APORTES DE LA TEORÍA FÍLMICA FEMINISTA
PARA EL ANÁLISIS DE LA PORNOGRAFÍA
CONTRIBUTIONS OF FEMINIST FILM THEORY FOR THE ANALYSIS
OF PORNOGRAPHY
Andrea Corrales Devesa
Universidad Politécnica de Valencia
http://www.doi.org/10.5281/zenodo.7650801
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Recibido: 14 10 2020
Aceptado: 01 02 2021
Publicado: 30 03 2021
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Cómo citar este artículo
Corrales Devesa, A. (2021).
Aportes de la teoría fílmica feminista para el análisis de la pornografía.
ASRI.
Arte y Sociedad. Revista de Investigación en Arte y Humanidades Digitales. (19),
79-92.
Recuperado a partir de https://revistaasri.com/article/view/4745
Resumen
En
el presente texto se disponen algunos de los ejes teóricos más relevantes de la
teoría fílmica feminista de entre las décadas de los 70's y 80's
para
el análisis de la producción cultural pornográfica, contextualizando el debate
social contemporáneo también como parte de un itinerario más amplio de
pensamiento al respecto del lenguaje, la representación y su relación con la
construcción de la subjetividad humana.
Palabras clave
Teoría
fílmica feminista, psicoanálisis, autorepresentación,
modelo semiótico, pornografía.
Abstract
The present article shows some of the most relevant
theoretical axes of feminist film theory from the 70's
and 80's are available for the analysis of pornographic cultural production,
contextualizing the contemporary social debate also as part of an wider itinerary of thought regarding language,
representation and its relationship with the construction of human
subjectivity.
Keywords
Feminist film theory, psychoanalysis,
self-representation, semiotic modelling, pornography
1.
Introducción
Gran parte de las lecturas contemporáneas
hacia la pornografía en tanto que fenómeno visual tienen que ver con la
incorporación de las teorías y movimientos vinculados al pensamiento feminista
de mediados de los años 70’s y de la década los 80’s en el norte global, especialmente en/entre
Estados Unidos y Francia, concretamente las vertientes del feminismo de la
diferencia o feminismo cultural de estos territorios. Estas lecturas sitúan el
problema de la representación sobre las bases conceptuales del psicoanálisis,
articulado alrededor de la idea de inconsciente, poniendo de manifiesto cómo el
inconsciente de la sociedad patriarcal ha estructurado la forma fílmica (Mulvey, 1975). Este presenta un sujeto individual,
propietario y a la vez propiedad, que es susceptible de ser alterado por
condiciones externas, siendo a la vez articulado por estructuras simbólicas
desde su nacimiento. En el auge de las micropolíticas de corte sesentayochista y de “lo personal es político”, el marco
teórico del psicoanálisis y la lingüística estructuralista permitieron, tanto a
académicos como a activistas, la posibilidad de un análisis exhaustivo de la
forma en la que las estructuras tenían un efecto inevitable e invisible en las
conductas y la autopercepción humana, continuando la estela del formalismo en
sus áreas de análisis (Rose, 1986) y, por supuesto, siguiendo el camino de los
estudios del signo, derivados de la semiótica postestructuralista. Siguiendo la
tradición de la teoría cinematográfica francesa, estas estructuras vendrían a
condensarse en el reclamo del lenguaje como el agente estructurante por
excelencia, quedando patente desde el trabajo de Christian Metz el uso del
modelo semiótico o modelo textual para el análisis del cine y la narrativa
audiovisual. Aunque algunas académicas
han mostrado una suave discrepancia hacia la homogeneización del problema que
supone situarse bajo el paraguas totalizador del lenguaje (De Lauretis, 1987: 20), lo cierto es que los feminismos, en su mayoría, han abrazado esta forma de
estructurar la realidad y le han dado una dimensión universal para con la
opresión de las mujeres, considerando el lenguaje (y las imágenes como parte
del mismo), producto y a la vez productor de las condiciones físicas y
metafísicas de esta opresión. El análisis de material audiovisual sexualmente
explícito suele encontrarse analizado bajo la misma óptica.
2.
Desarrollo de la investigación
En
los Estados Unidos, la crítica al dispositivo de visión por parte de las
autoras más relevantes viene de la crítica feminista hacia algunas películas
paradigmáticas de la edad de oro de Hollywood (entre 1920 y 1960
aproximadamente) que alcanzaron el éxito sobre una industria que estaba
llegando a su máximo exponente, sobre todo en términos de popularidad. Tras la
Gran Depresión, los avances de la industria del cine fueron hacia el modelo de
distribución de las películas, abriendo salas de cine en diferentes zonas y
barrios, en lugar del modelo central, más parecido al teatro, predominante
hasta los años 20’s.
