” en términos cosmopolíticos
–siguiendo el pensamiento de Deborah Danowski y
Eduardo Viveiros De Castro en ¿Hay mundo
por venir? (2019), Isabelle Stengers en Cosmopolitics I (Posthumanities) (2010) o Bruno Latour en Esperando a Gaia. Componer el mundo común mediante las artes y la
política (2012). Esto es, como la mejor composición posible, desde la
intersección de lo técnico y lo natural, para el lugar que habitamos, deseamos
transitar y compartimos con los no-humanos. Por eso, se podría interpretar que
una automatización coordinada, como en el ejemplo del proyecto Event Horizon Telescope, siempre implica necesariamente la
consideración de un vasto paisaje de gestión de información, agencia, trabajo y
energía, como una ecología viva que afecta y coproduce (pero no sustituye) el
mundo que habitamos. Pero ¿qué planes coordinados necesitamos a nivel
planetario? ¿Qué automatizaciones se vislumbran en el horizonte? Las posibles
respuestas, sin duda, han de darse fundamentalmente como un ejercicio de
interpretación de la artificialidad que exige el plan planetario, o si se
quiere, que exige una automatización ecológica coordinada que puede ser
activada y reverberada desde la tecnociencia y la práctica artística, como
veremos a continuación.
El término “terraformación” acude en respuesta terminológica de dicho
plan. Recordemos que se trata de un término muy presente en el cine y la
literatura contemporánea, sobre todo en la ciencia ficción aglosajona[9].
Aunque en un principio aludía a la hipotética intervención en un planeta,
satélite natural u otro cuerpo celeste, para (re)crear las ficticias
condiciones que posibilitarían la habitabilidad humana (atmósfera respirable,
temperatura idónea, presencia de agua, etc.), la ciencia pronto adoptó su
estimulante proposición para nombrar técnicamente al conjunto de las
infraestructuras y procedimientos de geoingeniería necesarias para dicho fin.
De hecho, el astrónomo y divulgador científico Carl Sagan, en su artículo The Planet Venus
(1961) publicado en la revista Science,
propuso la aplicación de la geoingeniería planetaria en Venus a través de la
introducción de algas (Sagan 1961) que absorberían el dióxido de carbono y
minimizarían el efecto invernadero hasta una temperatura confortable para los
humanos en superficie). Sin embargo, gracias a posteriores descubrimientos
sobre las particulares condiciones de Venus, su propuesta fue invalidada
científicamente. Pese a todo, el impulso terraformador
de exoplanetas sigue hoy más vivo que nunca. De hecho, un estudio publicado en
2019 en la revista Nature Astronomy sugiere que la aplicación de aerogeles de sílice en los suelos de Marte ricos en hielo
de CO2 (Figs. 2 y 3) podría elevar la temperatura en superficie, derretir los
hielos y permitir a largo plazo crear las condiciones necesarias para el
crecimiento de las plantas (Wordsworth, Kerber y Cockell 2019). Este, entre otros muchos, podría ser uno de
los futuros planes B para la humanidad, ante la certeza de la pronta extinción
de los recursos y la sostenibilidad de la vida tal y como la conocemos. Sea como sea que interpretemos las ocurrencias o los
aciertos científicos, lo que parece cada vez más claro es que nuestros actuales
límites de habitabilidad planetaria, ya enunciados por el término Antropoceno,
empujan a pensar que quizás sea urgente –volver a– terraformar aquí, en nuestra
madre Tierra, para que siga siendo un huésped viable para sus propias formas de
vida.
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Figuras 2 y 3. Izquierda:
NASA/JPL/University of
Arizona. Detalle de las formas y manchas en una duna de arena polar en Marte.
(2013). Telefotografía de los casquetes polares de Marte con una combinación de
H2O y CO2 congelado. Nota: Al igual que su forma gaseosa, el CO2 congelado
permite la penetración de la luz solar creando puntos calientes bajo el hielo,
que se ven aquí como puntos negros. Fuente: https://static.uahirise.org/images/wallpaper/800/ESP_034441_2565.jpg.
Derecha: NASA/JPL/University of Arizona. Formas
y manchas en una duna de arena polar en Marte. (2013). Telefotografía
proyectada sobre mapa topográfico de Marte. Fuente: https://www.uahirise.org/ESP_034441_2565.
Sea como sea que
interpretemos las ocurrencias o los aciertos científicos, lo que parece cada
vez más claro es que nuestros actuales límites de habitabilidad planetaria, ya
enunciados por el término Antropoceno, empujan a pensar que quizás sea urgente
–volver a– terraformar aquí, en nuestra madre Tierra,
para que siga siendo un huésped viable para sus propias formas de vida.
