estética
del sujeto hipermediatizado.
edición,
estilización y curaduría del yo en la red
aesthetics of the hypermediated fellow
edition, styling and self-curation on the web
Víctor Gabriel García Castañeda
Universidad Autónoma. Barcelona
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Recibido: 04 05 2019
Aceptado:08 08 2019
Publicado: 30 09 2019
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https://doi.org/10.5281/zenodo.7655882
Cómo citar este artículo
García
Castañeda, V. G. (2019). Estética del sujeto hipermediatizado.
ASRI. Arte y
Sociedad. Revista de Investigación en Arte y Humanidades Digitales. (17), 16-29
Recuperado a
partir de http://www.revistaasri.com/article/view/5378
Resumen
En este artículo argumento que las redes sociales
han adoptado el carácter de un mercado de imágenes donde la competencia por la
atención ha devenido en procesos de estetización fundamentados por el uso de
diferentes recursos y estrategias que permiten el control de las autorrepresentaciones
mediante la edición de la imagen del Yo, la distinción personal mediante la
estilización, y la proyección de una identidad visual consistente mediante la
auto curaduría del Yo y las narraciones transmedia.
Palabras
clave:
Yo, estética, edición, estilo, autocuraduría.
Abstract
In this article, I argue that social networks have
taken on the character of an image market where the competition for attention
has turned into aestheticization processes based on the use of different resources
and strategies that allow the control of self-representations through the
edition of the image of the Self, personal distinction through stylization, and
the projection of a consistent visual identity through self-curation and
transmedia narrations.
Keywords
Self, aesthetics,
edition, style, self-curation.
1. Introducción. El
Yo como imagen
Al igual que hoy
se pretende ansiosamente reducir toda la información a un titular o a un tuit,
o las valoraciones a un like, se quiere que
todo adopte una configuración visual, situarlo todo a un golpe de vista. El
hacer ver, el continuo mostrar, nos obliga a reconocer que, en efecto, nuestro
mundo es “publicitario por esencia.” Un primado de valor exhibitivo
con el que las cosas sólo parece que adquieren valor o son interpretables
cuando son vistas, expuestas visualmente. No de manera desacertada se ha denominado
“sociedad de la exposición” a la nuestra, caracterizada por una impresionante
sobreabundancia de imágenes, por una desmesurada inflación icónica. (Martín-Prada
2018, 7)
Internet
es un caleidoscopio de imágenes, una fuente inagotable de productos multimedia
que asaltan nuestra mirada cada segundo durante nuestro incesante scrolling por la pantalla, una máquina
estroboscópica que presenta y representa figuras, cuerpos y ambientes
codificados binariamente en un espacio-tiempo comprimido, una interfaz que
conecta las entradas y salidas de la cada vez más sutil línea que divide lo
real de lo virtual.
El Yo
no se ha salvado de esta dinámica. La llegada de la web 2.0 hace poco más de
una década, es decir, el Internet de las redes sociales, puso al usuario al
centro del escenario, ya no como consumidor pasivo del océano de información
que definió los primeros años de la World
Wide Web, sino como productor de los contenidos, las imágenes, las
narrativas e, inclusive, de su propia proyección virtual como marca un producto
y marca comercial.
Ahora,
con la llegada de la llamada economía compartida y el paso de la sociedad de la
información a la sociedad creativa (Reimeris 2016),
este fenómeno se ha extendido aún más: toda la responsabilidad de los
contenidos y dinámicas parece recaer en el usuario, mientras las plataformas se
presentan solo como soportes y dispositivos de regulación de los contenidos, es
decir como estructuras de interconexión que, de paso, también recolectan datos
y afinan sus algoritmos de sugerencia. Ante esto, el sujeto de la época digital
se convirtió en producer: productor,
consumidor y usuario mediador de los contenidos multimedia (Bruns
2008).
Dada la
hiperproducción de productos multimedia en la red, muchas de las plataformas sociales
han tomado la forma de un mercado de imágenes donde la comunicación se rige por
la fotografía, el GIF, el video, los memes, los emojis, los hipervínculos, los
encabezados clickbait y las capturas de
pantalla. Pero todos estos recursos también se han puesto a la disposición de
la construcción de identidades personales virtuales que luchan por la atención
y el reconocimiento de los millones de observadores y navegantes de la red.
Es en
este contexto de competencia por la visibilidad en el que muchos de los
usuarios de Internet se han visto empujados a adoptar una serie de estrategias estéticas
para definir su propia imagen virtual, seducir la perpetua mirada de los
observadores –porque, sobra decir, en la red siempre uno está siendo observado–
y distinguirse entre los millones de imágenes que se comparten en la red
diariamente.