Este nuevo modelo requería una mayor regulación y control por parte de las
autoridades (Butsch, 2001: 106), pero provocó una “cultura de cine” con la que hemos
convivido hasta el home cinema. El paso del cine mudo al cine sonoro produjo un
espectador completamente nuevo, un espectador silencioso contribuyendo a una
experiencia cinematográfica más íntima y subjetiva. Por supuesto, el
dispositivo cinematográfico y, en general, la tecnología de reproducción de la
imagen audiovisual tuvo un papel fundamental en la redefinición entre
representación y realidad en el norte global, especialmente en los Estados
Unidos, en parte debido al shock social que produjo la retransmisión televisiva
de la Guerra de Vietnam (1955-1975) y antes, la bomba atómica (1951). Estos
nuevos escenarios de intimidad en la experiencia de lo visual activaron muchas
preguntas sobre los posibles efectos de las imágenes en la cotidianeidad,
preguntas que ya habían sido formuladas a propósito de la recién inaugurada
industria de la publicidad y el marketing, que buscaba explotar esta relación
entre imagen e intimidad hacia la estimulación íntima de un deseo enfocado a un
determinado producto. No es un secreto que las teorías psicoanalíticas formaron
parte de esta nueva industria -y de esta nueva relación entre mirar y desear /
mirar y actuar-, popularizada por la instauración de la institución
psicoanalítica tanto por sus profesionales (debido a la gran migración de
analistas judíos a causa del auge del fascismo europeo) como de su memoria
material, al instalarse en 1951, de la mano de Kurt Eissler,
los archivos de Sigmund Freud en la ciudad de Nueva York (Ranglone,
2014: 3). Buena parte de estas teorías se aplicaron también al lenguaje
cinematográfico, que pareciese que fuera inventado sólo para confirmar sus
teorías del yo psicoanalítico.
Así, la emergencia de la Feminist Film Theory
en Estados Unidos, Inglaterra, Canadá y Australia (es decir, de los territorios
hegemónicos angloparlantes) buscaban no solo contraatacar los estereotipos, las
imágenes configuradas por el cine dominante, sino también tratar los problemas
estéticos, políticos y sociales que preocupaban al movimiento feminista
(Villaplana, 2008). En este sentido, esta corriente de pensamiento no solo
proporcionó lecturas críticas sobre material cinematográfico ya existente, sino
que imaginó y promovió la creación de otras formas de producir imágenes que
dieran cuenta de estos problemas transversales que, desde esta óptica,
encontraba su origen en el lenguaje (audiovisual).
El cine comercial del circuito
Inglaterra-Estados Unidos será el objeto de análisis principal de
las pensadoras y activistas más respetadas. Este nuevo cine de exportación,
completamente inserto en la cotidianeidad de la sociedad occidental de la
posguerra, particularmente del cine de Hitchcock y otros directores como Ophulus o Steinberg, se diseminó por buena parte del globo
y, con él, las cosmovisiones del que era parte.
Autoras como Laura Mulvey, Pam
Cook, Clarie Johnston, Mary Ann Doanne,
Teresa De Lauretis, Marjorie Rosen, Molly Haskell,
Annette Kuhn, Barbara Creed, Kaja Silverman, Patricia
Mellencamp o Joan Mellen publican entre las décadas
de los 70’s
y los 80’s
sus obras más destacadas e influyentes en lo relativo a la crítica de la
representación femenina en el cine, tanto en su presencia como en su ausencia,
comprendiendo el factor visual como parte de la maquinaria simbólica que ofrece
las condiciones de subjetividad necesarias para la perpetuación del sistema de
creencias de opresión de las mujeres[1].
Para estas condiciones de subjetividad, las imágenes tenían un papel
fundamental al afectar, según ciertas lecturas del psicoanálisis lacaniano, el
proceso de identificación en el subconsciente (Mulvey,
1975). Por supuesto esta es una idea no sólo del psicoanálisis estrictamente
sino de su influencia en otros movimientos emancipatorios que han visto la
correlación entre los aparatos de producción de desigualdad material
articulados y sostenidos por un universo de significación diseñado para su
conservación[2].
El cine comercial se presenta como un aparato material y una practica de significación en la que el sujeto está
implicado, construido, pero no agotado (De Lauretis,
1984: 14) donde se especifica a la mujer en un orden social particular, [...]
en una cierta posición de significados, la fija en una cierta identificación.
Representada como el término negativo de la diferencia sexual, fetiche-espectacular
o imagen especular, en cualquier caso, ob-scena, la
mujer está constituida como el territorio de la representación, el espejo
sostenido para el hombre (De Lauretis, 1984: 15).
Como parte de la preocupación por el cine comercial y el flujo de producción y
de consumo de imágenes, la pornografía o el cine con contenido sexualmente
explícito ha formado parte de la manera en la que se han pensado los límites de
la propia discusión y del propio cine. Revistas académicas como Screen (Univeridad de
Glasgow), Quarterly Review
of Film Studies, o Camera
Obscura (Duke University) han dedicado cantidad
de números que abordan estos análisis, además de aquellas específicamente
dedicadas al cine y a los estudios cinematográficos vinculadas a instituciones
culturales o independientes cómo Communications
(Le Seuil), que también han dedicado números a la relación de cine,
representación y pornografía.
