EL DILUVIO DIGITAL
LAS PREGUNTAS
ESENCIALES DE LAS HUMANIDADES EN LA SOCIEDAD RED
the digital flood: the substantial
questions of the humanities in the network societies
Jaime Repollés Llauradó
U-tad. University of Technology
and Design. UCJC
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Recibido: 26 05 2019
Aceptado: 14 09 2019
Publicado:30 09 2019
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https://doi.org/10.5281/zenodo.7656503
Cómo citar este
artículo
Repollés Llaudaró, J. (2019). El diluvio digital.
Las preguntas esenciales de las humanidades en la
sociedad Red.
ASRI. Arte y
Sociedad. Revista de investigación en Arte y Humanidades Digitales. (17), 77-92
Recuperado a
partir de http://www.revistaasri.com/article/view/5382
Resumen
Nuestra relación con el medio social
está condicionada por flujos de información en los que las tecnologías
digitales transforman cualquier aproximación y comprensión de los
fenómenos culturales. Trascendiendo los
sistemas de representación analógica, la cultura digital genera, modifica y
transmite continuamente contenidos textuales, visuales y sonoros. ¿Cuál es el
papel de las humanidades en las sociedades red actuales?
Palabras clave
Diluvio Digital, Imaginario Material
del Agua, Mercurius Digital.
Abstract
Our
relationship with the social environment is conditioned by information flows in
which digital technologies transform any approach and understanding of cultural
phenomena. Transcending systems of analog representation, the digital culture
generates, modifies, and transmits continuously textual, visual, and sound
content. What is the role of the humanities in today's network societies?
Keywords
Digital
Flood, Imaginary Material of Water, Digital Mercurius.
La información está inundando hasta los últimos confines del
planeta, con el riesgo de anegar por completo el mundo analógico, impidiendo
que tengamos experiencias sin la interposición de pantallas y redes digitales. Vivimos
inmersos en la sociedad digital, la sobreabundancia de información parece
empapar cualquier relación con nuestro entorno, cada vez resulta más complejo
reconocer la vinculación entre esas representaciones y otros fenómenos externos
al propio medio digital. Por este motivo la leyenda del Diluvio es el mito que
nos puede explicar la génesis de la sociedad digital. En las últimas décadas
los humanistas se afanan en conservar la tradición en el escurridizo software
de las arcas cibernéticas, transformado la cultura de los libros en archivos prácticamente
inmateriales, protegidos y compartidos. Por este motivo debemos preguntarnos de
qué nos pueden servir la estética, la antropología, o los estudios de mitología
en los análisis de la cultura contemporánea. Pero para resolver estas
cuestiones debemos conocer un hardware esencial para el humanismo digital.
¿Cuál es la sustancia íntima que anima los flujos de información en las
sociedades red? El
Mercurius inmanente a tanto flujo electrónico ha
de ser estudiado como si se tratara de uno de los elementos de las antiguas
cosmogonías, siguiendo el cauce abierto por las poéticas materiales del agua en
Michelet, Bachelard, Serres, Deleuze o Didi-Huberman pero aplicándolas a estas corrientes
digitales del olvido.
El Diluvio siempre fue un mito universal o si lo preferimos
globalizador. El pasaje acuático del Génesis está presente en varias culturas
de los cinco continentes, como recogió el mitógrafo escocés James G. Frazer
(1854-1941) cuando procedió al estudio comparado de sus numerosas versiones –la
helénica de Deucalión, la cristiana de Noé, etcétera– asegurando que la más
antigua de las tradiciones diluviales conocidas, la sumerio-babilónica, narrada
en la epopeya de Gilgamesh, “no podría ser aquella de la cual proceden todas
las demás” (Frazer, 1981, 174). Frazer negó la existencia de un relato original
que se hubiera diseminado por el mundo y apostó por la aparición simultánea del
mito en muchas culturas atizadas por diferentes calamidades marítimas. Es sus
estudios del Diluvio Universal, Frazer también desechó la hipótesis geológica de
un posible diluvio real acaecido en algún momento de la prehistoria que
reconocemos al descubrir la presencia de conchas enterradas en las montañas. El
mitólogo escocés abogando por la suma de desastres históricos, como los
acaecidos en la desembocadura del Tigris y el Éufrates en Babilonia, concluyó
que este mito global y de la globalización ha sido una corriente “nutrida de
las inundaciones que hayan afectado efectivamente a regiones particulares y que
al irse transmitiendo con ayuda de la tradición popular hayan sido aumentadas
hasta convertirse en acontecimientos de extensión planetaria” (Frazer, 1981,
181).
La intuición de que la fábula del Diluvio es universal, ya
fue expuesta por Giambattista Vico (1668-1744) en su Ciencia Nueva –una
antropología filosófica que indaga en las preguntas que cada época y cultura se
hace acerca del universo– considerando que la idolatría que sucede al episodio
del Diluvio es un principio común a todas las naciones (Vico, 2006, 102-4). Por
tanto, la generación de un relato planetario por adición de inundaciones
locales en el folclore antiguo demuestra que la catástrofe diluviana es una
suerte de algoritmo de desastres acuáticos. Es por esta razón, que el Diluvio
sigue siendo un mito de la sociedad digital: mientras que el cambio climático
augura la futura inundación de la superficie terrestre por disolución de los
casquetes polares –junto con la posible extinción de la especie humana– aumenta
entre los humanistas la preocupación por que el mundo analógico quede
totalmente anegado por el flujo informático.