En este artículo
argumento que en el despliegue del Yo en la red se ve implicado un proceso
estético que sirve para optimizar la disposición de la imagen personal en la
red como un producto de consumo fugaz. Planteo tres dimensiones de este
proceso: la edición sistemática de la imagen del Yo virtual gracias a la
accesibilidad de herramientas tecnológicas; la estilización de la figura
virtual del Yo a través de referentes simbólicos que le añaden un valor
distintivo a su imagen; y la propia curaduría del Yo, la cual se refleja en el
minucioso cuidado y diseño de una imagen personal que emana en su proyección
una narrativa idealizada en la red.
Sobran los ejemplos
empíricos de usuarios: influencers, youtubers, streamers e instragrammers que recurren a estas estrategias para tomar
ventaja en la economía de la atención, para presentarse como personajes de sus
propias historias y en sus propios escenarios, así como para convertirse ellos
mismos en experiencias multisensoriales, es decir, en verdaderos cuerpos-ambiente
de índole virtual.[1] A
la par, este fenómeno ha devenido en la mutación del Yo como su propia marca
comercial –completamente monetizable– y como vocero
de estilos de vida aspiracionales y reconocidos como bellos. Cabe mencionar que
estas tres dimensiones no son independientes, sino que se yuxtaponen y recubren
en sus propias dinámicas. Esto significa que muchos de los elementos que
conforman el despliegue de las estrategias estéticas de presentación personal
en la red se comparten y profundizan en cada dimensión.
Este estudio parte
de las investigaciones que se han hecho en torno a la cultura visual
contemporánea (Prada 2018; Fontcuberta 2017; Brea 2010; Brea 2005)
especialmente el fenómeno del autorretrato digital –la selfie–
(Brooke 2014; Storr 2017; Senft
& Baym 2015; Gómez Cruz & Thornham
2015) y de los estudios identitarios en Internet (Turkle
1997; Boellstorf 2008; Cover
2016), y pretende aportar elementos para entender las presentaciones estetizadas del sujeto contemporáneo hipermediatizado
en las redes sociales, particularmente Instagram.
2. Editarse a sí
mismo. El control de las representaciones
La creación fotográfica, que desde hace tiempo salió del
reino de la especialización científica y entró al del uso diario por la mayoría
de la gente, ha ido haciéndose cada vez más simple, dependiendo de ademanes
automáticos e intuitivos que permiten a cualquier fotógrafo, sin importar sus
habilidades técnicas, crear imágenes impresionantes que, gracias a su carácter
electrónico, pueden ser transmitidas fácilmente y compartidas en línea, lo cual
hace de la asociación entre la fotografía digital y el uso del internet una
realidad incuestionable. Creada para y compartida en las plataformas en línea,
como son las redes sociales, la fotografía digital ha cesado de ser un objeto
discreto, aislado en álbumes o marcos, para convertirse en un flujo constante
de imágenes y estrategias de representación. (Caldeira
2016, 135)
A diferencia de lo que sostenía Walter Benjamin en su ensayo Pequeña historia de la fotografía
(1989, 70), quien afirmaba que la democratización de la fotografía comercial en
las masas trajo consigo un debilitamiento conforme a lo estético, en la
actualidad parece suceder lo contrario: dado que las habilidades técnicas no
son necesarias para tomar una “buena” fotografía, el usuario común ahora puede
invertir ese esfuerzo en la misma preparación estética de los contenidos
multimedia que se comparten en la red.
Si para tomar una
fotografía hace medio siglo era necesario contar con conocimientos técnicos
especializados, las tecnologías digitales contemporáneas han optimizado esos
procesos para otorgarnos una potente cámara automatizada en nuestros teléfonos,
filtros personalizables para editar nuestras imágenes y una miríada de redes
sociales para compartirnos como imágenes. Este avance en la accesibilidad de
tecnologías digitales e integradas cada vez más potentes ha creado un efecto de
democratización en el acceso a herramientas que permiten manipular la imagen
del Yo en la red, así como sus presentaciones y representaciones.
Es en este contexto que entra la actividad de
la edición del Yo en la red. Editarse a sí mismo significa entrar un
juego de máscaras donde se negocian intencionalmente presentaciones públicas y
velaciones privadas. El sociólogo canadiense Erving Goffman ya había abordado
este carácter de la socialización en La presentación de la persona en la
vida diaria (1981) a través de su famosa “metáfora teatral,” en la cual se
plantea al individuo como un actor en la sociedad que lleva a cabo un rol o un
papel, tal como si sucediera en una obra de teatro. Aunque Goffman entonces
advertía que su teoría solamente se aplicaba a las interacciones cara a cara,
en el contexto actual donde es posible comunicarse sin las limitantes
espaciales y temporales, no sólo es posible aplicar estos planteamientos de
manera similar, sino que sus posibilidades se amplían al contar con un meta trasfondo
que escapa de la vista del observador.