La relación
entre industria cinematográfica y dimensión simbólica de las relaciones de
opresión patriarcal se encuentra situada no solo en las películas sino también
dentro de la propia estructura empresarial y sus entidades. En la nota
editorial de la edición de 1972 de Women and Film, el
comité editorial, referente en la crítica feminista en la industria
cinematográfica, se declaraba no sólo parte del movimiento feminista o de
emancipación de las mujeres sino como consciente del factor psicológico de la
opresión: “The women in this magazine,
as part of the women's movement,
are aware of the political, psychological, social and economic
oppression of women”.
Una
de las grandes preguntas que surgieron en este contexto y que estructuraría el
ímpetu de las feministas de la diferencia era si era posible ‘escapar’ de las estructuras simbólicas del orden
patriarcal -como el cine, pero no exclusivamente[3]-
y, de ser así, cuál sería la manera de producir un contra cine (Johnston,
1973), un cine alternativo (Mulvey, 1975) o una
des-estética feminista (De Lauretis, 1985). Es decir,
si bien la teoría feminista del cine encuentra una de sus principales razones
de ser en el análisis y la desarticulación de la continuidad de los enunciados “felices” (Austin,1982) que producen las
representaciones femeninas en el cine, estas críticas han estado unidas a un
horizonte político enfocado también hacia una posible “alternativa”, una “estrategia revolucionaria” (Johnston,
1973) que rompa el placer visual (Mulvey ,1975)
-entendiendo este placer como el placer narrativo de la continuidad de lo que
nos es familiar- la destrucción del placer como arma radical tanto en un
sentido político como estético, (Mulvey
,1975) proponiendo así un nuevo marco de visión (Villaplana, 2008: 76). Por
supuesto, de una pregunta tan trascendental solo puede esperarse una polifonía
de voces; Griselda Pollock se manifestaba en 1977 abiertamente en contra de
esta posibilidad de estar “fuera” del imaginario hegemónico
(formas ideológicas existentes) a partir de la representación del cuerpo de las
mujeres. Lucy Lippard también mostraba reticencias
hacia estas prácticas (Lippard, 1976). Desde una
perspectiva psicoanalítica nos encontramos ante la negación permanente de la
posibilidad de una brecha. Como apunta Kate Hough,
tanto en el psicoanálisis como en el marxismo - ambas doctrinas de enorme
importancia en el devenir de la teoría cinematográfica feminista y del
movimiento feminista en general- la representación de las mujeres es un
significante de falta, que refuerza el orden simbólico[4]
patriarcal a través de la diferencia sexual[5].
Observando el plano general de este debate, podríamos concluir que el eje sobre
el que se articulan las posiciones es, fundamentalmente, el papel que puede o
no puede tener una imagen en el proceso de transformación social e identitaria
en el terreno del género y la sexualidad.
Paralelamente a estos planteamientos más
teóricos, desde la producción de imágenes se estaban realizando propuestas
adscritas a este proyecto feminista. El trabajo de Carolee
Schneemann, Barbara Hammer,
Chick Stand o Barbara Rubin
(USA) da cuenta de la aspiración de creación de otros marcos de visión que
permitan otras formas de representación, no solo de la identidad femenina o de
la imagen de “las
mujeres”, sino de su sexualidad[6].
Las artistas y activistas feministas encontraron en el lenguaje audiovisual una
posibilidad inmensa de experimentación a través de películas y cortos de sexo
explícito, no sin padecer las consecuencias de la censura y la moral sexual de
ambas escenas, la del feminismo y la del cine experimental (Haug,
1997). Podemos concluir que la autoproducción de imágenes sexualmente
explícitas sobre la sexualidad femenina ha sido desde el principio un proyecto
feminista que quería resolver el problema de la representación, respondiendo
activamente a la pregunta: ¿pueden las mujeres (y su sexualidad) existir en el
terreno de la representación, es decir, en el lenguaje? ¿es este lenguaje
susceptible de ser transformado y, así, la sociedad que lo espeja?