En relación con el renovado
impulso de terraformación (también conocido como casamundo o worldhouse,
geoingeniería o ingeniería de síntesis planetaria) cabe mencionar que se
considera e interpreta actualmente desde –al menos– dos enfoques. Por un lado,
como la fuerza antropogénica moldeadora que desde mediados del siglo XX ha
disparado su Gran Aceleración (evidente en el consumo de recursos, utilización
de energía, crecimiento demográfico y/o deterioro de la biosfera, entre otros
indicadores). Y por otro lado, como aquella fuerza
moldeadora futura que ha de ser planificada e implementada como un proyecto de
diseño viable para conseguir las condiciones de habitabilidad en exoplanetas, o
bien, en este planeta Tierra. Este último enfoque es en el que nos centraremos
a continuación.
Por un lado, Bratton aboga por promover un plan que incluiría diferentes
formas de intervención climática en la línea de la forestación, la agricultura
regenerativa y la permacultura. Pero también incide vehementemente en que estas
vías no pueden ser las únicas: que se necesita urgentemente la instauración de
una suerte de estado de excepción que, motivado por la urgencia de la crisis
climática, asegure la implementación acciones e intervenciones geotécnicas,
geopolíticas y geofilosóficas capaces de reordernar los flujos bioquímicos planetarios en un sentido
anticolapso. En este sentido, Bratton
ha sido abiertamente criticado por mantener una posición cercana al llamado aceleracionismo de derechas, postura próxima a un modelo
autoritario que asegure la obediencia no consultiva del plan terraformador. Por el contrario, y ante el mismo análisis
del problema que comparte con Bratton, Holly Jean Buck expone en su libro After Geoengineering. Climate Tragedy, Repair, and Restoration (2019) que la futura terraformación
ha de tener en cuenta la posibilidad de una gobernanza participativa que, como
una sola voz democrática a nivel planetario, escuche las necesidades de los
humanos (teniendo en cuenta los límites que representan los derechos de los
no-humanos) y actúe en consecuencia, tanto a escala espacio temporal micro como
a escala macro. Es más, Buck ve la geoingeniería no como un universal
antropológico o una tecnología estereotipada, ciega, acrítica y monolítica
siempre al servicio del capital, sino como un conjunto heterogéneo de prácticas
que no son incompatibles con ciertas propuestas de decrecimiento y cambio
sistémico profundo. Defiende que el aspecto social de la geoingeniería debería
centrarse en las preguntas: ¿Aceptará esto la gente? ¿Cómo les afectará a
corto, medio y largo plazo? ¿Y a los no-humanos? ¿Quién tiene que participar en
la toma de decisiones que nos afecta a todas y todos? ¿Quién o quiénes tienen
que liderar este plan? Buck sostiene que “lo difícil no es empezar el proyecto,
sino terminarlo: garantizar que lo que venga después de la geoingeniería sea
habitable” (2019, 27).
A continuación, y
en respuesta a estas preguntas, se presenta el proyecto artístico Blue Marvel Travels
(Fig. 4), fruto de la colaboración entre Buck y el estudio de diseñadores OIO
Studio. Se trata de una ficción que se formaliza como el producto publicitario
y comunicacional de una futura e hipotética agencia de viajes, dedicada a
redescubrir nuestro mundo y sus ecosistemas, que se ya encontrarían radicalmente
transformados no solo de la geoingeniería planetaria, sino también de los
múltiples agenciamientos políticos y ordenaciones socioculturales resultantes
del deseo de mitigar el cambio climático. Así, se nos invita a viajar a La
España Consciente (una escapada asequible por las nuevas ciudades verdes y los
referentes culturales reimaginados del territorio
español) o al Amazonas Autónomo (un recorrido por una “selva dueña de sí misma”,
un territorio reforestado y autogestionado económica y políticamente, que se ha
reconvertido en el mayor emplazamiento de captura de carbono del planeta),
entre otros viajes posibles. Así pues, este proyecto nos ofrece una visión que
nos ayuda a pensar mundos viables y alternativos, aparentemente aceptados
socialmente e integrados territorialmente que, en este caso, se encontrarían
dentro de una prospectiva de terraformación basada en
el poder transformador de la tecnología, operada desde unas estructuras de
poder diferentes a las actuales. Estructuras que, siguiendo a Jim Dator (2009) –pionero de los llamados Estudios de Futuros–
bien podrían agruparse en la futurabilidad de la Transformación (uno de los cuatro arquetipos[10]
futuros posibles, junto a Crecimiento, Colapso y Disciplina).