Cada segundo, en cada dispositivo digital crece
exponencialmente y se difunde un verdadero océano de datos literalmente
diluviano. Como en cualquier otra cultura primitiva, diría Vico, la cultura
digital es simplemente una idolatría, un culto a las imágenes posterior al
diluvio cibernético; por lo que Internet se parece tanto al episodio
consiguiente de la Torre de Babel, en el que Dios condenó a los hombres “a
confundir su idioma para que no se entiendan más los unos a los otros” (Gn. 11, 7-8). Luego la sociedad red (Castells, 2006) sólo
es el complejo delta contemporáneo de este mito global y atemporal del Diluvio
que no ha cesado de manar. Y esta comparación de Internet con un océano
diluviano, se debe a la homeostasis de ambas superficies, donde la transmisión
de la información sucede de tal modo que la más mínima perturbación del océano
digital puede provocar un cataclismo en el otro confín, como reza la teoría
del caos. El flujo de información en Internet es, ante todo, ultramarino
porque, como diría Joyce en el Ulises, su dinamismo se caracteriza por
“la inquietud de sus olas y partículas superficiales visitando uno tras otro
todos los puntos del litoral” (Joyce, 1995, 627).
Pero esta marea de información sería equiparable al caos
originario de los tiempos míticos si no fuera porque la lengua de la Babel digital
es una única lengua cibernética, recordemos que kubernetes,
significa en griego remero o conductor
de barcos. Esta nueva lengua está plagada de neologismos marítimos
como la «navegación» por la red, el
«streaming» de
datos o el almacenamiento vaporoso de los mismos en la
«nube»
(Alemany y Repollés,
2014). Efectivamente, la metáfora acuática es omnipresente en el lenguaje digital,
lo que puede interpretarse como una evidencia del elemento hidroeléctrico
-la sustancia láctea- de la Galaxia digital.
En este sentido, el estudioso de la
alquimia en el mundo moderno Patrick Harpur ha
subrayado la analogía del agua implícita en la era electrónica “algo evidente
por las metáforas que describen el comportamiento eléctrico: «fluye» en «ondas»
o «corrientes»” (Harpur, 1999, 277). El agua es el
carburante de la libido electrónica y digital
(Alemany y Repollés,
2016).
Las corrientes diluviales de información no sólo son la
physis de la era cibernética, basada en el auge de las industrias
hidroeléctricas, sino la analogía que liga todos los conceptos digitales a un
mismo río lingüístico. Resulta llamativo que a pesar de la extrema complejidad
de la sociedad digital exista un consenso inmediato sobre la metáfora líquida,
al menos desde que el símil fue acaparado por el sociólogo Zygmunt Bauman
(Bauman, 2016). Incluso antes que Bauman pusiera el adjetivo «líquido» a
cualquier fenómeno social contemporáneo, otro gurú de la era electrónica,
Marshall McLuhan aseguró a finales de los ochenta que “el fondo eléctrico, al igual
que la naturaleza multidimensional del océano, crea un medio favorable para el
hemisferio derecho” (McLuhan y Powers, 2011, 107). El estudioso de los medios
remarcó entonces que el carácter acuático de este trasfondo electrónico
resultaría fatal para el espacio visual, analítico y cuantitativo del
aburguesado homo typographicus
y su lógica del hemisferio izquierdo,
sustentada en la invención de la imprenta y la expansión del alfabeto fonético
por la
Galaxia Gutenberg (McLuhan, 1998). La Aldea Global se
funda precisamente en “su inescapable confrontación con la simultaneidad,
representado la primera amenaza seria al dominio de 2.500 años del hemisferio
izquierdo” (McLuhan y Powers, 2011, 72).
Esta nueva era, que podría denominarse en honor a su
inventor
Galaxia Tesla
(Bernard, 2014), emergió como predijo
McLuhan cuando se impuso el hemisferio derecho, emocional, comunitario y tribal
en las dinámicas culturales. Esta concepción holística y sensorial parece
desprenderse de las ataduras materiales que impone la naturaleza. Las
características globalizadoras de la Galaxia Tesla concurren en la misma
simultaneidad,
multiplicidad y sincronía de Internet.
De modo que, de cumplirse los vaticinios de McLuhan, el
diluvio electrónico
supondrá el fin de la imprenta y del
libro físico, además del riesgo de la pérdida definitiva de historicidad en la
avalancha posmoderna de información discontinua y la marea perpetua de
acontecimientos de las redes sociales. Pero si hay un núcleo irreductible de la
información basado en la analogía acuática,
entonces la
imagen acuática de lo cibernético deberá ser el punto de
partida de la cognición en la sociedad digital pues, como bien explica la
neurobiología, “el principal contenido de nuestros pensamientos son imágenes” (Damasio, 2013, 162). Pero ¿cuál es el papel de dicha
imagen acuática
en la conservación digital del mundo
analógico? Al fin y al cabo, como fenómeno del hemisferio derecho, la
analogía, como la metáfora acuática que soporta el dialecto digital, es el
mar de sentido
que las gotas de información no
permiten ver. Como si los intercambios simultáneos y la expansión vertiginosa
de datos del ecosistema oral-auditivo, holístico y cualitativo descrito por
McLuhan fueran, paradójicamente, el
medio ideal para cultivar una cultura de la imagen,
madre de todas las analogías, en una
especie de nuevo Mediterráneo Digital.