Las peculiaridades
del entorno digital potencian la capacidad del usuario de construir y
representar un personaje, de presentar su identidad de manera controlada y
selectiva, a fin de ofrecer una versión idealizada de sí mismo. Dado que no se
produce un encuentro cara a cara ni tampoco necesariamente el usuario se ve
interpelado por la simultaneidad temporal que sí existe en las interacciones
del mundo físico, aquél puede decidir qué, cómo, cuánto y cuándo revelar de su
identidad. (Serrano-Puche 2012, 12)
Como afirma Casey Neistat, un youtuber que por unos
años realizó vlogs[2]
diarios en la plataforma, la ventaja que tienen otros creadores de contenido en
la red como él es que ellos pueden “editar” sus vidas, mostrando
intencionalmente solo las facetas que quieren hacer públicas y omitiendo los
lados negativos de su vida.
Mi
especie de filosofía cuando hacía vlogging
diarios era incluir todos los aspectos felices, divertidos e interesantes de
las 24 horas del día de mi vida y convertirlas en un video de 10 minutos.
Escogí ese acercamiento porque, así como muchos de ustedes, disfruto de videos
que me hacen sentir bien a diferencia de los que me hacen sentir deprimido […]
Pero, creo que eso significa que hay gran una oportunidad en los observadores
para ver esto como la totalidad de mi vida, como si todo segundo en mi vida
fuera así de feliz, ¡y no lo es así! La vida de nadie es así. Trato de vivir
como la persona más feliz y divertida que pueda, pero la vida es un constante
fluir […] La diferencia en los vloggers,
yo incluido, es que nosotros tenemos la oportunidad de editar nuestras vidas,
editar las partes malas y dejar las partes felices. (Neistat
2017)
En Internet, los
usuarios tienen la oportunidad de presentarse selectivamente frente a los
demás, de elegir la fachada personal y sus ornamentos, sus escenarios, los grupos
de amigos que los rodean y la cultura que se consume –cuando se va a un
concierto, a un restaurante o a un museo–. Así, es posible dividir los elementos representados en las fotografías
de Instagram en cuatro categorías de representación: la representación parcial
o total del Yo; la representación del Otro; las representaciones de estos dos
últimos juntos (fotografías grupales, por ejemplo); y, finalmente, objetos, los
cuales pueden incluir objetos inanimados (como la comida, los paisajes o
eventos sociales) (Caldeira 2016, 135). Para Caldeira, las representaciones del Otro y de los objetos
también son representaciones indirectas del Yo, mientras que las otras dos son
representaciones directas.
Editarse a sí mismo,
como lo entiendo aquí, es precisamente eso: poder elegir la representación del mismo Yo que se busca desplegar en la red y, además,
poder corregirla y aumentarla en tiempo real, omitiendo los límites técnicos
del pasado mediante el uso de dichas herramientas con la intención de proyectar
una figura “presentable.”
Así, el acto de editarse a sí mismo no se limita solamente
por el uso de los dispositivos, el hardware o el software, sino que también se
refiere a la misma performatividad del cuerpo frente a la cámara, sus
ornamentos y escenarios, así como de sus acciones y los contenidos que comparte
en Internet. Como afirman Chua y Leanne (2016) en un
estudio sobre los usos de Instagram en mujeres adolescentes de Singapur:
Las características editables y de
autoproducción de las redes sociales otorgan a las mujeres la flexibilidad de
refinar y replantear sus imágenes de sí mismas como preparaciones en el
trasfondo antes de la exhibición en el escenario principal para acercarlas a su
ideal de belleza. A través del diseño, la planificación y la edición
deliberadas, las mujeres pueden resaltar sus mejores características y ocultar
sus imperfecciones frente a otras. (Chua y Leanne
2016, 195)
El refinamiento de
estas prácticas ha provocado que cualquier persona se pueda convertir en un
modelo o una celebridad y amasar millones de seguidores sobre quienes se
proyecta una vida estilizada, “bella” y digna de ser vivida. Si antes el
modelaje se reservaba solamente para una élite genéticamente favorecida, la
actual abreviación de procesos técnicos en la fotografía y el video ha generado
toda una nueva apropiación del modelaje en la vida diaria. Si bien, la genética
y la belleza corporal juegan todavía una parte importante en el despliegue de
la imagen personal en la red, ahora es posible evadir algunos de sus obstáculos
durante su edición en postproducción. En este sentido, ahora no solo tenemos
supermodelos (quienes siguen existiendo en la industria de la moda), pero
también influencers, creativos y otros
creadores de contenidos que atrapan a un público utilizando las mismas
estrategias estéticas.