Figura 4. Holly Jean Buck y OIO Studio, Blue Marble Travels. (2021).
Imagen
de la exposición “La Gran Imaginación. Historias del Futuro”, en el Espacio
Fundación Telefónica, 2021.
Cabe añadir que desde
la producción artística contemporánea existen numerosas propuestas de terraformación a través de la transformación –ya sea real o
ficciónonada–
que buscarían superar la realidad del presente gracias a una conciencia global
en torno a un mejor vivir futuro. Lo que, indudablemente, implica una
consideración del espacio de convivencia y simbiosis con lo no-humano sobre la
base de una búsqueda del bienestar general. En efecto, en esta línea de no
ficción podemos inscribir algunos de los cada vez más numerosos proyectos –ya
producidos en términos materiales– del artista y diseñador Dan Roosegaarde, como por ejemplo Smog Free Tower (Fig. 5), la primera escultura/instalación aspiradora
de smog del mundo que produce entornos
de aire limpio.
Figura 5. Dan Roosegaarde, Smog Free Tower (2015).
Fuente:
https://www.studioroosegaarde.net/project/smog-free-tower
También, en la
línea hacia un posible futuro reconectado con la naturaleza, se plantea la obra
H.O.R.T.U.S. XL Astaxanthin.g
(Fig. 6) de los artistas y diseñadores ecoLogicStudio
(Claudia Pasquero y Marco Poletto),
una estructura biomimética impresa en 3D que resulta
de un algoritmo inspirado en la generación colectiva del coral, así como en los
modelos biológicosbiológicos
de la endosimbiosis (una interaccióninteracción
donde organismo habita en el interior de otro). Las celdas de la estructura albergan
un biogel compuesto por cianobacterias fotosintéticas (microorganismos capaces de realizar la fotosíntesisfotosíntesis)
que, como los vegetales, depuran el aire y producen oxígeno. La intención de
este proyecto es llamar la atención sobre la necesidad de imaginar futuros
sostenibles y respetuosos, donde la tecnología y los procesos de la
microbiología se beneficien mutuamente.
Figura 6. ecoLogicStudio, H.O.R.T.U.S. XL Astaxanthin.g (2015).
Fuente:
https://www.ecologicstudio.com/projects/h-o-r-t-u-s-xl-astaxanthin-g
En cierto modo, el
calentamiento global está en el origen de la creación de estas prácticas y
productos tecnoartísticos, pero también es el fruto
de la geoingeniería entendida ésta como una maquinaria al servicio de la
economía fósil y petrodependientepetro-dependiente
a nivel global (Vindel 2020). También el capitalismo puede entenderse como pura
geoingeniería en sí misma: un proyecto a gran escala espacio temporal que ha
abierto profundas fracturas estructurales y metabólicas en los ecosistemas
naturales y sociales persiguiendo la constante acumulación del capital y
extracción infinita de fuentes de naturaleza baratas. Pero, siguiendo a Buck,
esta gigantesca maquinaria no es del todo monolítica ni incuestionable en
términos absolutos. Además, y llegados al punto en que algunas modelizaciones a
futuro ya plantean que la biodiversidad global sufrirá más por el cambio
climático que por la geoingeniería, e inmersos como estamos en las prospectivas
mediáticas de corte más distópico que nos amenazan con la normalización de la
situación de colapso y la consiguiente desactivación política… cabría
preguntarse ahora: ¿estamos dispuestos a considerar todos los planes posibles?
¿Existen acaso formas razonables y equilibradas de geoingeniería? Porque lo que
urge es re-orientarse, “tomar tierra” y poner en el centro la viabilidad de las
acciones que estén en el marco del actual capitalismo o, como enfatizó el autor
de ciencia ficción Kim Stanley Robinson, activar las tecnologías y los
productos culturales que sean capaces de operar un giro rápido hacia la
justicia ecosocial y el final del capitalismo.
En este sentido,
el artista y conocido arquitecto especulativo australiano Liam Young, en su
obra audiovisual The Great Endeavour
(Fig. 7) confabula y da respuesta formal a lo que podría ser el gran empeño
proyectual de la humanidad, esto es, una inmensa infraestructura global de depósitos
subacuáticos donde almacenar el excedente de las emisiones de CO2.
Young nos ofrece un imaginario condicionado por cómo la tecnología del espacio
hibrido (las infraestructuras energéticas y comunicacionales, la ubicuidad del
acceso en red y la implementación global de la logística automatizada, la inteligencia
artificial y la computación ambiental) está cambiando nuestra vida y nuestra
idea de lo planetario. Su imaginería exagera y extrapola lo que ya está aquí,
al tiempo que evidencia cómo nos cuesta asimilar culturalmente lo que las
aceleradas implementaciones tecnológicas pueden significar para nosotras y
nosotros en un futuro cercano.
