SUPERVIVIENCIA Y SINCRONÍA
EN LAS IMÁGENES DIGITALES
SOBRE UNA CIERTA ACTUALIDAD DEL BILDERATLAS
DE ABY WARBURG
survival and synchrony in
digital images. on a certain timeliness of aby warburg´s
bilderatlas
Sergio Martínez Luna
Universidad Carlos III
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Recibido: 24 05 2019
Aceptado: 01 07 2019
Publicado: 30 09 2019
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https://doi.org/10.5281/zenodo.7656703
Cómo citar este
artículo
Martínez Luna, S. (2019). Superiviencia
y sincronía en las imágenes digitales.
Sobre una cierta actualidad del BilderAtlas
de Aby Warburg.
ASRI. Arte y Sociedad. Revista de investigación en
Arte y Humanidades Digitales (17), 108-121
Recuperado a
partir de http://revistaasri.com/article/view/5385
Resumen
Aby Warburg elaboró su BilderAtlas
en el marco de las transformaciones de la imagen
técnica, en
especial el cine. El artículo pone en relación conceptos como el de
supervivencia,
anacronía y
sincronía con la aparición de la imagen cinética. La forma de presentación de las
imágenes del BilderAtlas tiene puntos en común
con la lógica relacional y topológica de las imágenes digitales. La dimensión operativa
de la imagen, explorada en el proyecto warburgiano,
reaparece también en la cultura visual digital. El artículo defiende la
actualidad del BilderAtlas para entender la
condición algorítmica de la imagen actual, así como para buscar alternativas a
las estrategias de control a las que sirve de instrumento.
Palabras Clave
Aby Warburg, supervivencia, imagen cinemática, sincronía,
imagen algorítmica
Abstract
Aby Warburg
developed his BilderAtlas within the framework of the
transformations of the technical image, especially the cinema. The article
relates concepts such as survival, anachronism, and synchrony with the appearance
of the kinetic image. The form of presentation of BilderAtlas
images has points in common with the relational and topological logic of
digital images. The operative dimension of the image, explored in the Warburgian project, also reappears in the digital visual
culture. The article argues that the BilderAtlas is
still relevant to understand the algorithmic condition of the contemporary
image, as well as to look for alternatives to the control strategies to which
it serves as an instrument.
Keywords
Aby Warburg,
survival, cinematic image, synchrony, algorithmic image
1. Introducción. Anacronía
y supervivencia de las imágenes técnicas
Las imágenes técnicas son imágenes producidas por máquinas.
La aparición de la fotografía anunció la crisis de la articulación entre mano, ojo
e imaginación para la creación de obras singulares. La imagen reproducible
técnicamente se multiplica de forma simultánea y colectiva abriéndose así un
nuevo régimen de producción orientado hacia las industrias culturales del
espectáculo, la producción de imágenes en masa y de la producción de las masas
como nuevo sujeto político. En consecuencia, la reproductibilidad técnica de la
imagen supone un trastrocamiento del estatuto y los valores atribuidos a la
copia y al original, pero, ligado a ello, también un cambio en sus condiciones
de circulación. La imagen empieza a desligarse de la realidad que representa,
de sus contextos de producción y de las intenciones de sus autores. Los
fenómenos de diseminación de las imágenes técnicas las integran en un flujo de
imágenes que acabará tomando una escala global.
Al ser reproducidas, las imágenes despliegan su historia y
su vida social circulando por una variedad de contextos, siendo objeto de usos
y prácticas modelados por las condiciones materiales y sociotécnicas de
producción, reproductibilidad y consumo visual. Estas transformaciones
posibilitaron hacer la experiencia de convergencia anacrónica entre tiempos
heterogéneos articulados en el momento en que un objeto visual plantea la cuestión
de su ubicación dentro de la historia del arte. Aby Warburg
(2010) entendió que las nuevas condiciones técnicas de circulación
espaciotemporal de las copias hacían pertinente revisar los modelos evolutivos de
transmisión progresiva de las artes. Una historia iconográfica del arte
occidental ha de ubicar a las imágenes dentro de una constelación que desborda
por todas partes el aislamiento musealizado del
espacio estético. La imagen reproducida es contaminada por las impresiones que
dejan en ella sus trayectos por los mundos sociales. En ella vienen a
sedimentarse la confluencia de temporalidades mezcladas, trastornadas y
contradictorias. Más allá de cualquier modelo historicista de sucesión
iconológica, la copia encarna un modelo complejo de temporalidad que Warburg hará pivotar sobre el concepto de supervivencia (Nachleben). El punto de vista anacrónico
implica comprender las dinámicas de supervivencia por las que en las imágenes
vienen a encontrarse el carácter inmemorial de una competencia determinada con
una práctica actual para dar origen a una constelación de imágenes dialécticas
(Didi-Huberman 1999, 2009).