2. La posición de los intelectuales ante el Diluvio Digital
La moraleja judeocristiana del Diluvio comportaba una
sanción de la sociedad previa, antediluviana, cuando Dios conjura las aguas
justamente para barrer “de la superficie de la tierra la maldad del hombre y
que todos sus proyectos tendían siempre al mal” (Gn
6, 7-8). Del mismo modo, la hipótesis cibernética
(Tiqqun,
2015) nace en la posguerra por el naufragio de la sociedad burguesa aunando la
Teoría de la Información, con la Teoría General de Sistemas, la Inteligencia
Artificial y el Estructuralismo precisamente para conjurar el pensamiento
totalitario que había llevado a los desastres bélicos (Gere,
2008). Esta Nueva Era cibernética nació en las mismas tierras idílicas donde se
multiplicaban las imágenes cinematográficas con la vocación de redimir a la
sociedad. Son conocidas las utopías californianas de carácter New Age que
acompañaron a los fundadores de Silicon Valley. Tampoco es casual que el pasaje
de la paloma diluviana que porta una rama de olivo sea el icono internacional
de la paz por oposición al cuervo que permanece volando a la espera de que se
seque la tierra (Gn 8, 8-13).
Estas dos aves del relato pueden resumir las actitudes de
los intelectuales ante el Diluvio Digital: los nostálgicos que sufren (Job) las
inclemencias del temporal esperando estoicamente que arrecie la tormenta y los
emprendedores (Noé) que investigan la manera de conservar la simiente humanista
en el omnipresente flujo cibernético. Ambas especies de humanistas digitales se dividen entre la reacción y el activismo que
protagonizaron igualmente apocalípticos e integrados frente a la cultura de masas
(Eco, 1997, 27-47). La flema de la paloma blanca (albedo) y la melancolía del
cuervo negro (nigredo) vistas
desde la psicología jungiana de los arquetipos
alquímicos (Jung, 2015) expresan las dos complexiones opuestas de los
intelectuales ante el Diluvio Digital. Ambos
caracteres corren el riesgo de convertirse en simples geeks,
hombres de letras fascinados por la tecnología, si los reaccionarios insisten
en conservar anacrónicamente la tradición en un hardware
obsoleto y los progresistas en
chapotear sobre softwares sin licencia humanista.
En este sentido, el sociólogo de la ciencia Dominique Vinck encontró el prototipo del humanista digital (DHer) integrado en el jesuita italiano Roberto Busa,
quien en 1946 fue pionero en la computación lingüística de la obra de Santo
Tomás de Aquino (Index Thomisticus):
“el primero en comprender que las nuevas herramientas, que se utilizaban para
hacer estadísticas con fines científicos, o en la guerra comercial, también
podían servir a las humanidades” (Vinck, 2018, 41).
Como sucedió en la Edad Media, la conservación de los conceptos tomistas se
basó en la gestión de datos transcritos por un clérigo, en este caso, a una
computadora. Como contrapartida, un modelo de humanismo apocalíptico
sería el del también jesuita cabalista Atanasius Kircher (1602-1680) y
su fabuloso ensayo sobre el Arca de Noé,
1675. Kircher justificó la veracidad del mito, en un
tiempo en el cual la explicación milagrosa de la repoblación de la fauna y
flora terrestre resultaba insostenible, ingeniando una suerte de Teoría de la
Evolución antes de Darwin: mediante una insólita taxonomía de las especies
fabulosas del imaginario diluviano, Kircher explicó la lógica de las mutaciones
habidas en las parejas rescatadas por Noé para poder alcanzar la variedad y la
riqueza de los animales postdiluvianos (Kircher,
1989, 71-134).
Si nos atrevemos a adoptar la terminología de Lévi-Strauss
en su
mito-lógica
(Lévi-Strauss, 1996) podemos afirmar
que la perspicacia de Kircher sirvió para soportar la
ana-lógica del mito del Diluvio Universal, que no es lo
mismo que su mitología (Alemany y Repollés,
2013, 35-44). Ingeniando un sistema de analogías entre las distintas especies, Kircher logró anticiparse al evolucionismo dando solución a
la escasez de simiente tras el Diluvio y alimentando la bestia negra de la
Iglesia. Esta vía hermenéutica de interpretación del relato diluvial mediante
analogías anacrónicas
caracteriza al humanista apocalíptico.
En el otro extremo de las actitudes de
los humanistas ante el desafío digital encontramos la vía progresista, afanada
en la conversión de los textos antiguos a soporte electrónico. Ambos tipos de
propuestas resultaron igualmente claves para el génesis y el desarrollo de la
cultura digital (Planells, 2015, 15-34) aunque no nacieran en absoluto para ese
propósito conservador. Así sucedió en la cábala diluvial de Kircher,
afín a la lógica sintética de Ramon Llull, la teoría de los mundos
posibles de Giordano Bruno o las mónadas de Leibniz. Estas teorías de la
resistencia, ingeniadas muchas veces por autores nada digitalizados se
caracterizan por la pretensión de explicar simpatías o correspondencias
entre las cosas que la codificación
digital habitualmente separa y analiza discretamente. Todas estas lecturas
holísticas del aluvión digital son variantes de la irreductible disputa
histórica entre la concepción vitalista o mecanicista del universo, entre
Goethe y Newton (Zajonc, 2015, 295-323).