No existe hasta la fecha una opinión
homogénea a este respecto, ni en los movimientos feministas ni en la teoría de
la imagen. Sin embargo, lo que sí tenemos es la historia de su búsqueda,
documentos de un camino compartido y posibles puntos de partida. A partir de la
accesibilidad a la producción audiovisual provocada por la comercialización de
la handycam, las artistas y activistas
feministas desarrollarán distintos desplazamientos relativos a las
posibilidades de representación de la subjetividad/deseo/imaginario de las
mujeres en el contexto del cine experimental y del video arte. El famoso
proceso de identificación del espectador será evitado, suprimiendo el factor
narrativo del filme (Dyketactics, 1974). Por otro
lado, el binomio sujeto/objeto va a ser cuestionado con piezas como Double Strenght
(1978) de Hammer. Las construcciones narrativas
clásicas y el punto de vista van a ser desjerarquizados
con prácticas como la representación verbal o el storytelling,
que eran prácticas comunes en los caucus o espacios no mixtos (sólo para
mujeres) de la década de los 70’s en Estados Unidos y Canadá. También
se llevaban a cabo prácticas de colectivización del punto de vista, como el
compartir la cámara, y se grababan las unas a las otras mientras narraban sus
historias como en Rape (1975) de JoAnn Elam, planteando nuevos escenarios de autoría para las
producciones audiovisuales. Por supuesto el montaje experimental, la
fragmentación, el loop y el uso de footages era parte del statement
formal de la propuesta de crítica feminista, que pareciera querer romper con la
continuidad/placer visual que suponía la aceptación perceptual de los códigos
del cine comercial; con estas técnicas se buscaba, entre otras cosas, desvelar
la máquina de visión, su naturaleza construida. A partir de la década de los
setenta, como señala Kate Haug, la teoría
cinematográfica feminista se empieza a interesar por las formas hegemónicas del
documental y del cine narrativo. Estas experimentaciones querían romper con
este modelo hegemónico de la ficción cinematográfica - especialmente popular en
los espacios de creación de imágenes de occidente, como apuntaba Metz-
introduciendo testimonios en primera persona, no-actores, improvisación, la
connotación de “auténtico”
o no-ensayado, la implicación de que la película está siendo dictada por lo “real” en lugar de acontecimientos
ficcionales, la idea de que la audiencia está compartiendo la experiencia
personal del director / actor. (Haug,1997: 88).
La
pornografía contemporánea comparte también algunas de estas estrategias de
representación de la subjetividad/deseo/imaginario de las mujeres, así como de
ruptura con el modelo de ficción clásica. Probablemente la diferencia más
evidente entre la producción de pornografía contemporánea -que busca
desesperadamente la sensación de realidad- está precisamente en el factor del
montaje. En el caso de la
experimentación feminista de los setenta, el montaje tiene una importancia
capital para “sacar”
al espectador de la ensoñación: se busca una relación discursiva con el
material, haciendo un uso de la estructura para producir un diálogo crítico
alrededor de su contenido (Haug, 1997: 89). Por el
contrario, en la pornografía encontramos con mayor facilidad secuencias
completas, sin edición (lo que se llama gonzo), donde
la diferencia de planos (si los hay) tiene su origen en el movimiento de la
cámara que siempre quiere evocar los ojos de quien eventualmente estará
mirando. Claramente existen ejemplos de pornografía más “cinematográfica” como es el caso de la
famosa productora de porno para mujeres Erika Lust
Films, donde sí encontramos un montaje de tipo expresivo o poético que
reproduce las fórmulas fascinatorias de cine
comercial, con contenido sexualmente explícito. En concordancia con esta
genealogía política de prácticas de emancipación feministas en el terreno del
lenguaje (y del lenguaje visual) se sitúan las corrientes llamadas postpornográficas, que recogen, a partir de los 90's ,el legado de las experimentaciones formales en una
búsqueda común hacia un contraporno en una relectura
de Johnston, un porno alternativo en el sentido de Mulvey,
o una des-estética pornográfica feminista aplicando los presupuesto de De Lauretis. Las estrategias,
como todo lo demás, han sido readaptadas a las condiciones de posibilidad
material.