2. Una historia cinemática
Cuando Warburg provoca el
encuentro sincrónico de imágenes heterogéneas en el mismo plano está exponiendo
lo que una narrativa diacrónica oculta. Pero lo hace apropiándose de los recursos
técnicos y retóricos de aquel lenguaje, el cinematográfico, que en el momento
en el que escribe empieza a erigirse como la más sofisticada materialización de
las reglas de la narrativa lineal. Warburg expone en
un mismo plano desjerarquizado el encuentro
sincrónico entre imágenes para dinamizar la historia, la historia del arte y el
propio papel del historiador. Surge entonces la posibilidad de hacer aparecer
una historia cinemática, que recompone la historia del arte como si fuera una
película (Taccetta 2015). En efecto, el proyecto del BilderAtlas busca dialogar con un medio que
materialice el objetivo de poner las imágenes en movimiento. En el momento en
el que Warburg desarrolla sus investigaciones ese medio
es el cine. Cada imagen se constituye como un fotograma que forma parte de un
conjunto mayor. La cuestión está en que si ese todo se organiza como una
narrativa predecible las mismas imágenes que la componen pueden a su vez revelar,
dislocar y modificar el conjunto al que pertenecen. Del mismo modo, son las
imágenes incluidas dentro de la narrativa de la historia del arte las que
lanzan un entredicho contra un ordenamiento cronológico que las destina a
sucederse como elementos causales pero aislados entre sí.
Cada imagen funciona como un fotograma que tiene la
capacidad de perturbar el orden en el que han sido incluidas, abriendo otras trayectorias
y temporalidades. Phlippe-Alain Michaud
(2017) ha estudiado el movimiento como característica central del pensamiento warburgiano en dos sentidos. Primero, el movimiento de la
imagen individual en cuanto que trata de registrar el dinamismo de los cuerpos
en acción. En segundo lugar, la historia del arte como historia cinemática que
se pone en marcha según la lógica del montaje cinematográfico. En la combinación
entre ambos la imagen despliega su eficacia para intervenir en el mundo y en
los ordenamientos en los que es incluida. Lo distintivo de la imagen no es su
belleza, ni su papel puramente estético, ni siquiera su dimensión representativa,
sino su capacidad operativa. Las imágenes no son formas estáticas y delimitadas
sino
fuerzas en movimiento, momentos de una movilidad que sobrevive en ellas y a la vez es
trasmitida por ellas. De ahí que el proyecto de Warburg
estuviera inevitablemente destinado a permanecer inacabado, cuando no fallido.
El horizonte de una síntesis total de la cultura -una pretensión de la que el Atlas
es quizás el más postrero y contradictorio ejemplo- se aleja cada vez que las
imágenes se presentan como instantes de un proceso abierto. Si no se alcanza un
punto final no es tanto a causa de una insuficiencia metodológica sino por la naturaleza
provisional y cambiante de su objeto, las imágenes, siempre susceptibles de recircular
según nuevas conexiones y afinidades no previstas. El BilderAtlas
se ubica en la tensión irresoluble, acaso esquizofrénica, entre la estructura taxonómica
de la cuadrícula y el desorden provocado por una multiplicidad de imágenes en
movimiento, que a su vez se encuentran dinamizadas interiormente, pues en ellas
vienen a registrarse las trazas latentes de los procesos históricos. Una
metodología racionalista puede verse en cualquier momento arrastrada por la
energía cinética de las imágenes para desembocar en una suerte de torre de
Babel visual al modo que han alegorizado Nam June Paik (Dadaikseon, 1988) o
Goran Hassanpour (Tower of Babel, 2011). Las
imágenes son Pathosformenln, es decir, las
huellas –fotogramas,
las tomas fijas de un filme al estilo de La Jetee de Chris Marker,
o las signaturas, diría Giorgio Agamben (2007) -de pasiones o estados psíquicos
que componen una historia de las imágenes viva, pre-discursiva, animista
incluso. La imagen condensa una energía psíquica y cinética en un registro por
medio del que a la vez comunica esa carga polarizada (Ferrer Ventosa,2018).