Pero, al mismo
tiempo, la labor y la inversión de recursos estéticos y corporales para
desplegar una figura estilizada y bella también se ha transferido a estos
nuevos usuarios de la red. Tal como los modelos, el usuario que se inserta en
estas prácticas debe saber proyectarse, emanar a través de su cuerpo y
escenario una forma simbólica que se asemeje a un ideal, a un arquetipo supremo
incrustado en la mirada de quienes lo reconocen así, ya no solo en el mundo de
la moda, sino del público en general.
En virtud de lo
anterior, editarse a sí mismo puede ser entendido como un “sentido práctico”,
en palabras de Bourdieu (2007), para presentarse de diferentes maneras mediante
la pose, el vestido, los ademanes y posturas corporales frente a la cámara
fotográfica y de video. Al acto de retratarse –a sí mismo, el escenario que se
ocupa o el paisaje que lo rodea–, le sigue un proceso de postproducción, donde
se echa mano de todas estas herramientas tecnológicas para retocar la imagen y
otorgarle cierto halo estético.
Así, el concepto de
edición que propongo en este artículo apela a la pre-producción y
predisposición de los cuerpos y los escenarios, así como su edición en postproducción
mediante el uso de herramientas tecnológicas de fácil acceso que cargan con un
diseño que le permiten al usuario navegar a través de ellas de manera
intuitiva. Esto no significa que los retos técnicos se hayan eliminado del
todo, ya que, quienes sepan operar los programas y dispositivos de captura y
edición con mayor habilidad, son quienes tendrán una mayor ventaja estética
sobre los demás en su presentación en la red, pero al menos es claro que han
sido relegados hacia un segundo plano o se han sustituido por otras demandas
técnicas, como el utilizar estrategias de community
managment para mantener un enganchamiento con la
audiencia o el análisis de datos de tráfico.
2. Estilizarse a sí
mismo. Autenticidad y aspiracionalidad
La autenticidad, más que una realidad psicológica actual,
es un valor social, y como tal expuesto a sujeciones: la orgía de revelaciones
sobre uno mismo debe plegarse a nuevas normas, ya sea el diván del analista, el
género literario o la «sonrisa familiar» del político en la tele. De todos modos,
la autenticidad debe corresponder a lo que esperamos de ella, a los signos
codificados de la autenticidad: una manifestación demasiado exuberante, un
discurso demasiado teatral no producen efecto de sinceridad, la cual debe
adoptar el estilo cool, cálido y comunicativo; Más
allá o más acá, resulta histriónico o neurótico. Hay que expresarse sin
reservas, […] libremente, pero dentro de un marco preestablecido. (Lipovetsky 2000, 66)
En las redes
sociales no basta con predisponer las fachadas para su consumo y usar las
herramientas tecnológicas para editar la imagen personal. Sobre la actividad de
la edición también se despliega un proceso de estilización en sí mismo, que es
el que define en su contorno la figura particular del Yo proyectado en la red. En
este sentido, no basta con representarse “presentablemente”, sino representarse
con un estilo propio, no necesariamente individual, pero común al del grupo que
apela. Como afirma Lev Manovich: “La identidad
cultural ahora se establece mediante pequeñas variaciones y diferencias, así
como la hibridación de posiciones ya establecidas” (2017, 89), por lo que el
fenómeno de la estética Instagram es una muestra de la fusión entre la
fotografía y el diseño que permite la producción de imágenes estilizadas.
El tercer tipo común de fotos en Instagram (y un ejemplo
diferente de la fotografía competitiva en Instagram) que ahora analizaremos en
detalle son las imágenes que llamamos diseñadas. Estas son fotos que se han
arreglado y editado para tener un aspecto estilizado distinto. Aunque conservan
las propiedades básicas de la fotografía moderna (escena mostrada en
perspectiva producida por la luz enfocada por las lentes), estas imágenes
también tienen características del diseño gráfico moderno. (Manovich 2017, 67)
Bajo esta visión, estilizarse
a sí mismo de manera efectiva significa arroparse de la fotografía y el diseño
para lograr añadirle un valor estético a la figura personal del Yo en la red.
Similar a lo que plantea Hermógenes (1993, 105)[3]
en su análisis de las formas del estilo de la oratoria y la retórica de la
Grecia Antigua, para que exista una mayor eficacia en las referencias
simbólicas y en la captación de la atención de los observadores, es necesario
ser claros, grandiosos, bellos, vivaces, portar un carácter, proyectar
sinceridad y poseer una serie de habilidades para desplegar su actividad.
Todas estas
características se presentan en mayor o menor medida en los usos de la imagen por
parte de los influencers: una claridad sobre
lo que se ofrece visualmente en tal o cual perfil (una consistencia visual),
una grandiosidad en su presentación que tenga una efecto aspiracional en los
espectadores, una belleza de los cuerpos y los paisajes retratados, una
vivacidad que logre otorgarle un carácter tenaz a su imagen, una sinceridad
que, si bien es artificial, provoque enganchamiento con las audiencias y,
finalmente, la posesión de habilidades y recursos estéticos y técnicos para
presentarse en la red.