Dando un salto hacia nuestro contexto,
a partir de finales de los setenta hubo aproximaciones similares alrededor de
la cuestión de la pornografía en el movimiento
feminista de la recién estrenada democracia española, encontrando una mirada
crítica a la par que deseante de otras formas de imaginario (sexual) que
interpelara a las mujeres. A raíz del texto de 1988 “El deseo de las demás es
cutre, amigas, el mío no” del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (y
más concretamente de Nieves García, Ely Fernández, Celina Rastrollo,
Teresa Millán y Cristina Garaizábal) (Egaña, 2017),
se abría el debate acerca de la “legitimidad” de unos deseos sobre otros, y,
finalmente, la cuestión de las fantasías (correctas o incorrectas) que eran el
eje de muchas de las voces de las feministas anti-sexo estadounidenses en su
alianza con la izquierda ultraconservadora. Empar
Pineda identifica estas corrientes punitivas del deseo o las fantasías (por
tanto, las imágenes de estas), como minoritaria en el contexto español (Pineda,
en Trujillo,2008: 134), siendo el deseo y sus imágenes especialmente
importantes para los colectivos de lesbianas feministas y los sectores sexodisidentes de la izquierda radical. Siguiendo a Lucía
Egaña:
Los
textos revisados abordan el deseo, la fantasía y la pornografía como temas
sobre los cuales es importante reflexionar colectivamente. Más favorables a la representación
del sexo, a la apropiación de la pornografía y al libre ejercicio de fantasías,
apuntan al desarrollo de imaginarios inexistentes y necesarios para el
mejoramiento de la vida lesbiana. (Egaña, 2017: 123)
Es la representación
(de los cuerpos, de las identidades, del deseo, de la sexualidad, del género,
de las relaciones, de los lenguajes y de las iconografías), en este sentido,
una preocupación compartida y que ha reunido a muchas; rechazar la ilusión de
control de la censura, entre otras cosas por parecerse demasiado a aquellos
regímenes que han terminado con la vida y las imágenes de nuestras amigas,
amantes y ancestras. El deseo de autorepresentación
es también presente en colectivos que han sufrido persecución (como es el caso
de las lesbianas / como es el caso de las trabajadoras del sexo) y que ha sido
ampliamente experimentado en el arte feminista a partir de los 70’s. En España,
probablemente por la herencia de la dictadura, las formas de experimentación
cultural relacionadas con la autorepresentación
feminista y sexodisidente de la propia sexualidad
llegaría más tarde, pero con fuerza en los años 90’s, como dan cuenta
colectivos como LSD. Fefa Vila recuerda el componente
“pornográfico” que se les atribuía a las propuestas de autorepresentación
de la serie fotográfica Es-Cultura Lesbiana:
Creo que el fanzine de 1995 fue el que
más éxito tuvo de LSD: el más oscuro, el más vampiro…
Básicamente, creo que fue por el impacto que en ese momento tuvo la exposición
de la serie fotográfica Es-Cultura Lesbiana. Las fotos recorrieron la geografía
española y fueron fuente de polémicas, dentro del propio barrio y dentro de la
propia ciudad. El fanzine fue visto como algo superpotente,
pero también como algo muy pornográfico a la vez. Y al mismo tiempo lo
utilizábamos para establecer discursos sobre temas como de qué subcultura
estamos hablando, de qué cuerpos estamos hablando, de qué vidas, y sobre las
intervenciones que pueden hacer esas culturas en los marcos en que operan. Es
una cultura evidentemente “corporada” porque eran
nuestros cuerpos los que queríamos marcar de forma diferente, para que se hacieran visibles y, en la medida en que se hiciesen
visibles, pudiesen nombrar y alterar realidades directamente. (Trujillo y
Expósito, 2004: 162).
El caso de LSD no es aislado. Muy a
menudo las prácticas de autoexploración o de autorepresentación feministas han sido vistas como
pornográficas y también la pornografía (o algunas técnicas tradicionalmente
situadas en la producción de material sexualmente explícito o pornográfico) ha
servido de modelo para la autorepresentación de
mujeres, lesbianas y personas feminizadas por el patriarcado como disidentes de
género, personas trans*, personas no binarias, two-spirit,
etc. Tampoco hay que olvidar el vínculo histórico y material entre personas
marginalizadas económica-simbólicamente y las economías sumergidas -cómo ha
sido tradicionalmente las esferas de trabajo dentro del porno y en general del
trabajo sexual, también en general del trabajo con las imágenes-; un vínculo
que se da en la materialidad de la vida y que no puede negarse tampoco en el
universo simbólico, en sus itinerarios y genealogías de existencia.
Es remarcable la similitud entre las
metodologías y la transmisión de ejes de
análisis de la producción cinematográfica y la literaria, que se dan en gran
parte de las autoras más destacadas. Este fenómeno fue acuñado como modelo
semiótico por Metz en 1974 en su notable publicación Film Language. A Semiotics of the Cinema, aunque tiene
una trayectoria más larga como parte del llamado "giro lingüístico"
que fue tan influyente en el feminismo occidental. No es casualidad que, un año
más tarde, Martha Rosler publicara su famoso ensayo
visual Semiotics of
the Kitchen, ahondando
visualmente en un modelo de entendimiento de la opresión patriarcal
fundamentado en este modelo semiótico.
Si pueden existir las mujeres fuera del
orden simbólico patriarcal y, de ser así, qué
horizontes revolucionarios resultan de esta posibilidad, fueron sin duda
preguntas que no empezaron con el medio audiovisual. El análisis de contenidos
literarios fue extenso en los relativo a las preocupaciones que surgieron sobre
la dimensión performativa (Austin,1982) (Butler, 1992) del lenguaje como
sistema, pero también de la producción literaria. Un ejemplo paradigmático de
este vínculo entre teoría feminista del cine y literatura es el de la escritora
y activista francesa Monique Wittig. Siendo ella
misma formada en estudios literarios, además de escritora, sintetiza gran parte
del modelo semiótico en lo referente a la producción de imágenes. En sus obras
literarias más destacadas lleva a cabo una experimentación formal para
desplazar el sexaje (Guillaumin,
2012) o marca del género (Wittig, 2006: 103-116),
produciendo entornos semánticos experimentales donde los sujetos escapan de
esta marca. Su trabajo como escritora, así como activista feminista, será sin
duda la lucha por la erradicación de esta marca que es, según ella, la
condición última de la opresión de las mujeres, pues se nos arrebata la
posibilidad de la voz universal, la posibilidad, finalmente, de formar parte de
la historia. Esta concepción claramente materialista, pero a la vez de trabajo
con el material simbólico, supuso la aceptación de las bases del modelo
semiótico para el trabajo con las imágenes-texto, especialmente a partir de la
relación que establece con la directora de cine Sande Zeig.