Al igual que la fotografía y el cine, las nuevas culturas de
la imagen, en la primera parte del siglo pasado, forzaron no solo a repensar la
percepción sino también la colección, la memoria y la organización archivística
-y la obra de Warburg es una notable muestra de ello.
Hoy la cultura visual digital demanda una revisión de similar alcance (Buchloh 2006). Quiero destacar algunas cuestiones alrededor
del proyecto warburgiano que reaparecen con las
condiciones de la imagen en su actual estatuto digital. La primera es que esa
remota competencia que reaparece de forma intempestiva en el presente está
ligada, aun en negativo, a los procedimientos de reproducción mecánica de
objetos e imágenes. Atender a estas prácticas conlleva introducir las
cuestiones de copia, original, autenticidad y autoría en la historia del arte.
Poco se dice de estos procedimientos de reproducción, observa Didi-Huberman (1999), en la configuración teórica de los principios
del humanismo renacentista por parte de Giorgio Vasari, que intuyó que la
reproducción en serie de un objeto implicaba la pérdida de su autenticidad o,
como mucho más tarde dijera Walter Benjamin, la destrucción de su aura. Pero sobre
todo es que la aparición de la copia significa una proliferación desordenada de
las imágenes que amenaza el equilibrio de la gran narrativa teleológica del
arte fundada en buena medida por el propio Vasari. La copia multiplica y
desordena los parámetros espaciotemporales sobre los que se conforma una
historia del arte introduciendo una impureza que obtura el proyecto de
recuperación sin resto del clasicismo antiguo (Warburg
2005). Por eso los procedimientos de reproducción, ligados en el Renacimiento a
la impresión, al molde y al vaciado, en cuanto que mecánicos y ajenos al oficio
artístico, serán relegados a un segundo plano (Didi-Huberman
1999). Acaban quedando situados, como parte de las artes mecánicas que no
dependen del intelecto, detrás de los procedimientos de imitación que, en
cuanto que invención y como parte de los saberes liberales, sí demandan una
intencionalidad estética e intelectual, ubicando a las obras de arte en el
ámbito de la originalidad y la unicidad.
¿Qué sucede con estas consideraciones en la cultura visual digital?
David Rodowick (2003) advirtió de que el mundo
digital ya no era uno de imágenes y signos porque se veía poblado por los
simulacros en el sentido dado por Gilles Deleuze, es decir, por una
multiplicidad de series paradójicas en las que viene a afirmarse la copia desemejante,
aquella que ya no tiene como fundamento el criterio de identidad. De esta forma,
los conceptos de modelo y copia, lo Mismo y lo Uno, lo Idéntico y lo Similar,
dejan de ser reducibles dentro de dualismos o principios jerárquicos basados en
la unidad o la autoidentidad. Es posible entonces pensar que los procesos de
digitalización vienen a multiplicar por todas partes las dinámicas de
supervivencia del proyecto warburgiano. Pero, por
otro lado, se podría objetar que si tales dinámicas dependen de obras
producidas por impresión y copia la metodología del Atlas cede frente a una
cultura en la que las relaciones entre copia y original tienen cada vez menos
relevancia. Este problema está asociado a la crisis ya no solo de los modelos
de temporalidad lineal y cronológica sino con la de las estrategias modernistas
que se querían oponer a ellos, de las que forma parte el proyecto de Warburg.
3. Warburg y las nuevas temporalidades
digitales
El conjunto de prácticas críticas con la linealidad causal,
como encarnación del mito metafísico del progreso que caracterizó a buena parte
de las estrategias del modernismo, se encuentra hoy en declive. En la obra de,
por ejemplo, Bergson, Heidegger, Proust o Benjamin (y, como acabamos de
señalar, en la del propio Warburg), es reconocible el
esfuerzo por contestar al tiempo lineal y por liberar a un presente atrapado en
categorías teleológicas. Desde esta crítica el presente se abre a la pluralidad
de tiempos y temporalidades coetáneos a esa misma modernidad que los subsume
para legitimarse a sí misma como punto de llegada del progreso histórico. Pero
cabe preguntarse cuál es el alcance de estas estrategias cuando hoy el tiempo
aparece estancado, cuando la sincronización planetaria no revierte en el enriquecimiento
del presente compartido sino en su parálisis y su esterilización. Entonces
sería menos oportuno un pensamiento de la interrupción que uno capaz de redinamizar un presente detenido y clausurado sobre sí mismo.