Dado que la ventaja que ofrecen plataformas como
Instagram, así como aplicaciones dedicadas a la pura edición de fotografías, es
que es posible maximizar la dimensión estética invirtiendo el mínimo esfuerzo
técnico, esto pone al alcance de cualquier persona la capacidad de presentarse
de una manera idealizada y estilizada. De ahí que se puedan incorporar
intenciones emocionales y afectivas en las fotos que se comparten: un filtro
sepia para denotar nostalgia; un filtro en blanco y negro para hacer más
artística la imagen; un filtro psicodélico para denotar introspección; un
filtro con colores sobresaturados para darle un toque vintage; o bien,
los usos de emojis y hashtags para insertar narrativas textuales sobre el
soporte audiovisual, lo que desemboca en el meticuloso diseño de una
experiencia audiovisual. Todos estos elementos le otorgan un estilo particular
a cada producto multimedia que se publica.
La desenvoltura del
usuario que posa en la fotografía, la naturalidad con la que lleva a cabo su actividad
es lo que produce un efecto aspiracional en el público. Se aparenta la imagen
de estar siempre camera-ready, cuando en
realidad la fotografía o el video solo captan una figura en un tiempo y un
espacio determinados, un evento que no es más que el clímax performático
mediante el cual se despliegan capitales estéticos y recursos corporales
reconocidos como bellos.
En este sentido, la magia del influencer consiste
precisamente en hacer que esos momentos mundanos aparenten ser momentos
extraordinarios. Mediante un análisis de doce mil fotografías en Instagram, Caldeira encontró que la gran mayoría (más del 90%) corresponden
a “momentos mundanos”. El auge de los bloggers
de lifestyle en este tipo de plataformas
responde a dicha condición.
Un blog de estilo de
vida se define mejor como una representación de contenido digital de la vida
cotidiana y los intereses de su autor. Un blogger
de estilo de vida crea contenido inspirado y curado por sus intereses
personales y actividades diarias. Como tales, los blogs de estilos de vida a
menudo son altamente personalizados por su ubicación, la etapa de la vida y la
experiencia del autor [...] Los bloggers
de estilos de vida comparten una amplia variedad de contenido centrado e
inspirado en sus vidas personales, especialmente la familia, el hogar, los
viajes, la belleza, la comida, recetas, moda, maquillaje, diseño y decoración.
Este estilo de amplio intercambio de contenidos inspirados directamente de sus
vidas difiere drásticamente de los blogs de moda, blogs de mamás y otros blogs
más segmentados y especializados, ya que tienden a compartir siempre una amplia
variedad de contenido en otras categorías de blogs (“What is a lifestyle
blogger?”, 2012).
La presentación de
lo mundano tiene un efecto doble de proyectar autenticidad y demandar enganchamiento
con la audiencia. Como sostiene Alice Warwick (2015), los instafamous
pueden ser definidos como individuos cuya propia proyección personal en la red
tienen un efecto aspiracional en su público gracias al aspecto que se proyecta,
a mostrar riqueza económica y cultural, así como la facilidad que implica para
cualquiera poder incorporarse en estas dinámicas.
Estas
personas han logrado ganar inmensas audiencias en Instagram, una tecnología
gratuita y fácil de usar disponible para prácticamente todos con un teléfono
inteligente y un plan de datos. Por lo tanto, su fama parece alcanzable para el
espectador promedio. Si bien muchos jóvenes sueñan con la fama, el trabajo
involucrado en convertirse en atleta o cantante puede ser muchos pasos
eliminados de sus vidas cotidianas. Sin embargo, publicar en Instagram, o
etiquetar una selfie con #instafame, es
relativamente simple. Y, como se sugirió anteriormente, la naturaleza siempre
activa y móvil de Instagram da un aire de autenticidad y veracidad que los
meros tweets o publicaciones de blog no pueden (Marwick 2015, 157)
Esto no solo sucede
en Instagram. Plataformas como YouTube o Twitch
también le exigen a sus creadores de contenidos ser
auténticos para mantener cautivas a sus audiencias. Algunos youtubers
(Kjellberg 2017) incluso han subido videos a la
plataforma hablando sobre lo difícil que puede ser mantener una fachada de
optimismo y positividad en su constante labor de compartirse en la red.