Figura 7. Liam Young, The Great Endeavour (2022). Fuente: fotografía tomada por el autor
en la exposición
“Liam
Young. Construir mundos”, en el Espacio Fundación Telefónica, 2022
En definitiva, según
expone Jamen Wakefield en su artículo Avoiding
Climate Imperialism: A Leftist Vision of Geoengineering (2018), los
debates sobre la terraformación operada por la geoingeniería
han de entenderse también como propuestas estratégicas que tienen que trabajar
con los sistemas de decrecimiento económico y redistribución de la riqueza. Se
trataría de que no se apartasen del debate las orientaciones políticas a la
izquierda del eje económico (donde el polo de la izquierda queda definido por
una defensa de las formas de economía cooperativa y colectiva que implicarían
cierto grado de regulación del procomún o, incluso, modelos de gestión de los
beneficios comunales a nivel planetario). Es decir, que participasen crítica y
colectivamente en el actual debate terraformador,
porque “ignorar la posibilidad de modificación ambiental a gran escala deja el
campo de batalla de las ideas abierto a la explotación por parte de fuerzas reaccionarias,
de tecnócratas indiferentes y capitalistas despiadados” (Wakefield 2018).
4. Algunas reflexiones en
torno a la tecnodiversidad terraformadora
Una de las
cuestiones más importantes que subyace aquí, y que determina nuestra postura y orientación
presente y futura, es observar de manera crítica cómo nos aproximamos a las
ideas de lo cultural-tecnológico y lo natural. ¿Las seguimos viendo como
cuestiones separadas, estancas y/o sin relación alguna? O por el contrario
¿somos capaces de operar un “giro planetario” desde la cultura, aunque esto
implique cambiar radicalmente nuestro lenguaje, al estilo de los Thaayorre? O dicho de otra forma,
¿somos capaces de asumir que la cultura también es una tecnología de terraformación? Porque lo cultural-tecnológico no es tan
solo una exosomatización técnica, sino que va más
allá de la funcionalidad o utilidad: es capaz de producir múltiples
cosmovisiones que, a su vez, dan lugar a muchas cosmotécnicas
posibles. Es decir, no existen diferentes aproximaciones a una única naturaleza
sino muchas naturalezas o muchas comprensiones de lo que es lo natural, tal y
como sostiene el “giro ontológico” en el ámbito de la antropología, presente en
el pensamiento de autores como Descola, Latour o De Castro, entre otros autores
y autoras.
En este sentido, y
frente a la idea de una cultura monotecnológica que
se desarrolla rápida y uniformemente desde el Norte Global, el ingeniero informático
y filósofo Yuk Hui, en su recopilación de ensayos Fragmentar el futuro: ensayos sobre tecnodiversidad (2020), propone atender a la “tecnodiversidad”
en términos culturales. ¿Qué pasaría si entendiéramos que no existe una sola
tecnología unidireccional y acumulativa sino muchas cosmotécnicas?
¿Qué pasaría si dejásemos de hablar de civilizaciones más avanzadas técnica o
tecnológicamente? ¿Qué pasaría si implementáramos enfoques tecnológicos desde
perspectivas amerindias, taoístas o confucianas? Hui propone fragmentar y
diversificar la cultura monotécnica, la misma que ha
priorizado (y aún prioriza) formas específicas del conocimiento vinculadas al
impulso de medir, calcular, someter y dominar, y que han agotado los recursos
naturales provocando la degradación de la vida terrestre y la destrucción del
medioambiente.
Recordemos
que ya en su ensayo The question concerning technology in China: An essay in cosmotechnics
(2016), Hui se preguntaba si no sería posible imaginar una tecnodiversidad
que diera pie a una terraformación pensada e
impulsada desde el pluralismo tecnocultural en relación
con la naturaleza. No en vano, el texto se posicionó en respuesta al famoso
texto de Heidegger La pregunta por la técnica (1949) donde el pensador
alemán caracterizó la tecnología (tomemos aquí los conceptos de
“técnica” y “tecnología” como sinónimos), en tanto que poiesis, como el motor
transformador de la naturaleza en un stock o mera reserva de materias primas
para ser explotada ad infinitum (Hui,
2016). Pero el pensamiento de Hui, frente a la primacía de los sujetos, y en
línea con la Ontología Orientada a Objetos (OOO), quiere liberar al planeta
Tierra, a las cosas no-humanas y a los objetos de su determinabilidad
por medio de una posible subjetividad emancipada. Por eso imagina un mundo desantropocentrado, un mundo que ha poslocalizado
al humano, y donde nuestra orientación prospectiva no pasa por volver a un
pasado tecnofóbico ni a una orientación cartesiana
que continúa con las distinciones jerárquicas entre sujetos y objetos. Por el contrario,
pasaría por reapropiarse de ciertas tecnologías de un modo nuevo,
contextualizándolas en el contexto histórico actual, pero, eso sí,
reconciliando la tecnología de forma equilibrada con las prácticas culturales y
ambientales locales, de tal forma que la instrumentalización vuelva a
orientarse a las necesidades comunitarias y ambientales (también entre humanos
y no-humanos).