Pero si hay un ejemplo vivo de pensador de las simpatías (analogías) entre los datos, un hermeneuta del todo, que
haya empleado el flujo acuático para
relacionar las corrientes científicas y humanísticas bajo un mismo océano estructuralista de
conocimiento es Michel Serres. Este antiguo marino gascón que imparte docencia
en la Universidad de Stanford emprendió la construcción de un verdadero Arca
estructuralista siguiendo la fórmula leibniziana de
la mathesis universalis, la
comunicación universal de las ciencias, en un mapamundi que casualmente dedicó
a Hermes. Publicado en cinco volúmenes entre 1968 y 1980, este colosal atlas
titulado Hermes pretendía trazar un mapa de las rutas de comunicación entre
disciplinas científico-humanistas animado por la idea de “la comunicación de
las substancias” (Serres, 1991, 9). La sustancia del conocimiento es, sin duda,
la materia prima de los alquimistas. Y es que Hermes es el dios griego
análogo al romano Mercurio, siendo al mismo tiempo el mensajero de los dioses y
el patrón de los mercaderes. Serres emplea esta figura mito-lógica
para licuar la
memoria dura de los departamentos, especialidades y
facultades de las disciplinas tradicionales en un único océano (estructura) del
saber: “¿cómo definir la verdad, si no es por la universalidad?” (Serres, 1995,
157).
Emprendiendo semejante mapa de correspondencias globales
entre los conceptos científicos y humanísticos, Serres se enfrentó a toda la
tradición de la física de sólidos
que sustenta el temor diluviano a la
licuefacción (Bauman) por medio de una genealogía totalmente revolucionaria de la
física de líquidos
(Serres, 1994). Posicionándose
favorablemente ante el mundo digital, Serres defiende la vigencia del
conocimiento universal en la era del software externalizado
con la imagen del mártir Saint Denis,
quien aún decapitado recogió su cabeza y ascendió su montaña (Serres, 2012,
50). Para Serres lo que ha sucedido con el conocimiento en la era digital es
que el saber se ha derramado de los monasterios y fluye libre por las redes;
una concepción integrada y optimista de la sociedad líquida que alumbró su
imagen viral de Pulgarcita –referida a la generación que emplea el móvil para
comunicarse (tecleando con el pulgar)– alabada por Serres por su “multiplicidad
lábil” que ha fluido “como el agua de un río” frente a la capitalización, la
coagulación, o cristalización del saber: “ya no hay más caja, ya no hay más
latas de sardinas, ya no hay muro” (Serres, 2015, 215). Ya no hay, en
definitiva, más arcas del saber.
De modo que, para Serres, el pensamiento humanista de las
sociedades líquidas
será transversal, relacional,
interdisciplinar y holístico o no será. El motor del pensamiento
será precisamente la analogía, cuya
lógica ha sido perfectamente desplegada por Douglas Hofstadter,
catedrático de ciencias cognitivas y políglota formado en Stanford y el MIT.
Para Hofstadter, pensar es comparar, la analogía es
el núcleo de la cognición y su esencia es la comparación (Hofstadter
y Sander, 2018, 21-65). Pero ¿cuál es la materia de ese
elemento mercurial
de la analogía? Serres acude al
adjetivo alquímico de concreto,
equivalente a viscoso o líquido espeso,
que en el dialecto de los perfumistas define “«un concreto de rosa» «un
concreto de jazmín» para el producto, relativamente solidificado obtenido
mediante extracción de los principios olorosos de los vegetales” (Serres, 1995,
103). De modo que Serres continua la célebre metáfora bergsoniana de la
duración,
la cucharilla sobre la que se funde un
terrón de azúcar, o la esencia de la magdalena mojada en té de Proust, para
cristalizar la memoria en una sustancia que tiene “la homogeneidad del agua
azucarada” (Serres, 1995, 101). El agua azucarada
de la duración es la única materia
posible de la memoria analógica, “una herencia de la estructura cristalina que
tiene la sustancia cuando, habiendo solidificado, forma un cristal” (Braun,
2003, 88).
Hay toda una línea de pensamiento francesa que estudia la
física de fluidos como
soporte de conservación de la memoria tradicional. Gilles Deleuze y Felix Guattari también adoptaron conceptos afines a los de
Serres para analizar el intercambio simbólico del sistema capitalista como un torrente de flujos que se cortocircuitan unos a otros (Deleuze y Guattari,
1997). En sus estudios sobre los orígenes del Estado proponen la plusvalía
de código como la analogía
de las sociedades tradicionales, un
procedimiento de inscripción de un código en otro código, como sucede
con la comparación del agua y el flujo digital. En sus Derrames explicaron esta
afluencia de dos corrientes como el modo de producción simbólica primitiva.
Proponían el ejemplo biológico del mimetismo de la orquídea y la avispa: “he
aquí que el código de la avispa y el código de la orquídea repentinamente se
chocan. La avispa macho se engaña y va sobre la orquídea creyendo
encontrar una avispa hembra” (Deleuze, 2005, 101). La plusvalía de código es la
fórmula intelectual de la resistencia, la analogía que cortocircuita la plusvalía de flujo del
diluvio ciber-capitalista. Esta plusvalía analógica impone una máscara
primitiva al torrente digital, de la misma manera que el salvaje se transforma
en naturaleza cuando porta una máscara animal. El objetivo de esta fusión
anacrónica es conservar el absoluto del código que
Deleuze explica con la temperatura que la droga impone al cuerpo drogado: “en
el caso del drogado se considera una especie de 0 absoluto del frío sobre el
cuerpo sin órganos” (Deleuze, 2005, 160).