La autenticidad es también esencial en YouTube, porque la
autopresentación no es anónima. Los presentadores están físicamente presentes
en la pantalla, lo que hace significativamente más difícil la noción de
esconder la autenticidad, a diferencia de los blogs escritos o las salas de
chat. En YouTube, la mayoría de las actividades se sitúan alrededor de las
presentaciones físicas del Yo y sus interacciones. Al ser una característica de
la formación identitaria moderna, la autenticidad es también algo
inherentemente ligado a la performatividad, lo cual queda subrayado por el
hecho de que la autopresentación es primera y ultimadamente una forma de
autentificarse frente a una audiencia (Mosebo 2012,
106).
Por lo anterior, es
posible afirmar que la hiperproducción de las formas y los estilos en
plataformas como Instagram o Pinterest son ejemplo del refinamiento estético y
popularizado que despliegan los usuarios para proyectar figuras distintas y
distintivas puestas en operación para enganchar a las audiencias. Aunque es
posible argumentar que por cada persona existe un estilo particular –una forma
específica de hacer las cosas y de proyectarse en la red–, lo cierto es que no
todos los estilos son efectivos para captar la atención de los observadores,
mucho menos para añadirle un carácter aspiracional al contenido que comparten.
Esto dependerá de muchos otros factores, sin embargo, se sostiene que la presentación de contenidos multimedia
estilizados, distintos y distintivos, aunque sea sutilmente, provoca en el
observador un efecto de enganchamiento y aspiración.
3. La curaduría del
Yo. El sujeto estetizado como marca comercial en la
red
[…] las redes sociales son únicas porque crean nuevos
espacios de exhibición en los que las adolescentes tienen el máximo control
sobre la producción, selección y exhibición de las imágenes editadas. Entre el
ideal de la belleza y el ser real, las redes sociales permiten la creación de
otra imagen de sí mismo en línea que es más cercana al ideal pero que, sin
embargo, mantiene la autenticidad a un nivel aceptable. (Chua
y Leanne 2016, 195)
El último momento
en el proceso de estetización del Yo en la red se refiere a la autocuraduría de la propia imagen virtual. Si la edición
prepara las representaciones antes y después de su producción, y la
estilización las viste de un halo seductor que las predispone para su consumo,
la actividad de la autocuraduría opera en el nivel de
la narrativa y la consistencia audiovisual, además de tener implicaciones en la
construcción del Yo como producto y marca comercial.
Tal como un
comisario de arte organiza obras y las pone en diálogo en un espacio, la imagen
del Yo en la red también es susceptible a la misma actividad. Como afirma David
Kasch:
Dentro de la definición del Yo curado, hay
cuatro componentes importantes: (a) los Yo curados son presentaciones
personales digitales que tienen un significado en los entornos cibernéticos y
físicos; (b) las auto-presentaciones digitales son un proceso continuo de
incorporación digital; (c) la incorporación digital surgió de la organización
de elementos mediáticos (es decir, el montaje, revisión, refinación y edición
de fotografías, textos, videos y visuales avalados, no previos a esta
actividad); y (d) los individuos curaron sus presentaciones personales para
obtener beneficios sociales en entornos cibernéticos y personales. Llamo a
estas autopresentaciones "curadas" porque los estudiantes
intencionalmente, y en ocasiones de manera muy pensada, diseñaron sustitutos
digitales de sí mismos para que sirvan simultáneamente como extensiones y
disrupciones de cómo se ven a ellos mismos en entornos físicos o personales. Al
igual que la curaduría de un museo, los estudiantes crearon presentaciones
personales digitales que reflejaban una disposición de contenido que impartía
un rico significado simbólico y literal a los espectadores. (Kasch 2013, 90-91)
Es posible pensar
las redes sociales, en su carácter de plataformas expositivas y accesibles en
todo momento, como espacios de exhibición del Yo. En este sentido, los usuarios
de las redes sociales, directa o indirectamente, curan la imagen de su Yo cada
vez que comparten algo en la red. Si la eficiencia social de un perfil – su
“popularidad”– depende de recursos como el mantenimiento de interacciones con
su público, el ritmo de las publicaciones, la proyección de seguir un estilo de
vida aspiracional, etc.; la eficiencia estética se sostiene por la selectividad
sobre lo que se decide compartir u ocultar en la red, misma que refleja cierta
consistencia estilística en torno a los contenidos multimedia que se comparten
y, por tanto, una cierta eficiencia en el mercado de las imágenes y en la
competencia por la atención que se debe en parte importante a los esfuerzos
dedicados a su producción.
En este sentido, la
exhibición pública de la imagen del Yo
proviene de una selección anticipada de materiales editados, revestidos
simbólicamente con un estilo y presentados selectivamente a los observadores en
espacios virtuales de exhibición por un tiempo determinado –ya sea una story corta y efímera en Instagram o todo el “muro” del
perfil– que a su vez permiten la interacción de los observadores.