Hay en la cultura contemporánea un mandato de inmediatez que aboca al
adelgazamiento del tiempo para la reflexión y la crítica, provocando la
incapacidad de resistirse a la aceleración que penetra todas las esferas de la
existencia. Sin embargo, se podrá también señalar que nuestro tiempo no se
caracteriza por un exceso de presente. Y que más bien el presente es
secuestrado por los imperativos de aceleración, mercantilización y equivalencia
generalizada. La disgregación de la atención revierte en una incapacidad para la
experiencia del aquí y el ahora, tensando y reduciendo el tiempo entre los
pendientes y los posibles (Fernández 2018). Sería entonces en la recuperación
de un presente suprimido donde se abre la posibilidad para re-densificarlo y
movilizarlo abriéndolo a lo que todavía no ha llegado a ser.
Las temporalidades digitales son plásticas y acumulativas
más que lineales o causales, hacen converger distintas capas de tiempo en un
instante. Cuando en el presente se multiplican los encuentros y fricciones ente
tiempos y representaciones culturales la historia y la memoria desvelan su
lógica anacrónica (Moxey 2015). La búsqueda
modernista de otros devenires temporales dependía todavía del modelo del
progreso histórico causal al que se oponía. Pero si el tiempo se encuentra
suspendido, las estrategias de interrupción del tiempo progresivo pierden
fuerza crítica. La maleabilidad de las temporalidades digitales se despliega en
las prácticas de conexión y socialización electrónica, en los procesos de apropiación
y remezcla en red. Timothy Barker (2012) observa que la forma en que creadores
como David Claerbout, Janet Cardiff, Omer Fast, Dennis Del Favero o Masaki Fujihata se aproximan a la
temporalidad digital no es reconocible ya en la pretensión de interferir en un
modelo de tiempo lineal que cada vez tiene menos significado cultural. Su
caracterización más ajustada tendría más bien que ver con el esfuerzo por
apropiarse críticamente de los fenómenos de convergencia entre espacios y tiempos,
entre historias personales y colectivas, entre perspectivas diferentes sobre la
memoria y el trauma, que friccionan en la simultaneidad hipermediada
del presente.
Agustín Fernández Mallo (2018) ha subrayado que nos
encontramos frente a la crisis de los paradigmas temporales sobre los que trabajaron
las estéticas modernistas y tardomodernistas. Si los
modelos temporales, llamémosles analógicos, están basados en las relaciones
entre objetos según un orden diacrónico sostenido sobre una lógica causal, la digitalización,
Internet y las mediaciones electrónicas se reconocen mejor de acuerdo con
modelos espaciales. Los enlaces que se usan para navegar en Internet de un
lugar a otro, las asociaciones que se despliegan entre distintos conceptos o
entre las partes de una obra responden a un espacio topológico relacional y
sincrónico que ya no es narrativo ni lineal. Se compone así un escenario
relacional en el que comparecen en tiempo presente los procesos de construcción
de imágenes, vínculos sociales, historias y prácticas. Cuando decimos presente
nos referimos también a una presencia espacial tramada sobre la tensión entre
proximidad y distancia, y relacionada a su vez con la capacidad de las imágenes
para interferir, tocar y afectar, modulando el espacio dentro de una visualidad
menos visual que táctil y presencial, kinéstesica y
propioceptiva (Gutiérrez de Angelis y Gondra 2014).