Por un lado, Hui
sostiene que, para sobrevivir y superar el Antropoceno, cada cultura debe de
reflexionar y transformar las prácticas heredadas con el fin de superar la
Modernidad misma, muy en la línea de lo ya propuesto por Latour en Nunca fuimos modernos (2007). Pero, por
otro lado, Hui incide en reconciliar específicamente la tecnología atendiendo a
las propias prácticas de las culturas locales, de tal forma que la razón
instrumental se reoriente a las necesidades comunitarias. Así, al proponer la
posibilidad de múltiples formas de concebir la tecnología, Hui también señala
la posibilidad de crear múltiples moralidades en el desarrollo civilizatorio.
Cuestión que implicaría, siguiendo a Latour, un nuevo régimen de representación o un nuevo parlamento que incluya a las
cosas y a los seres no-humanos, haciendo frente a la desafección
de lo político, incluyendo por igual a los que
tienen voz y a los “silenciosos”. Un nuevo régimen que implicaría también un
trastocamiento implícito en un sorpaso que empuje a
la tecnociencia (que reposa sobre la certidumbre y los intereses económicos)
hacia la investigación (y las artes) que se aventuran hacia la incertidumbre,
lo desconocido, el riesgo, la ficción y la experimentación. Desde esta apertura
propositiva, podríamos entender que entre las dos no hay en última instancia
mucha relación, salvo que la tecnociencia se compone de lo que antaño fue el
frente de investigación (incluida la investigación artística). Así pues, si
asumimos de que no existe especificidad totalmente objetiva en la ciencia, entonces
podemos empezar a desenmascarar la base de su particular transferencia de
información, es decir, la mediación que despliega la tecnociencia y que genera
una cosmovisión en base a la idea de un “mundo calculable” (Latour 2013, 427).
En conclusión, no
todas las tecnologías son iguales, ni todas las habilidades y productos
artificiales de los múltiples desarrollos culturales pueden reducirse al
término “tecnología”. No hay solo una (occidental y prometeica), ni un solo
lenguaje, sino tantos como mundos posibles existen en constante extinción,
negociación y creación que, por azar o convicción, determinan nuestra
orientación en este planeta Tierra. El antropólogo Philippe Descola ya dio
cuenta de estos asuntos en su obra Más
allá de naturaleza y cultura (2013) presentando sus cuatro ontologías para
repartir las continuidades y discontinuidades entre el hombre y el
medioambiente (el totemismo, el analogismo, el animismo y el naturalismo), pero
Hui va un paso más allá al apuntar que muchas cosmovisiones generan muchas cosmotécnicas posibles, a las que hay que atender y evaluar
en un contexto de urgencia civilizatoria. No se trata hoy, por tanto, de
sustituir la cosmotécnica capitalista por una cosmotécnica china o maya, sino de comenzar la descentralizar
críticamente el concepto occidental, monolítico y capitalista de la tecnología
(y de los prejuicios y estereotipos que tiene asociados) hacia posiciones más
periféricas, al igual que inclusivas, sensatas y plurales. Por eso, quizás, ciertas
prácticas artísticas contemporáneas intentan adelantarse e imaginar lo que está
por venir desde el presente, ayudándonos a imaginar los cambios que podrían
significar, para que así podamos adaptarnos, coproducir o cuestionar dichos
cambios. Al proponer simplemente la posibilidad de que existan múltiples formas
de concebir la terraformación, se abren también
múltiples posibilidades para cambiar nuestro lenguaje y nuestra orientación
cultural con el entorno. Solo así, podemos diseñar la intensidad, la dirección,
el sentido y el vector del desarrollo civilizatorio en compañía de la otredad
no-humana. Pero, al respecto, Hui advierte que el actual aceleracionismo
tecnológico de China parece continuar la lógica capitalista occidental,
poniendo en riesgo la estabilidad climática del planeta. Por eso parece que, en
resumidas cuentas, se hace más necesario que nunca reconectar con las esferas
específicas de las moralidades cósmicas de cada cultura, pero escenificándolas
y reactivándolas de modo nuevo (Hui 2016, 309). Al respecto, observamos cómo
otra obra audiovisual de Liam Young, Planet City
(Ciudad planeta) (Fig. 8) especula con la posibilidad extrema de un consenso