3. La analogía como la nostalgia romántica de lo absoluto
Este cortocircuito de la lógica tradicional ante un nuevo
paradigma de conocimiento no debe sorprendernos, se trata de un lugar común
desde que el romanticismo pretendió interpretar al mismo tiempo el Cosmos
arcaico pagano y la Creación cristiana medieval, intentando hacer compatible
ambos relatos con el conocimiento enciclopédico nacido de El siglo de las
luces. El Cosmos de Humboldt aparece precisamente cuando “ya se había
derrumbado el cosmos como unidad, según era pensado en la teoría de los cuatro
elementos” (Gernot y Hartmut Böhme,
1998, 13). El imaginario romántico sintió la catástrofe ecológica del periodo
revolucionario haciendo frente a la pérdida de materialidad de las substancias
que acompañó a la moderna química de Lavoisier (1789) camino de una abstracción
de los
elementos,
antesala del
sublime posmoderno de la era digital, “en el sentido de
que prohíbe cualquier presentación de lo absoluto” (Lyotard, 1999, 21). La
analogía universal de Deleuze responde a este absoluto del código
irrepresentable frente a la
descodificación permanente de la corriente de información diluviana.
Fue precisamente el momento postromántico el que
cortocircuitó las ciencias de Galvani o Mesmer, el magnetismo de la
electricidad y los animales (Gille, 2003, 179-201)
con el absoluto literario soñado por Novalis, Schelling o los alquimistas (Lacou-Labarthe y Nancy, 2012). Como explicó el experto en
cultura romántica Albert Béguin, el romanticismo
resucitará con este fin algunos de los grandes mitos arcaicos como la Unidad
Universal, el Alma del Mundo, o el Número Soberano como si fueran ruinas
todavía latentes de lo absoluto y los mezclará con los suyos propios: “la
Noche, guardiana de los tesoros, el Inconsciente, santuario de nuestro diálogo
sagrado con la realidad suprema, el Sueño, en que se transfigura todo
espectáculo y en que toda imagen se convierte en símbolo y en lenguaje místico”
(Béguin, 1993, 77). De los cortocircuitos entre los
contenidos románticos y la ciencia moderna surgirán los primeros conflictos
entre la concepción global de un todo continentalista
frente a la verificación particular de
sus elementos propia de las ciencias analíticas experimentales. Posiblemente
este fue el germen del enfrentamiento entre lo analógico y lo digital, herencia
de los opuestos del Tao, basado en la tensión entre el sueño y la vigilia, la
noche y el día, el vitalismo y el racionalismo, lo líquido y lo sólido,
dualidad que quedará sellada para siempre en el omnipresente Bit, el
átomo digital,
desde que Leibniz vio “la imagen de la
Creación en la elegancia mística del sistema binario del cero y el uno”
(McLuhan, 2011, 143).
La era digital, que nació como una metástasis de la
imprenta, parecía un triunfo de la escritura que devoraría todas las analogías,
toda idolatría, hasta que el Diluvio Digital
actualizó el agua descrita por Tales de
Mileto, que no es en absoluto agua corriente, sino el absoluto del agua,
“convertida de tal modo en sustancia
universal, única, eterna e infinita; en principio de movimiento y de vida; en
plasmadora de todas las formas y en meta final de todas ellas” (Cappelletti,
1986, 62). El retorno de esta physis de los presocráticos fluye por el
ciberespacio como un absoluto de código, más cercano a la divinidad de
Tales que al agua del grifo; como si el fuego del Big Bang
cosmológico en el origen del Universo hubiera dado paso a su contrario, las
aguas heladas de Internet en el fin de los tiempos. El estudioso del imaginario
material Gilbert
Durand, ha estudiado esta basta cuenca semántica
de la metáfora acuática que se extiende
por cinco siglos religando la cultura material del naturalismo al ciberespacio
y recordando que el río que resurge a partir de la década de 1760 es un río
alemán: “de alguna manera ¡es la leyenda del Rin la que asume la esencia del
mito que va a sostener a la Naturphilosophie!” (Durand, 2003, 97). Por esta razón, la
sincronicidad entre el cosmos y la consciencia, el agua de manantial que se
piensa en el flujo digital está inevitablemente ligada a la noción romántica de
psicoide, o “la hipótesis de una realidad que
sería común a la subjetividad más íntima y al universo material” (Durand, 2003,
65).
Pero como es costumbre en la historia de las ideas
románticas, quienes mejor han aplicado la filosofía natural alemana a la cultura moderna
han sido los autores franceses: empezando por la epistemología de Gaston Bachelard (1884-1962), quien vivió permanentemente
escindido entre la racionalidad científica y la imaginación poética. Sólo las
ensoñaciones de su doctrina tetravalente de los temperamentos poéticos
anticiparon la consistencia de los elementos sin necesidad de emplear el gnomo,
la salamandra, la ondina o la sílfide (Puelles Romero, 202, 59). Los elementos imaginarios de
Bachelard están desprovistos de una materialidad grosera y de un imaginario
fantástico porque son la propia imagen de la materia o la materia
psíquica del
artista o el poeta trabajando. Por ello Bachelard, de haberla conocido, hubiera
explicado la metáfora acuática del
mundo cibernético como un Complejo de Caronte (Bachelard,
1994, 111-143). Dado que la materia licuada por la metáfora acuática es la
physis del materialismo antiguo
autores como Demócrito, Epicuro o
Lucrecio reaparecerán en el ocaso de las viejas cosmovisiones (Nizan, 1971, 9-47). No hay que olvidar que la retórica
material de los elementos de Bachelard es la consecuencia del más profundo
idealismo epistemológico, es decir, de la más rigurosa depuración del obstáculo
sustancialista (Bachelard, 2004, 115-153) por el realismo de las funciones
matemáticas, las analogías o las abstracciones de los cuerpos, en suma, por su
intención de “reducir el elemento físico al elemento psíquico” (Vadée, 1977, 257). El idealismo bachelardiano
insiste en la inmaterialidad cuántica sin perder de vista la simpatía material
del artesanado con su objeto, la intimidad poética con la materia
imaginaria.