En este punto el proyecto de Warburg
retoma una cierta actualidad. El BilderAtlas
es posibilitado por la condición errante que la imagen adquiere con las
transformaciones ligadas a la reproducción mecánica de imágenes. Estos cambios
permiten pensar las imágenes como huellas de la memoria reactivadas en
circunstancias concretas de recepción. Una de esas situaciones era, en primer
lugar, la propia presentación pública de los paneles que conformaban el BilderAtlas. Su finalidad, recuérdese, no era
convertirse en un libro o en un álbum sino la presentación in situ e in actu de la etapa de un proyecto en marcha. Entonces era
cuando las series de paneles convertían el espacio del aula o de la sala de la
presentación en un Denkraum, un espacio
y una ocasión para pensar en común las imágenes expuestas y
sus posibles conexiones. En
consecuencia, la lógica del BilderAtlas no
es la que proyecta un conocimiento del espacio tridimensional sobre un mapa bidimensional
sino la proyección del conocimiento de las imágenes y sus migraciones sobre una
determinada constelación espacial (Weigel, 2013). Es una exhibición en la que
el espectador no pasa de una imagen a otra sucesivamente, como sucede en el
museo moderno, sino que se encuentra con un conjunto sincrónico de imágenes que
le llaman a recorrer visualmente los paneles en todas direcciones. Se abre así
un espacio topológico para pensar, interpretar y reinterpretar la historia de
las imágenes, que Warburg caracterizó como una
iconología de los intervalos o de los inter-espacios (Zwischeraum).
El interés no está puesto en la significación de las láminas aisladas sino en
las relaciones que esas figuras generan entre sí dentro de un dispositivo visual
autónomo e irreductible al orden del discurso (Taccetta
2015). Ese dispositivo, materializado según un procedimiento de montaje en la
puesta en común pública de los paneles, activa las propiedades dinámicas de las
imágenes que se encuentran reprimidas cuando son presentadas de forma aislada.
Las imágenes son dinamogramas, inscripciones de
experiencias afectivas primarias. Este es un concepto que Warburg
desarrolló a partir de las reflexiones del neurólogo alemán Richard Semon acerca de lo que denominó el engrama, la huella que
un acontecimiento deja en la memoria como reproducción de la experiencia
original, por la que se conserva y transmite la energía ligada a un hecho del
pasado. La reaparición intempestiva de la energía expresiva original de las imágenes
arcaicas enterradas por la cultura moderna las revitaliza en el escenario de
las relaciones topológicas que los paneles articulan.
El Atlas Mnemosyne
propone una forma visual de conocimiento que presenta similitudes con la vida
de las imágenes en su condición digital e interconectada. La secuenciación de
imágenes, al menos en el caso de que ese procedimiento componga una narrativa
causal, invisibiliza las relaciones sincrónicas entre ellas. La historia del arte
advierte WJT Mitchell (2018), ha tendido a confinar la experiencia de la
simultaneidad, característica de la presentación sincrónica, a la dialéctica
entre imágenes cuya lógica diacrónica se alimenta de principios historicistas y
teleológicos. Ello determina una regla de ocultamiento de las relaciones
sincrónicas entre imágenes que ciertamente es desafiada en el BilderAtlas
y que reaparece en la cultura visual
digital tomando diversas formas. Si se piensa por ejemplo en la posibilidad de
visualizar en mosaico las imágenes almacenadas en plataformas como Instagram
o Facebook podemos observar cómo el ordenamiento sincrónico y espacializado de las imágenes adquiere una nueva
relevancia. Por supuesto los propósitos de Warburg y
los de los usuarios de estas redes sociales son distintos, pero es posible
reconocer en estas últimas la contingencia y provisionalidad de las relaciones
entre imágenes incitando a una lectura relacional que proporcione
pistas sobre las personas que comparten
esas imágenes. Tampoco es una inquietud de esos usuarios ofrecer una composición
unificada que ofrezca una imagen global de una cultura, como sucede con Gerhard
Ritcher o Hanne Darboven
(Mitchell 2018). Pero es posible explorar en esas imágenes presentadas de forma
desjerarquizada en la pantalla una nueva relación con
las imágenes que queda sugerida por el método warburgiano[1].
4. Circulación y operatividad de las imágenes
Hay aquí dos aspectos que dialogan con el BilderAtlas. Uno es la cuestión de la circulación de
las imágenes. En el contexto de la cultura visual digital las imágenes se encuentran
en movimiento, en cuanto que son objeto de un mandato de circulación incesante
a través de los dispositivos, redes y plataformas electrónicas. Cristina Baldacci (2019) ha señalado que en el flujo de imágenes
digitales vienen a converger dos sentidos del término circulación, a saber, el
movimiento continuo y la disponibilidad pública. La imagen digital es dinámica,
procesual y configurada en base a los usos puntuales que los usuarios hacen de ella.