global que disciplinase la tecnodiversidad, desde un escenario
uniformado y compartido: una megalópolis que albergase a toda la población del
planeta Tierra. Sería desde dicha cuidad, que ocuparía aproximadamente el 0,02
% de la superficie planetaria, desde donde la humanidad podría dejar que el
99,98 % restante pudiera regenerarse. Sin duda se trata de una provocación que
no se plantea como realizable, pero que, sin embargo, sí es viable y sí nos
ubicaría frente a ciertos debates de interés de corte transformador y
disciplinario sobre la terraformación (según los
arquetipos de Jim Dator). En palabras de Young: “Planet City está construida completamente a
partir de tecnologías sostenibles que ya están aquí, pero que
simplemente carecen de la inversión o la voluntad política para implementarlas a gran escala. En buena
medida, todos los sistemas necesarios para mitigar los efectos del cambio climático o incluso revertirlo han existido durante años” (Fundación Telefónica 2022, 15)
Figura 7. Liam Young, The Great Endeavour (2022). Fuente: fotografía tomada por el autor
en la exposición
“Liam
Young. Construir mundos”, en el Espacio Fundación Telefónica, 2022
Finalmente, cabe incidir
en la idea de que en la terraformación especulativa
de Planet City, lo humano está condensado y a la
vez descentrado de la superficie terrestre, como única posibilidad para la
sostenibilidad planetaria. El calentamiento global y la crisis ecosistémica no
se presentan ya como un problema tecnológico, sino como una mera cuestión
política y cultural. En Planet City las tecnologías agroalimentarias dominan
las grandes áreas urbanas al tiempo que las infraestructuras logísticas,
operadas mayoritariamente por drones, aseguran los suministros sin presencia
humana alguna. La tecnodiversidad es aquí descartada
y/o aplicada ad hoc, según los sectores
de producción de alto rendimiento al servicio de la megalópolis. Pero hay que
tener en cuenta que la propuesta de Young se plantea, y nos habla, desde un lugar, con una mentalidad situada en un orden en el que las
soluciones a menudo se enuncian desde el centro geopolítico.
Y quizás, desde ahí, bien podrían omitirse otras propuestas e imaginaciones
alternativas que proviniesen de otras latitudes culturales. Un matiz que
conviene considerar como crítica al persistente giro antropocénico
que se dáda
en torno a las geopolíticas del conocimiento, y que es señalado desde el
pensamiento decolonial contemporáneo (Ulloa 2017, 7).
5. Algunas conclusiones
en torno a la escenificación de la terraformación antropodescentrada
Fragmentar y
diversificar la cultura monotécnica significa también, y en
consecuencia, expandir y diversificar la producción cultural y
recodificar la mediación representacional (vehiculizada mayoritariamente por
marcos mediáticos con inercias tecnocientíficas) de nuestras imaginaciones
sobre futuros alternativos. Así pues, para que la terraformación
continuista no se precipite sobre nosotros y nosotras, es necesario que seamos
capaces de moldear y coproducir activamente muchos productos culturales, plurales
e inclusivos, capaces de imaginar futuros alternativos y, sobre todo, que éstos
sean distribuidos y escenificados de forma accesible, heterogénea y democrática.
Productos que, alejándose del pensamiento tecnológico positivista, puedan abrir
un campo de acción a la indeterminación y la subjetividad dentro de la tecno-lógica monolítica e
instrumental de la tecno-ciencia. En este sentido, podemos considerar que la
fragmentación y la diversificación de la producción tecnocultural
que propone Hui es, en sí misma, también una acción política y performativa que
irremediablemente debe tener en cuenta el flujo escénico
de la información dependiente de las traducciones tecnológicas
y computacionales (así como de sus posibles prácticas
abusivas). Para concluir al respecto, cabe recordar cómo contextualiza el filósofo, crítico de arte y teórico de los medios Boris Groys
las estrategias artísticas contemporáneas,
que se ubicarían siempre en un escenario de creación en red extremadamente heterogéneo,
con una generación, traducción
y difusión de imágenes
que en todo momento están siendo “transformadas,
re-escritas, re-editadas, re-programadas en su paso a estas redes” (2008a, 75).