Muchos artistas contemporáneos han elaborado de manera
compulsiva un mismo y único elemento artístico, que no puede confundirse con el agua,
el aire, la tierra o el fuego reales (Repollés, 2011)
a partir de lo que se podría llamar un Complejo
de Paracelso (Paracelso, 2004). Así sucede en el
caso del espíritu encarnado en el pigmento azul
Klein, patentado
por el artista francés Yves Klein siguiendo los preceptos de Bachelard (Puelles
Romero, 202, 137). La única sustancia del azul Klein es la dualidad alquímica entre el Cielo y la Tierra, una
oposición inmaterial, como la del bit, que sigue el precepto de la ciencia del
hombre, lo que es arriba es abajo. De esta manera han producido un agua que no
moja, un aire que no se condensa, una memoria de silicio, un espíritu sutil de
la materia mundana, en suma, una evolución del arte contemporáneo hacia lo
inmaterial (Klein, 2006, 49-77). Si se sigue el cauce abierto por la
epistemología francesa, sólo podrá retornarse a una intimidad con el flujo de
información digital reduciendo el microfenómeno a un nóumeno (Bachelard,
2004, 15-30). Y no es casual que Bachelard haya destilado en El agua y los
sueños, 1942, este elemento de la imaginación materializante (Bachelard, 1994, 23). Porque el líquido elemento porta
en su realidad imaginaria, especular, la dualidad que Bachelard distinguió
entre las aguas claras que manan de las corrientes y las aguas profundas que
se estancan en los pantanos; es decir, entre la corriente hidroeléctrica (luz)
de las aguas claras y el oscuro flujo (digital) de la red.
En efecto, esta cualidad oscura de las aguas pantanosas
(analógica) que corren bajo el refulgente flujo electrónico constituye para el
humanista Ivan Illich, seguidor de las poéticas de
Bachelard, lo contrario al líquido H2O, por dos razones: “primera, porque esta
agua tiene una habilidad casi ilimitada para conducir metáforas y, segunda,
porque el agua, aún más sutilmente que el espacio, siempre posee dos lados”
(Illich, 1989, 49). Luego el psico-dinamismo del agua imaginaria entendida
como digital existe como una tensión entre el lado
purificador y eléctrico (el rayo) del que se enamora Narciso, pues “acoge todas
las imágenes de la pureza” (Bachelard, 1994, 29) y el lado replicante y pantanoso
(la hidra) que tiene la potestad de multiplicar analogías pues “posee el
absoluto del reflejo” (Bachelard, 1994, 78). Una vez más, el narcisismo de las
redes se enfrenta al oscuro espejo de la imagen. De modo que la
dualidad estructural
de las aguas oscuras y pesadas resuelve
el viejo problema de la comunicación de las sustancias ¿cómo podrían los
cuerpos producir algo ideal? A lo que responde el filósofo José Luis Pardo
“algo «incorporal» ha tenido que desprenderse de los cuerpos puesto que hay
lenguaje. Lo que hay que preguntar entonces es cómo es posible el lenguaje”
(Pardo, 2011, 43). En efecto, el lenguaje, el milagro del lenguaje, que todavía
ninguna antropología puede explicar es la dualidad inherente a esa estructura
binaria del agua que se reproduce por doquier a través de la
metáfora acuática, y que Bachelard entendió siempre
desde la oposición jungiana entre animus y anima. Al
igual que en el simbolismo del yin y el yang, la
tensión animus y anima de
las oscuras aguas transmite la “beatífica plenitud de adhesión al cosmos” (Aisenson, 1979, 46). El soporte del anima son
esas aguas profundas, que albergan “la memoria supraindividual de nuestra
pertenencia al mundo” (Aisenson, 1979, 50).
4. A modo de conclusión: El Mercurius
Digital
Gilles Deleuze advertía que la profundidad oscura del
sentido del lenguaje paradójicamente es un efecto de superficie (Deleuze, 1994, 28-34). Por otra parte,
y para evitar el obstáculo sustancialista, McLuhan daba una respuesta bien
conocida a la pregunta por la naturaleza de un medio, “el contenido de todo medio es otro
medio” (McLuhan, 2008, 32). Pero si pretendemos trascender la retórica material
del agua y enfrentarnos a la sustancia íntima del elemento ciberético
debemos preguntarnos ¿cuál es la naturaleza de esas aguas profundas que hacen
latir el sentido en la superficie del flujo de información? Si el contenido de
la escritura era el discurso oral, el de la imprenta la palabra escrita y el
del telégrafo la imprenta, entonces el contenido del medio digital es el flujo
hidroeléctrico de la era electrónica. Y remontando esta espiral mediática hasta
su fuente original ¿cuál sería el contenido absoluto del medio acuático en el
que se desarrolla la era electrónica y digital?
Con McLuhan podríamos interpretar que la forma de la espiral
hidroeléctrica es la que produce el efecto narcótico sobre las aguas digitales,
como un Narciso embelesado con su propio selfie,
precisamente porque este absoluto se había entumecido, “se había adaptado a su
extensión de sí mismo y se había convertido en un sistema cerrado” (McLuhan,
2008, 67). Si la metáfora acuática resulta
todavía oscura es precisamente porque permanece arremolinada en la superficie
del mar digital, convertida en un sistema cerrado. Por tanto, sólo podemos
desplegar esta espiral preguntándonos por la sustancia del agua en la que se
encontrarán las respuestas a la cultura digital. ¿Qué clase de espuma romántica
secreta el absoluto analógico de las mareas cibernéticas? Habría que remontarse
a la fabulosa descripción de El Mar, 1861, por parte del historiador
romántico Jules Michelet (1798-1874) para encontrar las más bellas imágenes de
la sustancia sanguínea del agua y la mucosidad de su
superficie: “El mar posee un elemento desconocido que la hace blancuzca y
viscosa. Este contribuye a las ilusiones fantásticas que nos proporciona el
mundo marino” (Michelet, 2004, 76).