La movilidad acelerada de las imágenes cambia nuestra relación con ellas. Las
imágenes participan en el mundo, en la vida de sus espectadores-usuarios, y a
la vez estos participan en las imágenes haciéndolas recircular, reenviándolas,
posteándolas o post-produciéndolas. Con la proliferación digital de las
imágenes se cumple la separación definitiva de la imagen y sus significados con
respecto a las intenciones de sus autores o a sus contextos de producción. Una
vez que una imagen es puesta en circulación lo importante ya no es de dónde vienen
las imágenes sino sus destinos y sus usos, el hecho de que circula sin cesar y
de que si en algún momento se detiene solo es para proyectarse hacia nuevas
direcciones (Casetti 2013). La circulación de las
imágenes deja marcas materiales sobre ellas, los viajes que ellas emprenden
quedan reflejados en su cualidad material, su resolución y definición. La
imagen se configura tanto en los innumerables cambios de formato y envíos de
los que son objeto como en las propias prácticas de reedición, apropiación y
manipulación de sus audiencias innumerables. Las imágenes son las signaturas, hoy
en la forma de memes, glitches, GIFs,
o cambios de formato, que encarnan y expresan las contradicciones que
atraviesan la olocracia contemporánea (Steyerl 2014).
En la era de la circulación acelerada y global de las imágenes ellas siguen
funcionando como síntomas o pistas para entender la condición afectiva global,
tensada entre la obsesión por la seguridad y la necesidad de compartir, la
hiperactividad y la parálisis, el compromiso y la distracción (Gutiérrez de Angelis 2016). Pero esa función es ambigua. Por un lado, la
circulación de las imágenes sostiene la economía visual contemporánea como
flujo de datos explotado por las grandes plataformas y corporaciones mediáticas.
La movilidad de la imagen deja fuera de foco las políticas y mecanismos de
poder que la ponen al servicio de la alienación y el control. Las
infraestructuras que hacen posible la circulación global de la imagen son incluidas
en un determinado orden visual por el que substrato material de lo digital
queda invisibilizado. Como cualquier infraestructura, la digital se construye
sobre un sistema de estratos formado por elementos materiales que soportan la
supuesta inmaterialidad de lo digital y la circulación de sus objetos (Gómez
2016). Los procesos contemporáneos de desmaterialización y disponibilidad
digital se implementan menos en la esfera de la producción, que sigue siendo
escenario para la explotación y la desigualdad económica, que en las del consumo
y la circulación de imágenes y mercancías visuales (Vindel 2014). Pero por otro
lado la movilidad de las imágenes invita a la elaboración de circuitos
alternativos y al ensayo de conexiones inesperadas entre ellas que pugnen por
ir más allá de las reglas impuestas de producción y consumo de imaginarios para
poner en circulación prácticas y materiales visuales olvidados o excluidos.
Pienso que la metodología warburgiana
puede resituarse en el centro de estas dos alternativas para preguntarnos qué
podemos todavía aprender hoy del anacronismo de la imagen, de sus formas
sincrónicas de presentación o de su resistencia a ser reducida a los órdenes
del discurso. Para ello debe atenderse también a un segundo aspecto. La aproximación
de Warburg a las imágenes atendiendo menos a su dimensión
representativa que a su capacidad de interactuar con otras imágenes, de afectar
a sus espectadores, de tomar parte activa en los ordenamientos
espaciotemporales en los que es incluida, se ha cumplido técnicamente en la
cultura digital contemporánea. En el acto de presentación de las imágenes que
componen el Atlas ellas adquieren un carácter teatral. Es una dimensión que
retorna en la cultura digital, porque hoy las imágenes no se materializan en su
forma final, sino que aparecen como un momento dentro de un proceso abierto de
elaboración y emergencia que tiene puntos en común con las formas de
presentación y de presencia escénica (Röttger y Jackob 2007).