La autopresentación en las redes sociales
implica la producción de artefactos que pueden permanecer mucho tiempo en los
espacios virtuales de exhibición en lugar de la improvisación que solo existe
en el momento de la presentación. La visualización prolongada de autoimágenes
intensifica el juicio entre pares, de modo que las plataformas permiten
recopilar comentarios y pruebas sobre niveles de atención entre pares durante
un período prolongado de tiempo. Las redes sociales, por lo tanto, se
convierten en una mezcla de espacios de exhibición y centros de votación,
mientras que las adolescentes recopilan "me gusta" y seguidores para
verificar su éxito en ganar el reconocimiento de sus pares de auto-presentación.
(Chua y Leanne 2016, 195)
Khalid, Jayasainan y Hassim ofrecen un buen ejemplo sobre lo que implica
mantener una curaduría del Yo en redes como Instagram a través del caso
particular de uno de sus usuarios:
La mayoría de sus publicaciones incluyen
tomas parciales de piernas y manos para que capture el momento de sí mismo y de
otras personas que disfrutan del festín. Además de eso, le gustaría que sus
espectadores presten atención a los detalles y los arreglos de los alimentos
para que pueda atraer el interés del espectador de saber más sobre el lugar en
el que ha estado. En este caso, el uso de #cafehopkl llevará a otros usuarios
de Instagram a su página y ayudará a aumentar su número de seguidores. Basados
en la consistencia de sus publicaciones, sus seguidores tendrán una cierta
expectativa de que las publicaciones tendrán un estilo y un tema similares. En
una de sus muchas publicaciones, hizo un experimento en el que trató de alejarse
de su estilo normal, que involucraba flat-lays
[fotografías de artículos sobre superficies planas]. La publicación provocó muchos
comentarios que decían que ese no era su estilo y que de hecho era algo
diferente. leochan_kh también utiliza el mismo tipo
de filtro o edición de imagen con matiz gris, negro, marrón y blanco. Esto es
para asegurar que el enfoque principal de la composición sean las colocaciones
de alimentos y accesorios que rodean y que exudan colores vibrantes. Para
capturar este tipo de publicaciones, se requiere usar luz natural para resaltar
los colores del objeto en la composición. leochan_kh
ha seleccionado cuidadosamente cierto tipo de cafés que pueden adaptarse a su
estilo de composición fotográfica, ya que necesita mantener su estilo para que
se asemeje a su identidad. También había declarado en su conjunto de etiquetas
que solo está usando un iPhone para capturar sus fotos. Esto puede verse como
un sentido de pertenencia de una determinada comunidad de usuarios de iPhone
que fue etiquetada en su lista de hashtags como #iphoneonly (Khalid; Jayasainan; Hassim 2018, 7).
La autocuraduría permite entonces establecer una narrativa
sobre la identidad de quien publica. Permite poner en
diálogo diferentes contenidos multimedia dentro de una misma matriz simbólica
que no necesariamente se limita a una sola plataforma, sino que se pueden
extender hacia otras en un despliegue transmedia.
Esta identidad consiste en poder narrarse episódicamente –mediante cada
actualización del estado en Facebook, la publicación de una “historia” en
Instagram, la escritura de un tuit, la compartición de un hipervínculo que
lleva hacia alguna canción o alguna nota de prensa, etc.–, y de manera
descentralizada. En contra de lo que sostienen los autores de la
postmodernidad, la identidad contemporánea no está fragmentada, disuelta de sus
referentes, sino que es nodal, esto quiere decir que siempre se mantiene a
través de conexiones reticulares, ya sea auto o extrareferenciales.
La actividad de la autocuraduría tiene un efecto importante en la construcción
del Yo como marca comercial. Dada la facilidad en el uso de dispositivos de
estetización y plataformas de proyección, las redes sociales han puesto en
manos de cualquier persona el acceso a la celebridad y la influencia en sus
públicos.
Desde principios de la década de 2000, el self-branding se practicaba no solo por
aquellos para quienes se esperaba una imagen pública fuerte (como deportistas,
músicos profesionales y demás), sino también por personas "comunes"
que habían medido astutamente las posibilidades de comercialización de las
tecnologías convergentes contemporáneas, particularmente las redes sociales. Si
bien fue posible establecer una fuerte identidad en línea a través de blogs
personales y sitios web, plataformas como Facebook, YouTube, Twitter e
Instagram aceleran y acentúan los medios por los cuales los usuarios pueden
empaquetar, realizar y vender una marca personal lucrativa en varios sitios en
línea. (Khamis; Ang; Welling
2016, 5)
Por lo
anterior, no sorprende que los influencers y
las micro-celebridades que habitan en las redes sociales pongan el mayor
cuidado posible en los contenidos que comparten en la red ya que se sabe, como
un sentido práctico mimetizado, que el éxito en las redes sociales y la
acumulación de seguidores tiene como uno de sus fundamentos la transformación
del Yo en una marca comercial y en una experiencia multimedia estetizada. Todo esto con la intención de tener una ventaja
en la cada vez más competida economía de la atención dentro del el contexto contemporáneo
de la sobresaturación informacional.