Así refiere la misma Wittig en el prólogo de El
pensamiento heterosexual en 1991:
Zeig, con quien escribí
el Borrador para un diccionario de las amantes y la obra de teatro El viaje sin
fin, me hizo comprender que los efectos de la opresión sobre el cuerpo -dándole
su forma, sus gestos, su movimiento, su motricidad e incluso sus músculos-
tienen su origen en el campo abstracto de los conceptos, por las palabras que
lo formalizan. (Wittig, 2006: 17)
Otro ejemplo claro es el trabajo de análisis
literario de Women as victim:
Story of O (1974) de la
activista y literata Andrea Dworkin, una de las grandes feministas anti pornografía. En este texto se analizan, entre otras
cosas, la construcción del personaje, las estructuras lingüísticas, así como el
papel del escritor y la función del material literario a propósito de la
popular novela erótica Story of O de Dominique Aury; The
Image de Jean Berg y
otros productos culturales. De manera más general, en Woman
Hating (1975), Dworkin analiza el papel central
de la literatura -especialmente la literatura pornográfica- en la construcción
de la diferencia sexual:
Literary
pornography is the cultural scenario of male/female. It is the collective
scenario of master/slave. It contains cultural truth: men and women, grown now
out of the fairy-tale landscape into the castles of erotic desire; woman, her
carnality adult and explicit, her role as a victim adult and explicit, her
guilt adult and explicit, her punishment lived out on her flesh, her end
annihilation - death or complete submission. Pornography, like fairy tale,
tells us who we are. (Dworkin, 1975:
53)
Estas perspectivas alejan a las autoras
de los presupuestos más clásicos del feminismo materialista,
situando el lenguaje y especialmente el lenguaje visual como condición
fundamental de supervivencia del orden patriarcal, como creador de diferencia y
discriminación sexual. En este momento, entre mediados de los años 70's y
durante la década de los 80's, a raíz del cine experimental/el cine
pornográfico junto con la incipiente cultura de la imagen, el debate se
trasladó hacia las imágenes audiovisuales con fuerza. En el caso concreto del
cine (y, por ende, el cine pornográfico), fue especialmente abordado por sus
particularidades ‘sensibles’ y su vinculación con los populares
presupuestos psicoanalíticos de autoras como Mary Ann Doane,
Jacquelin Rose o Laura Mulvey, que presentaban el
lenguaje audiovisual como tejidos semánticos de ideología patriarcal que acaban
produciendo, mediante la repetición de sus signos -ahora, con el alcance de una
industria- la subjetividad de las mujeres. En su texto Caught
and Rebecca: The Inscription
of Femininity as Absence, Doane se acerca a
esta pregunta fundamental desde la perspectiva del psicoanálisis freudiano y,
concretamente, modulando los conceptos de fetichismo y voyerismo en el cine “para mujeres” hollywoodiense de los
años 40's, para dar una respuesta en negativo hacia la posibilidad de un female spectator.
En este campo de batalla se confrontaron las posiciones de las feministas de la
diferencia (que encontraron en el psicoanálisis una de sus armas más poderosas)
y las feministas materialistas que, como en el caso de Monique Wittig, buscaban una destrucción del marcaje sexual en la
subjetividad humana (un proyecto más cercano al marxista) en lugar de unos
códigos más propios del género femenino. Para las últimas, este género era en
sí, algo que abolir (Wittig, 2006) (Gullaumin, 2012), y se encontraba en condición de fin, de
un cierre (Gullaumin, 2012: 30). Es decir, pese a que
lo simbólico se sitúa como una de las “dos caras de un mismo fenómeno”, a
saber, la opresión de las mujeres, este factor “ideológico-discursivo” se
encuentra en condición de dependencia respecto al hecho material de la relación
de poder varones-hembras, entendiéndose de ninguna manera [como] una categoría
empírica autónoma, sino la forma mental que toman determinadas relaciones
sociales (Gullaumin, 2012: 31). En otras palabras,
desde esta perspectiva la dimensión simbólica de la subjetividad humana viene
siempre después de las condiciones materiales (y los materiales que la permiten
de facto) que producen el hecho social. El lenguaje aquí no es prescriptivo
sino, por el contrario, descriptivo de unas infraestructuras materiales, no
exclusivamente lingüísticas. Sin embargo, el trabajo de Wittig
en su desplazamiento hacia la imagen audiovisual, permitió un diálogo más
asumible por ciertos sectores de la academia que en la década de los 90's
estaban reformulando el postestructuralismo francés
en los Estados Unidos. Esta reformulación ponía de manifiesto la materialidad
de las estructuras simbólicas que ya era claro en el trabajo de Foucault pero
que tomó especial importancia en el feminismo a partir del popular trabajo de
Judith Butler Bodies That
Matter, en 1993.