En el marco de estas mutaciones las imágenes operan como
elementos de la reorganización global del trabajo, el ocio, la economía y la
afectividad que conforma el ethos neoliberal según un poderoso mandato de
participación (Cánepa, 2013). La transición de un modelo representacional a uno
performativo marca las transformaciones de la imagen contemporánea. El concepto
de performatividad de la imagen señala su capacidad para actuar, pero también,
como advirtiera Judith Butler, la de convertirse en un recurso para la
subordinación de la subjetividad y la agencia cultural a la normatividad. Es
característico de la cultura del capitalismo digital que ese impulso performativo
de los actores, las prácticas y las representaciones se enuncie en términos imperativos.
Estas tendencias se traducen a lo social de acuerdo con un llamamiento generalizado
a la participación que implica que participar es precisamente aquello que no se
puede elegir. Las comunicaciones, los media y el entretenimiento en red son
ahora el escenario de convergencia empobrecedora entre democracia y capitalismo.
El acceso a la esfera pública, el diálogo y la participación igualitarios, son
ideales democráticos que se dan por cumplidos en el despliegue de las redes
electrónicas. Entender la cultura de la participación como inmediatamente democrática
la acaba reduciendo a la esfera del consumo (Fuchs 2016). La simultaneidad, la
velocidad de conexión y la interconectividad dependen de las condiciones
materiales y tecnológicas que regulan el acceso y la participación según las
reglas de la racionalidad económica. Las tecnologías de información rastrean y
se apropian de las preferencias de los usuarios manejándolas desde unos
principios de gestión lucrativa que aquellos desconocen en su totalidad. Las
condiciones según las que se configura lo que aparece son el resultado de operaciones
computacionales que determinan que aquello que aparezca se produzca como dato
cuantificable. El mismo algoritmo estadístico que materializa una imagen la
ejecuta como programa en el que se conjugan la participación, la usabilidad y
el control.
6. La imagen algorítmica y el nuevo BilderAtlas
Las imágenes despliegan una capacidad operacional que está
alterando la visualidad y la vida de las imágenes. Trevor Paglen
(2016) ha señalado que cuando las máquinas y las propias imágenes que producen
y distribuyen son capaces de ver por sí mismas, de observarnos, monitorizarnos
y contabilizarnos, entramos en un régimen visual del que las herramientas
teóricas de la historia del arte y de los estudios visuales no son capaces de
dar cuenta[2].
En vez de representar las cosas en el mundo, las imágenes empiezan a hacer
cosas en el mundo para participar en la economía, el marketing, la guerra o la
socialización, procesos de los que el ojo humano es apartado, cada vez menos
capaz de atender a la complejidad sincrónica y acelerada a la que se enfrenta. Las
imágenes intervienen en los ámbitos de la vida cotidiana no para para
representar y mediar la realidad sino para operar sobre ella. Hasta ahora las
imágenes técnicas han sido producidas por máquinas, pero destinadas finalmente
a un espectador humano. Hoy las imágenes digitales son producidas por máquinas,
pero a menudo su destino es ser recibidas y reenviadas por otras máquinas. Este
cambio implica que los principios de comprensión de la imagen en su estatuto
político, tanto como instrumento para legitimar los órdenes dados y como sede
para la reapropiación crítica, la reivindicación de derechos o las prácticas
contra-hegemónicas, quedan erosionados (Celis 2019). En efecto, la potencia
política de la imagen descansaba sobre la contingencia de las relaciones entre
significado y representación que posibilitaba la desnaturalización del poder e
iluminaba la arbitrariedad de sus imposiciones. Pero hoy cualquier estrategia
visual proveniente de la cultura visual humana parece quedarse corta a la hora
de intervenir en el nuevo orden de la visión autónoma y maquínica.
Lo que quiero preguntarme es qué podemos todavía aprender del
proyecto warburgiano para elaborar un instrumental crítico
dirigido a entender las mutaciones ligadas a la aparición de la imagen algorítmica
y de la gestión de lo visible en cuanto dato. No basta con reconocer que con la
digitalización parece venir a cumplirse esa condición operativa y circulante de
la imagen abierta a conexiones imprevistas e intempestivas sobre la que se
levantaba el BilderAtlas.