El self-branding
a través de las redes sociales gira en torno a la atención y la narrativa y
amplía significativamente el potencial de fama y celebridad. Las narrativas
convincentes pueden atraer al público por una multitud de razones: pueden ser
inspiradoras, relacionables, instructivas, preventivas, etc. Lo que importa es
que encuentran seguidores en las redes sociales y, por lo tanto, se destacan en
la economía de la atención. Además, a través de las narrativas de los medios de
comunicación, los distintivos de todas las marcas efectivas se mantienen
teóricamente (coherencia, carácter distintivo y valor) y la marca se consolida
a medida que el público/seguidores/fanáticos la integran en sus propios flujos
de medios individualizados a través de los likes,
las comparticiones y los comentarios. Este espacio de diálogo y colaboración
facilita el self-branding, ya que los
usuarios que buscan atención producen una persona pública que es específica y
estratégica. (Khamis; Ang; Welling
2016, 6)
Finalmente,
cabe resaltar que las estrategias estéticas no son estáticas, sino que cambian
conforme a las tendencias visuales y tecnológicas. Esto quiere decir que no
existe como tal una sola “estética Instagram” permanente. Todo dependerá del
usuario que comparte sus publicaciones y de la audiencia que la consume.
3. Conclusiones
Como he argumentado
hasta ahora, la curaduría del Yo y de sus autopresentaciones directas o
indirectas, es necesario mantener una edición pre- y post-, una estilización
que hace de sus publicaciones algo distinto y distintivo, así como una
consistencia visual que permita capturar –en el minúsculo momento que sus
publicaciones pasan en el incesante scrolling–
la mirada del espectador a través de un ritmo y una consistencia
multimediática.
Edición,
estilización y autocuraduría son tres momentos que se
despliegan en el proceso de estetización del Yo en la red mediante el uso de
recursos y estrategias que permiten adornar los cuerpos y los paisajes
retratados, ya sea directamente como en la selfie,
o indirectamente al modo del mise en scène.
Este proceso es
determinado por el carácter “imaginador” de las redes sociales. Debido a que en
Internet las presentaciones del Yo se reducen a su propia imagen, es en este
terreno donde se despliegan las luchas estéticas y la competencia por las
miradas de los espectadores en la economía de la atención.
Esta investigación
aporta elementos para entender algunas de las dinámicas que forman parte de los usos diarios de las
tecnologías digitales, no solo por parte de micro-celebridades, influencers, instagrammers,
youtubers o twitstars,
sino de cualquier persona que tenga a la mano un teléfono inteligente y un
perfil en alguna red social.
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BIO
Víctor Gabriel
García Castañeda (Torreón,
México, 1988) es estudiante del Doctorado en Filosofía en la Universidad
Autónoma de Barcelona donde investiga la relación entre el sujeto y las
tecnologías digitales, específicamente la imagen del Yo en las redes sociales.
Estudió la Maestría en Sociología en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad
de México realizando una tesis sobre la construcción identitaria en Internet, y
la Licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales en el Instituto Tecnológico y
de Estudios Superiores de Occidente, en Guadalajara, México. Previamente ha
trabajado como editor en un periódico, como consultor de comunicación política
y asistente de investigación. También escribe para diferentes revistas sobre
Internet, música y cultura popular.
[1] Con “cuerpo-ambiente” me refiero al carácter de interfaz
que cobra un perfil en alguna de las redes sociales. Este perfil, que forma
parte de la proyección virtual de la imagen y el cuerpo del Yo [disembodiment], opera como un espacio interactivo,
sensorial e inmersivo que permite alojar sentidos y relaciones. Visto de esta
manera, un cuerpo-ambiente opera en ambos sentidos, como figura descorporeizada
del Yo virtual y como un medio ambiente que aloja y permite relaciones entre
usuarios.
[2] La palabra vlog es un amalgamiento de las
palabras “video” y “blog”. Es un formato de video muy popular en YouTube
mediante el cual los usuarios graban los acontecimientos diarios de su vida
para publicarlos en la plataforma.
[3] Las
formas del estilo que describe Hermógenes se refieren específicamente al estilo
de la oratoria griega en el siglo V a.C. Dado el carácter público de la
actividad de la oratoria, es posible hacer una analogía respecto de estas
formas con el tema de la presentación del Yo en las redes sociales que nos ocupa
en este espacio, dado que el concepto de estilo al que nos referiremos aquí no
está muy alejado de esta concepción.