EDUCANDO EN NUEVOS
PROCESOS VISUALES.
ABSTRACCIÓN Y
METÁFORA EN
LA MICROGRAFÍA
DIGITAL
EDUCATING IN NEW VISUAL PROCESSES.
ABSTRACTION AND METAPHOR IN THE DIGITAL MICROSCOPY
Javier Domínguez Muñino
Universidad de León
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Recibido: 28 12 2019
Aceptado: 17 03 2020
Publicado: 01 07 2020
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http://www.doi.org/10.5281/zenodo.7652398
Cómo citar este artículo
Domínguez Muñino, Javier.
2020. Educando en nuevos procesos visuales. Abstracción y metáfora en la Micrografía
Digital. ASRI. Arte y Sociedad. Revista de Investigación en Arte y Humanismo
Digital. (18), 4-18.
Recuperado de https://revistaasri.com/article/view/4751
Resumen
Exponemos los rasgos de la micrografía digital más
relevantes para una lectura artística y educativa; partiendo de comprender
estas imágenes científico-técnicas, para su posterior análisis epistemológico y
estético. Este particular
corpus visual permite enseñar la imagen como un
proceso y dispositivo de conocimiento; no
sólo como una apariencia. Su capacidad de traducir y
convertir la información en metáforas visuales, le otorga un creciente interés
para la investigación y práctica en Artes Visuales.
Palabras clave
Matriz de datos; Metáfora visual; Iconicidad;
Realidad aumentada; Micrografía; Roles
Abstract
We expose the most relevant features of digital
micrography for an artistic and educational reading; we begin by understanding
these scientific-technical images, for further epistemological and aesthetic
analysis. This visual corpus allows to show the image as a process and as a
device of knowledge, and not just an appearance. The ability of micrography to
translate and convert information into visual metaphors, gives it a growing
interest for research and practice in Visual Arts.
Keywords
Array; Visual metaphor; Iconicity; Augmented reality;
Microscopy; Roles
1. Introducción a la noción creativa que
asimila arte, ciencia y tecnología
El panorama actual nos sitúa en una
cultura de imágenes cuyo reto viene siendo planteado, a estudiosos teóricos y
docentes de las artes, desde las últimas décadas. Cuando en la educación
artística se asumió el modelo heurístico de la Cultura Visual (Eisner, 2004),
es sabido que esto abrió un nuevo contexto de cómo pensar las imágenes,
tradicionalmente implicadas en el epicentro del fenómeno creativo. La
literatura especializada en Estudios Visuales tomó un interesante engranaje con
la Teoría Crítica, multiplicando los nodos que en torno al fenómeno de la
imagen se veían ahora conectados. A partir de este escenario poliédrico, las
posibilidades educativas -ya no sólo estéticas- se esparcían en otro golpe
desintegrador propio del ciclo postmoderno.
Sobre este contexto, volátil y
enriquecedor según se inclinen las valoraciones, ha sido afectada la enseñanza
de nuestra área de conocimiento: la Expresión Plástico-Visual. Tomamos esta
situación como poderosa oportunidad para abrir vías de investigación que, previamente,
requieren giros de mentalidad.
En sus recientes aportaciones, G. Sullivan
señala los distintos tipos de prácticas y modos de concebir las artes visuales.
Algunas de esas concepciones del fenómeno y la práctica artística ponen el
acento en dinámicas, marcadas por la intersubjetividad y la interculturalidad,
cuyo encaje en el currículo postmoderno ha sido bien fructificado (Efland, Freedman y Stuhr, 2003).
Pero en este trabajo queremos detenernos en el tipo de práctica que el profesor
de Ohio ha señalado como un hacer en Sistemas (Sullivan, 2010): una concepción
teórico-práctica del hacer artístico como investigación transdisciplinar, en
tanto esta labor indagadora (en cuyo rasgo heurístico podemos reconocer, por
cierto, un parentesco con el modelo de la Cultura Visual) trasciende a las disciplinas
ya establecidas por separado, para dar cuenta de una búsqueda de otras explicaciones
posibles a cuestiones tan poliédricas. Con esto, Sullivan -siguiendo la línea
de Eisner- defiende que las artes visuales no sólo son objeto de investigación
sino propiamente un método autónomo de investigación, cuyo sensible e importante
material posibilita indagar con otras lentes bien distintas.