3.
Conclusiones
La forma en la que las teóricas
feministas durante los 70's y 80's se acercaron al cine como aparato de visión
patriarcal se encuentra enmarcado en el flujo de pensamiento de corte
psicoanalítico y reafirmado por las influencias de la filosofía analítica,
proporcionando una continuidad a los presupuestos estructuralistas y
universalizando formas de ver muy vinculadas a los devenires de las sociedades
europeas y euro descendientes. En su deseo de rechazar el inconsciente
patriarcal, parecen haber quedado hasta nuestros días códigos de análisis que
integran cosmovisiones situadas históricamente y creemos pendientes de
examinar, como es el caso de la aplicación del modelo semiótico a la producción
cultural audiovisual y a la experiencia del ver en términos de códigos
lingüísticos. Los debates contemporáneos alrededor del factor de la pornografía
en la dimensión conductual se encuentran alienados con su propia historia si
evitan el paso por este momento de efervescencia feminista, cuyas prácticas
experimentales se encontraban cercanas a nivel formal a lo que llamamos
pornografía. Estos debates se presentan perdidos si intentan olvidar los
caminos de autorrepresentación de la sexualidad por parte de artistas y
activistas durante estas décadas, definitorias para con los feminismos que
habitamos hoy en día.
Además, el interés que la sociedad está
demostrando alrededor del hecho pornográfico parece querer despertar antiguas
sospechas hacia la imagen fotográfica (sospechas muy parecidas a las que hemos
tenido que sostener las mujeres en la historia de nuestra representación) y
desempolvando el viejo análisis freudiano aplicado a la teoría cinematográfica,
que en más de una ocasión ha sido señalada como profundamente misógina. Esta
paradójica preocupación hacia la imagen como reflejo engañoso y, a la vez,
fotograma hiperrealista de una realidad social y subjetiva, parece anticipar un
movimiento reaccionario que vuelca en las imágenes (y, por tanto, en sus
trabajadoras), toda su violencia. Resultan remarcables, además, las
dislocaciones respecto a los procesos de autoría y de responsabilidad de las
imágenes, especialmente aquellas que son de contenido sexualmente explícito,
desvaneciendo la marca individual/responsabilidad del director, guionista o
productor, para hacer de este un similar ejercicio de abstracción y convertir
su mirada en la mirada social, una operación que difícilmente podríamos
desplazar a otras disciplinas artísticas. El cine -y en general las
producciones audiovisuales- poseen/reciben una conexión única con la
autopercepción social, en el sentido más freudiano de la palabra; como fábrica
de sueños, el cine es reflejo y proyección simultánea de un nuevo ente externo
pero familiar (como es la figura de la madre en la criatura hasta los cuatro
meses, reconocible y familiar, similar en tanto que es una forma humana) que es
“la sociedad” con la que entablamos una relación individual que a su vez nos
conecta con otros. Por supuesto, estas lógicas se aplican a la pornografía, si
se puede, con mayor intensidad.
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BIO
Andrea Corrales Devesa (Alicante, 1988) es
artista visual, performer, activista
por la disidencia sexual e investigadora. Licenciada en Bellas Artes (UCLM),
cursó el Máster en Investigación en Prácticas Artísticas y Visuales (UCLM) y el
PEI - Programa de Estudios Independientes (MACBA). Doctoranda en Industrias de
la Comunicación y Culturales (UPV), combina de manera integrativa su actividad
investigadora, artística y activista, resultando proyectos que reflexionan
alrededor del trabajo feminizado, las imágenes públicas, las políticas del
montaje audiovisual y sus industrias, la pornografía y los límites de la
performance. Su trabajo ha sido expuesto en varios países, así como dentro y
fuera de los espacios artísticos, buscando siempre el contagio de saberes y la
experimentación formal/estructural. Ha clausurado recientemente "La
dimensión material de la imagen pornográfica" en el CCCC (Valencia), una
muestra de su investigación en torno a la materialidad (y los materiales) de la
imagen pornográfica online. Sus proyectos se mantienen siempre cerca de
las urgencias políticas del presente, proporcionando nudos necesarios entre la
práctica artística y el contexto, así como un trabajo desde el pensamiento
crítico en diálogo constante con los movimientos sociales.