Por
lo tanto, son prácticas que tienen que
tenerdeben tener necesariamente
en cuenta las contingencias del antropodescentramiento, en tanto sus
producciones son siempre interpretadas, invocadas y performatizadas a través de la mediación tecnológica (cada
vez que se visualizan, por ejemplo, en la pantalla de nuestros ordenadores y
dispositivos móviles). Es decir, también están sujetas a las contingencias
cibernéticas de su naturaleza operacional: Por ejemplo, cada vez que una
narración y/o ficción terraformadora viaja a través
de la interpretación del software de
visualización en red, se encuentra (y se nos ofrece) como una puesta en escena
en sí misma, como una performance visual. Por consiguiente, conviene considerar
que la digitalización de los discursos de terraformación
convierte el pensamiento crítico y las artes visuales en un arte escénico.
Porque escenificar algo es también interpretarlo, así como traicionarlo y distorsionarlo,
y esto siempre supone cierto grado de abuso (Groys
2008b, 84).
Para concluir,
observamos cómo la prospectiva terraformadora operada
desde la producción cultural y tecno-artística que hemos tratado en este
artículo, se enfrenta al reto de la traición y el abuso de toda tecnociencia y de
toda tecnocultura que reprima la generación creativa
de imágenes y discursos sobre la pluralidad de cosmovisiones y cosmotécnicas que necesitamos urgentemente para los contextos
de coexistencia macro y micro escalar. Porque en la colisión entre los humanos
y la Tierra, que incluye los fallos de comunicación entre lo geofísico y los
geopolítico, todo lo que contribuya al desmoronamiento de las distinciones –en esencia
y en escala espacial y temporal– de los órdenes de la episteme moderna, jugará
a favor de la una “historia profunda” en la que está en juego la escenificación
del ser humano. Razón por la cual el papel performativo hoy, en la producción
cultural material y virtual, pasa inevitablemente por situarnos estética y
políticamente frente a la metamorfosis que ya aconteció, nos engañó y también
nos despertó, como nos recordó Günther Anders: “La
ausencia de futuro ya comenzó” (2007, pp. 112-113). Tras ese profundo descentramiento
existencial, nos queda poner la imaginación en manos de todo el mundo, pero, eso sí, considerando que ese todo está aún en este mundo. Y eso incluye –fundamentalmente– considerar la
inclusión de la representación de la otredad no-humana en la producción
cultural y artística, con todas sus fricciones y contradicciones asociadas. Porque,
pese a todo, vemos hoy cómo ese antropodescentramiento
es posible y ya está inscrito en producciones culturales, que construyen
cosmovisiones y determinan nuestros comportamientos (como el lenguaje de los Thaayorre), pero también cómo se ensaya cada vez más en
otras muchas producciones que ficcionan el futuro, y
que nos inspiran a vivir de manera diferente desde el presente. Las obras
seleccionadas en este artículo evidencian no solo el gran poder poético del
arte para señalar y problematizar constructos culturales de terraformación
futura, sino también su capacidad para dar forma real, testar y debatir dicho
futuro desde un territorio privilegiado (en términos estratégicos de difusión, interconexión
y reverberación de saberes e imaginaciones posibles).
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BIO
Actualmente pertenece al grupo de investigación
“Practicas artísticas y nuevas formas de conocimiento” (id UCM: 588); es
miembro del consejo editorial de la revista “Accesos. Revista de investigación
artística”; y parte del equipo de investigación “Humanidades energéticas:
Energía e imaginarios socioculturales entre la revolución industrial y la
crisis ecosocial” (PID2020-113272RA-I00, HUMENERGE)
con sede en el CSIC.
En sus proyectos e investigaciones artísticas,
Morilla investiga las relaciones contemporáneas entre estética, política y
ecología cultural, planteando preguntas sobre los procesos del declive
medioambiental y la convivencia multiespecie. Su
enfoque situado persigue la producción crítica de un espacio procomún de
coexistencia, donde poder establecer dinámicas alternativas e imaginativas de
colaboración con la alteridad desde la escucha, el respeto y el equilibro entre
agentes y sistemas frente al colapso ecosistémico de la era del Antropoceno/Capitaloceno.
[1] Esta demoledora frase fue pronunciada por el empresario
Jared Kushner, yerno del expresidente de los Estados Unidos Donald Trump y, en
su momento, uno de los encargados por parte de su gobierno del negociar la paz
entre israelíes y palestinos. Frase citada por Sarah Vowell,
en artículo “The Danger of an Incurious
President”, New York Times, 9 de
agosto de 2017. Disponible aquí: https://www.nytimes.com/2017/08/09/opinion/trump-fire-fury-north-korea.html
[2] Propuesta terminológica, acuñada en el
año 2000 por el químico holandés y Premio Nobel Paul Crutzen, para nombrar la
actual era geológica. El Antropoceno, recogería cómorecogería cómo
los seres humanos han impactado de forma determinante en los ecosistemas
terrestres, y cómo han quedado grabadas sus actividades en la estratigrafía
terrestre desde el comienzo de la Revolución
Industrial, a mediados del siglo XVIII, pero sobre todo desde la Gran
Aceleración de mediados del siglo XX.