Para percibir esta sustancia blancuzca es preciso tener
primero una consciencia de la eternidad del mar “pues el elemento que llamamos
fluido, móvil, caprichoso, no cambia realmente; es la regularidad misma. Lo que
cambia constantemente es el hombre” (Michelet, 2004, 23). A continuación, el
historiador describe la fermentación constante de la mucosa sobre ese
torbellino incesante, que bulle vida en el flujo y reflujo marítimo entendido
como un ser animado; la sístole y la diástole de las aguas es la que produce la
formación de los caparazones salinos que atrapan el flujo viscoso de sal espesa
en las conchas al tiempo de aligeran la corriente oceánica. Y finalmente
Michelet descubre la sustancia viscosa formando “un volcán de leche, de leche
fecunda que ha hecho erupción y ahora está anegando el mar” (Michelet, 2004,
72). Esta sustancia lechosa de Michelet es la misma sustancia láctea
de la Galaxia Digital. Por eso
Bachelard aclara que esta leche marina
de Michelet no es como la leche
materna, sino la imagen de la leche nutricia,
el reflejo de la luna sobre el agua,
que va unida a las poéticas del regazo maternal de la tierra y la licuefacción
de la sangre de la tierra en la leche del mar: “siendo el agua leche para el
inconsciente” (Bachelard, 1994, 188). Sucede como si el imaginario lácteo de
Michelet fuera el régimen lunar, nocturno, de las aguas a partir del cual
iluminar la sustancia digital, como
cuando el mar se prepara para los desposorios con el régimen solar. El
primitivismo andrógino
de las aguas marinas reúne las fuerzas
del rayo y las fases de la luna, el lado masculino y femenino que en los
arquetipos de Jung se corresponden, indistintamente, con el animus
(hardware) y el
anima (software). Igual que el mercurio se
extrae del cinabrio rojo (bisulfuro de mercurio), esta sangre de la tierra
(Bachelard, 1994, 99) es el misterio alquímico del aguamar.
Ya en el final del relato diluviano, Dios seca las aguas y
manda a los supervivientes del arca que crezcan y se multipliquen imponiéndoles
un único tabú, el de la sangre: “tan sólo os abstendréis de comer carne que
tenga aún dentro su vida, es decir, su sangre” (Gn.
9, 4-5). El fulgor del Arco Iris será la señal de la alianza entre la humanidad
y Dios impuesta bajo el tabú de la sangre (Gn. 9,
13-14). Homero ya se había referido al agua como el rojo mar, pero sólo
la ebriedad legendaria de Noé tras el Diluvio, que
consume desnudo el vino como una
extraña
eucaristía diluviana
expresa la segunda
salvación del agua
(Gn. 9, 20-22). De hecho, es necesaria
esta ebriedad para evocar las analogías lácteas y vinícolas del agua diluviana,
como cuando Michelet siente la mónada de una gota de agua “agitarse y vibrar,
pronto se vuelve vibrión, el cual, al subir nivel tras nivel, como pólipo,
coral, perla, llegará quizás en diez mil años a la dignidad de insecto”
(Michelet, 2004, 78). Serres también supo ver en la obra de Michelet al
charlatán y lacrimoso flemático que construye “el monumento de la Historia, el
trabajo de la razón en el tiempo y, por otro, se entrega al aquelarre y a la
historia natural, mar o agua” (Serres, 1995, 88). En ese elemento sanguíneo se
cumple la máxima alquímica de la conjunción de contrarios, de igual modo que en
lo más profundo y oscuro del suelo marino están las estrellas de mar (Michelet,
2004, 74). Por tanto, podemos descubrir que en la turbulencia de las espirales
digitales permanece abismado el pasado de las aguas profundas que Bachelard
calificaba como femeninas. Igual que el pez es una suerte de agua orgánica, la
espuma de Afrodita, la mucosa de Medusa, las sirenas, las madréporas de
Michelet serían el catálogo completo de ninfas acuáticas encarnadas en la
sustancia libidinal del agua.
Sobre esas aguas oscuras
y pesadas el mar se desliza e insufla
el sentido hermético, el influjo, que el estudioso del imaginario Georges Didi-Huberman recuerda que viene del término alemán Einfluss “la influencia que supone, como en francés, en
italiano o en inglés, el flujo, la fluencia” (Didi-Huberman,
2015, 22). La misma etimología conecta la psiché
(alma) tortuosa del romanticismo con la tormenta: “la tormenta no sería, ni más
ni menos, que la morfología del tormento, su forma expresada, su materia en
movimiento” (Didi-Huberman, 2017, 52). El alma
insuflada en el flujo digital sería como aquella «brisa imaginaria»
que agitaba igualmente los pliegues y cabellos de las ninfas finiseculares de
los ornamentos Art Nouveau, en la incipiente era electromagnética, descritas
como una
“«panfeminización
del entorno» pues “el personaje difunde en torno de
sí un medio fluido de biomorfismos en toda clase de
flores orgánicas” (Didi-Huberman, 2015, 134).