[1]
Así da cuenta el famoso ensayo de Laura
Mulvey, publicado en el año 1975 en Screen como una adaptación de la ponencia
presentada en 1973 en la Universidad de Wisconsin: “Este estudio pretende
utilizar el psicoanálisis para descubrir dónde y cómo los mecanismos de
fascinación del cine se ven reforzados por modelos preexistentes de fascinación
que operan en el sujeto individual y en las formaciones sociales que lo han
modelado. Como punto de partida, tomaremos la manera en la que el cine refleja,
revela e incluso interviene activamente, en la interpretación recta,
socialmente establecida, de la diferencia sexual que domina las imágenes, las
formas eróticas de mirar y el espectáculo.” Mulvey, Laura (2001) “Placer visual
y cine narrativo” VV. AA (2001) Arte después de la modernidad. Nuevos
planteamientos en torno a la representación. Brian Wallis (Ed) Akal / Arte
Contemporáneo. Madrid
[2] Por ejemplo, en la obra fundacional de
Franz Fanon Piel negra, máscaras blancas, publicado en francés en el año 1952,
el autor aplica las bases del psicoanálisis para el examen de la situación de
opresión de las personas negras, en el contexto colonial y postcolonial,
resultando un libro capital para el desarrollo de los movimientos antirracistas
y el black power. Resulta claro como los movimientos abolicionistas de la
esclavitud y por los derechos civiles en los Estados Unidos fueron el eje de
referencia para el movimiento feminista de los 70's en el mismo país; desde la
forma de organización hasta estrategias de resistencia, formas de
conceptualización de la opresión y también terminología, como es el caso del
concepto de abolicionismo, siendo apropiado por algunos sectores feministas
para equiparar el ejercicio del trabajo sexual a la esclavitud.
[3]
En
el contexto de finales los 70’s y durante la década de los 80’s, resulta notable
la atención hacia la posibilidad/imposibilidad de la autodeterminación de las
mujeres a partir del diagnóstico de algunos sectores del feminismo
institucional. El caso del aparato cinematográfico no es un caso aislado, sino
que estaba imbricado con otras preguntas que se estaban formulando al respecto
del consentimiento en el aparato legal o médico. En el caso del contexto
jurídico, la autora feminista Catharine A.MacKinnon (que estuvo, también, muy
preocupada al respecto de la pornografía y su “efecto” en la subjetividad
femenina y social), la posibilidad de la agencia y, por tanto, de
consentimiento de las mujeres en la cultura/economía patriarcales, se ofrecía
como un imposible debido a la condición prescriptiva de los aparatos
(patriarcales) de producción subjetiva, que de alguna manera “bloqueaba” las
posibilidades de emancipación femeninas, fabricando así su propia
auto-conservación. Esta teoría típicamente marxista y contraliberal fue
rebatida por la porfesora Ruth Colker de esta forma: si no se puede confiar en
la agencia de las mujeres debido a que el poder no tiene exterioridad y se
encuentra escondido en la apariencia de libertad, ¿por qué hay mujeres que
están "presas" de sus estructuras y otras -como en este caso
MacKinnon- se encuentran emancipadas y autoconcientes? En Freeman,
Jody (1996) "The Feminist Debate over Prostitution Reform", en
Weisberg, Kelly (ed.) (1996), Applications of feminist legal theory to women's
lives. Sex, violence, work and reproduction,,Temple University Press, Philadelphia.
[4] El concepto
de orden simbólico tiene su raíz en el
psicoanálisis
lacaniano, muy popular en los 70’s, que da cuenta de los llamados “registros de lo psíquico”, estructuras
mentales en sinergia con lo real y lo imaginario que se presentan necesarios
para cualquier acto de pensamiento. Desde el psicoanálisis
lacaniano el origen de lo simbólico se encuentra en el lenguaje. “Primero está
el símbolo, que es
la estructura misma del pensamiento”
- Lacan, J.
(1981). El Seminario. Libro I: Los escritos técnicos de Freud
(1953-54). Buenos Aires: Paidós.
[5] For, within
their Freudian/Lacan model, any presentation or representation of the female
body necessarily participates in the phallocentric dynamic of fetishism,
whereby the female body can only be seen (and the regime is visual) as “lacking” in relation to the mythical plentitude
represented by the phallus en Jones, Amelia (1995): “Feminist Heresies:
‘Cunt Art’ and the Female
Body in Representation”, en Marzo, Jorge Luis (ed)(1995): Herejias/Heresies:
Crítica de los Mecanismos, Centro Atlántico de Arte Moderno, p.633
[6] Como Kate
Haug apunta, estas iniciativas de experimentación feministas son anteriores a
las llamadas “sex
wars” - a los
intensos e inacabados debates acerca de la sexualidad en el movimiento
feminista-. Estos trabajos de principios de la década de los
setenta en Estados Unidos tienen un carácter previo,
de alguna manera inocente, anterior a la enorme polarización que llegará una década después. En Haug, Kate (1997) Sólo para tus
ojos: el factor feminista en relación a las artes visuales. Erreakzioa-reacción.
Arteleku-Diputación Foral de Guipuzkoa. Donostia.