Hay que entender que, como tantos otros
proyectos del modernismo y la vanguardia histórica, su cumplimiento se realiza
de forma dañada, distópica incluso. Con la liberación digital de la imagen de
los órdenes lineales cronológicos, de sus contextos de producción, de los
dualismos de la copia y el original, se afinan nuevas formas de dominio. Si por
medio de este nuevo régimen visual-algorítmico el capitalismo contemporáneo
consolida las estrategias de control biopolítico, a la vez se abren las
posibilidades de explorar desde la apropiación de los modos maquínicos de
producción, distribución y recepción de imágenes formas alternativas de
enunciación y creación desligadas de cualquier narrativa fundante. Es en el rechazo
a cualquier principio único en la explicación de la historia y la vida de las
imágenes y sus efectos sobre los sujetos donde puede recuperarse la fuerza
crítica del Atlas. La supervivencia de la imagen es disruptiva pero no interruptora.
Aparece para exponer que la experiencia de la memoria puede ser
multidireccional, también proyectada hacia delante, como una convergencia
puntual de espacios y tiempos heterogéneos en estado de agitación (Bal 2016). En este sentido no funciona como una estrategia
de paralización del tiempo y la circulación con el fin de abrir paréntesis
espaciotemporales de reflexión pausada. Se trata más bien de que el dinamismo
de la imagen reclama un pensamiento del movimiento, pero también y sobre todo en
movimiento. Deberá componerse de acuerdo con las mismas lógicas de
transitoriedad, duración y efimeridad características de las imágenes-tiempo
que recorren sin cesar los hábitats sociales, culturales y técnicos
contemporáneos. Este es entonces un pensamiento producido, al igual que las imágenes
móviles que quiere abordar, como diferir, como acontecimiento en curso. Y en
consecuencia también un pensamiento comprometido con la habilitación de
escenarios colectivos de producción significante y de otros modos de vida (Brea
2014).
7. Conclusiones
La cultura visual digital, Internet, redes sociales, plataformas
audiovisuales se insinúan como un inmenso BilderAtlas
y a la vez como un nuevo Denkraum para
elaborar conexiones, significados y usos inesperados de las imágenes, para
intensificar su resistencia a ser agotadas en los imaginarios normativos, a ser
domesticadas bajo los principios de autoridad, control y consumo. Pero si el
algoritmo es codificado como un programa que se implementa en su ejecución entonces
la imagen algorítmica se convierte en un programa informático cuyos modos de
operar permanecen, al menos parcialmente, en el nivel de lo no visible (Hoelzl y Marie 2016). Es cierto que podemos manejar cierta
cantidad de datos, pero son otros quienes controlan según intereses privados los
Big data en situaciones desiguales de acceso con el objetivo de extraer
plusvalía de ellos. Las imágenes presentan una ordenación interna programada
por los algoritmos de carácter performativo y pragmático, pues aquella se decide
según imperativos de adaptación variables en referencia a una infinidad de
situaciones. El desplazamiento desde el problema de la representación de la
imagen hacia el de la intensificación de sus capacidades sociotécnicas de
intervención en el mundo hace necesario trabajar en nuevas categorías y herramientas
interpretativas apropiadas desde el contexto en el que las imágenes son
generadas y puestas en circulación, es decir, el de las ciencias
computacionales (Paglen 2016). Recuperar el control de
las instrucciones, protocolos y reglas que componen el algoritmo significa hoy
recuperar el potencial disruptivo y anacrónico de la imagen. Warburg reelaboró el algoritmo de la imagen cinemática para
dibujar una nueva cartografía espaciotemporal de las supervivencias inesperadas
de las imágenes. Hoy debemos aprehender el algoritmo de la imagen digital para orientarnos
críticamente en un régimen visual que promueve una nueva fase de colonización
de la mirada y de la subjetividad, de la memoria y de la existencia.
Referencias Bibliografías
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BIO
[1] Es también significativo que en los últimos
años haya crecido el interés por recuperar la hoja fotográfica de contacto como
una forma visual con valor propio e incluso como estrategia artística (Crist 2014; Lubben 2011).
Fotógrafos como William Furniss usan la hoja de
contacto para componer sus paisajes urbanos. De forma, pienso que más reflexiva,
Barbara Probst elabora en su serie Exposure (2000-2017) paneles formados por doce
fotografías que registran una determinada escena desde distintos puntos de
vista de manera fragmentada y no secuencial.
[2]
Paglen (2014) reconoce a Harum
Farocki y su serie de videos Eye/Machine
(2000) como una temprana y lúcida reflexión sobre las imágenes operacionales y
el cambio de régimen que conllevan.