Si el problema fundamental de la antropología es conocer el
sistema de transición de la naturaleza en cultura, la lectura estructuralista
de la alquimia forma parte de esta búsqueda romántica del Absoluto Digital: ver el todo en una gota de agua, el universo en un grano
de arena o el Diluvio universal en el Mercurio digital. La alquimia fue la
búsqueda intemporal de ese oro filosófico, que nada tiene que ver con el oro
común, sino con el Mercurius, engendro
del Sol y la Luna que da nombre a la sublimación de un líquido vulgar como
elixir de la vida eterna. Esta es la razón por la que esa “agua” inmaterial, o
la cualidad analógica del líquido principal de la Gran Obra, podía ser extraída
de cualquier flujo mundano, desde la orina o los excrementos… al silicio, como materia prima preponderante
en la era del Mercurius digital, una materia fundamentalmente binaria
por estar cuajada de todas las oposiciones cabalistas encerradas en el Arca de
Noé: “de cada especie de aves, de ganado y de reptiles de la tierra entrará
contigo una pareja, para que se salven” (Gen, 6, 20-21).
Para Jung la materia prima era
precisamente la sustancia portadora de la dualidad psíquica del alquimista, de
ahí las permanentes contradicciones sobre su naturaleza. En todo caso, Harpur describe el mercurio como “«agua» o, al menos, un
líquido al que se dan diferentes denominaciones: rocío, leche de la virgen,
bálsamo, nuestra miel, agua de Azot, etcétera.,
también es aqua ardens, un
aguardiente, un «vinagre filosófico» corrosivo, un «agua que no moja las
manos»” (Harpur, 1990, 187). De ahí que el imaginario
de Mercurio esté asociado para el estudioso de realidades
daimónicas con
la luna, la plata, el alma femenina y la materia volátil, la noche de la reina,
la oscuridad de la tierra tónica y un largo etc., (Harpur,
1990, 234). El error fatal de los alquimistas, y el de muchos humanistas, es
confiar en un soporte material del mercurius
philosophicus, en
una especie de cristalización del alma. Mercurius es
la relación o la tensión entre opuestos que está entre el Cielo y la Tierra, es
decir, entre los ceros y los unos, las cargas positivas y negativas: la
oposición evanescente que funda la alquimia, y la moderna química, como
diferenciación de los elementos en función de los electrones y protones, pues
en realidad no hay mezcla de cuerpos sino de átomos (incorpóreos) pura
combinación de cargas eléctricas que sostiene asimismo el medio digital
(Gray, 2011).
Todas las mutaciones del Mercurio –el propio Cristo en la
tradición cristiana– expresan su sentido como la materia
que da origen a todas las demás sustancias, de
ahí que a veces sea nombrado como «nube»,
«plata líquida» o incluso podríamos aventurarnos a
llamarlo chip de silicio. El mercurio es el alma (agua plateada) o el agua de
la vida, único intermediario (hermafrodita) entre el cuerpo y el espíritu, por
ello a veces no se distingue entre alma y espíritu mercurial (Priesner y Figala, 2001, 39-43).
La presuposición romántica del Alma del mundo es la que permite intuir la vida
de los metales comunes, la formación de una nube electrónica que garantiza su
conductividad eléctrica. El Mercurio filosófico, como el digital, anima la
esperanza de vida de las piedras compuestas de cal y sílice: al fin y al cabo,
la computación y el cálculo vienen “de la palabra latina para decir piedra
(cal), que era «calx» y
su diminutivo «calculus», que
vendría a significar «piedra pequeña» o «piedrecilla», dando origen a las
modernas palabras «cálculo» y «calcula»” (Torra, 2010, 39). Como si se tratara
de la versión griega del mito, Deucalión (marinero de vino nuevo) construye
junto con Pirra (rojo vivo) un
arca con el que sortear el Diluvio, pero, por intercesión de Hermes arrojará
unas piedras (huesos de la Tierra) de donde nacerán los hombres supervivientes
del desastre (Graves, 2005, 159). Los hijos de Deucalión, el pueblo griego,
surgieron de esos cantos supervivientes del Diluvio, que son como los ábacos de
la era digital, las piedras del Mercurius Cibernético.
El principal papel de los estudios
humanistas en la sociedad red actual es ofrecer imágenes que hagan
comprensibles las experiencias que nos ofrece el mundo de la información
electrónica en sus manifestaciones globales, masivas e inmersivas propias de un
Diluvio digital. Los interfaces de nuestros dispositivos electrónicos han
adoptado una apariencia analógica, imponiendo imágenes de mesas de trabajo y
herramientas tradicionales, sobre lo que no son sino algoritmos que operan
sobre caudales de información numérica con los que nos sería imposible una
comunicación sin mediación. De modo afín artistas y humanistas desarrollan su
pensamiento a través de sistemas de asociación analógicos que les permiten
reconocer rasgos comunes que se repiten en los flujos globales de información
digital en una labor similar a la de los estudios de la antropología postestructural. El humanismo digital (integrado) ofrece
modelos que permiten reconocer nuestras sociedades contemporáneas no tanto
desde la nostalgia de un mundo analógico y “seco” anterior al Diluvio digital
(apocalíptico) sino interrogándose por la naturaleza más íntima de la sustancia
que anima el flujo de información propio de las sociedades red. Sobre el Mercurio
cibernético se abren tantos interrogantes como
sobre el Mercurio de los alquimistas ya que su operatividad depende de conjugar
cualidades opuestas, siendo considerados al mismo tiempo como aislantes y
conductores de carga eléctrica.
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