[3]
La
concepciónconcepción
espacial de la modernidad es a su vez heredera de la “razón
cartográficacartográfica”,
bien introducida por el geógrafogeógrafo John Pickles (2004, 76) para referirse a una forma particular de
ver (distanciada, científicacientífica
y objetiva) que surgió́ con las prácticasprácticas
e instituciones cartográficascartográficas
en la Edad Moderna, basadas a su vez en una epistemologíaepistemología
y una política de dominio y control de la Tierra,
sus sujetos y sus objetos. Así el espacio se concibió en términostérminos absolutos y mecánicos (cartesianos, newtonianos y kantianos) como un
“espacio estriado” que, siguiendo a Deleuze y Guattari (1980, 483-509), sería
aquel donde las nociones de posición, proximidad y distancia son siempre
mensurables y están bien acotadas y definidas.
[4] Se usa aquí el verbo
“postlocalizar” en relación con el término “postlocativo”, introducido por Marc Tuters
(2011, 3) para designar la superación de la fenomenología de las prácticas con
“medios locativos” que, a su vez, dan nombre al “arte postlocativo”
(Morilla 2021, 218-225).
[5] Cuando los Thaayorre se sientan mirando al sur, organizan el tiempo de
izquierda a derecha; cuando se sientan mirando al norte organizan el tiempo de
derecha a izquierda; si miran al este el tiempo se acerca a ellos; mientras que, si su cuerpo se
encara al oeste, el tiempo se aleja de su cuerpo en dirección al ocaso.
[6]
Cabe recordar aquí que, en la biología, los ritmos circadianos son las
oscilaciones de las variables biológicas (y,
por tanto, de carácter fisiológico) que se dan en intervalos regulares de tiempo,
siempre motivadas por los cambios ambientales.
[7]
Aquí, el término “planetariedad” se usa según lo
introduce Gayatri Spivak en
el capítulo “Planetary” de su libro Death of a Discipline
(2003) como un enfoque ético que supera las fuerzas homogeneizadoras de la
globalización neoliberal.
[8] El conjunto de telescopios que actualmente
forman esta red es: Gran Telescopio Milimétrico Alfonso Serrano (GTM) de
México, Atacama Large Millimeter
Array (ALMA) de Chile, South Pole Telescope (SPT) en
el Polo Sur, Atacama Pathfinder Experiment
(APEX) en Chile, James Clerk Maxwell Telescope (JCMT)
en Hawái, Submillimeter Array (SMA) en Hawái, Submillimeter Telescope (SMT) en
Arizona y el Instituto Radioastronómico Milimétrico (IRAM) 30-m en España.
[9] La idea de la terraformación de planetas aparece ya en la novela de
ciencia ficción First Men:
A Story of the Near
and Far Future
(1930)
del escritor británico Olaf Stapledon, pero es al escritor Jack Williamson a quien se le atribuye la
invención y popularización del término "terraformación"
cuando en 1942, bajo el seudónimo de Will Stewart, publicó una novela de
ciencia ficción titulada Collision Orbit
en la revista Astounding Science-Fiction. Más tarde, otros escritores como
Arthur C. Clarke o Isaac Asimov usarán el término en sus novelas.
[10] El investigador Jim Dator
es el creador de un método de escenarios con cuatro posibles arcos narrativos
(arquetipos) para el desarrollo “Futuros alternativos”. Estos son: (1)
Crecimiento; un escenario de continuación económica donde la automatización
sigue al ritmo del business as usual, y donde el cambio climático
no existe como problema urgente de abordar. (2) Colapso; un escenario donde el
modelo económico y político desemboca en un colapso civilizatorio que desajusta
los ecosistemas de la vida terrestre, y que empuja a una adaptación
mecanicista, rural y de subsistencia local. (3) Disciplina; describe un
escenario donde se impone o se consensua la creación de un marco de acción
legislativo de carácter político, tecnoeconómico y
cultual global que asegure el equilibro planetario. (4) Transformación; un escenario
que alienta un cambio del modelo tecnológico, económico o cultural para
producir una transformación social y (post)humana que siga la senda del crecimiento
sostenible.