Conforme al planteamiento de Sullivan,
y ahora leído en este contexto cultural-visual, asumimos también la ruptura de
los roles que han venido delimitándose. Quienes participan en investigación y
práctica artísticas al fin quedan autorizados para dar cobertura epistemológica
a los fenómenos. La imagen se ha convertido en un fuerte artefacto del
conocimiento; una suerte de dispositivo, o aparato estético y epistemológico,
que nos acerca a ciertas cualidades de la realidad con un enfoque singular y
propio (Déotte, 2007). Donde había una brecha
inmiscible entre los roles de artista, científico, educador, técnico o divulgador,
ahora se despliega un campo continuo sin fronteras deliberadamente impuestas.
Este posicionamiento nos predispone de
manera óptima para abarcar el tipo de experiencia que, al caso de nuestra
propuesta, traemos: una importación (como en principio es inevitable que se
comprenda) al campo de las Artes y Humanidades, de las imágenes típicamente científicas
y tecnológicas que han sido creadas a partir de las técnicas microscópicas
digitales; pues hemos centrado nuestros años de estudio en las microscopías electrónicas,
no ópticas, cuya mediación del software digital es imprescindible para este tipo
de creación visual.
Esta propuesta ha partido de ciertos
interrogantes motivados que, aún hoy, siguen dirigiéndonos una línea de
investigación abierta y con pronóstico de futuro: ¿Con qué mapamundi (visual)
operamos para pensar las cosas? ¿Cuáles son, nuestros imaginarios y
cosmovisiones, implicados? ¿Y con qué material intelectual y didáctico, en
consecuencia, trabajamos la enseñanza artística en el contexto de la actual
cultura visual?
Al arranque del siglo XX fueron determinantes
las voces que empezaron a derrocar aquel Proyecto Ilustrado, de cuya partición
quedaron divididas las artes y las ciencias. Los saberes espirituales y los
naturales, señalaba Dilthey, habían provocado una esquizofrenia cultural. Áreas
cognitivas se ven reconciliadas por una filosofía integral y holística que
asume, el carácter poliédrico de toda realidad, y la capacidad genuina de cada
medio o lenguaje para aprehender sus distintas caras.
En el campo artístico, sintonizamos nuevos
canales cognitivos que nos sirven de efugios para continuar dando salida al
potencial expresivo; una vía que incorpora, de pleno derecho, su estatuto
epistemológico también. A medida que los distintos dispositivos van emergiendo,
y con ello aumentando la capacidad y variedad de generar tipos y formatos de
imágenes, nosotros nos manifestamos también como artefactos naturales,
incompletos, y predispuestos a adquirir segundas y terceras naturalezas. Así
queda comprendida la cultura: un producto connatural que emerge de nuestra actividad,
intelectual y funcional (Cassirer, 2007), habiendo adquirido por ejemplo una
lengua escrita y hablada, otros lenguajes emancipados, un sentido estético,
etc. De este modo, el niño ya se configura como un ser híbrido y artefactual
por segundas y terceras veces (Margolis, 2008).
Donde antes se habían dinamitado los
puentes, conectores de saberes o métodos artísticos y científicos, el llamado
sistema ACT -Arte, Ciencia y Tecnología- ha contribuido a invertir el sentido
de esta mentalidad, desde la aparición de su Libro Blanco que la FECYT apoyase
en nuestro país (Brea, 2007), y aun antes desde el auge en Norteamérica, Reino
Unido o Alemania principalmente de este nuevo marco. Si en la Modernidad se
había tratado de discernir entre la legalidad (intelectualmente disputable) y
la libertad, gracias al juicio estético -lugar de colisión de las razones y los
sentidos del gusto-, ahora en los contextos postmodernos se trata de reconocer
y legitimar las autonomías de los distintos medios de acceso al conocimiento; o,
más bien, de los distintos medios y lenguajes generadores de aspectos
epistemológicos igualmente válidos. Esto produce una brecha en la Estética, de
la que buen testimonio ha sido la audaz crítica del profesor de Temple Joseph Margolis al modelo kantiano: precisamente por su “evitación
instintiva de la historicidad y del flujo generativo de la vida cultural.” (Margolis, 2009, 154). Porque si bien nuestros estudiantes,
y los propios docentes y también los creadores, suscribimos nuestra historia de
vida sin distinción de roles, debe ser en la Educación Artística donde también
se produzca este cambio de mentalidad (siguiendo la línea de aportaciones de
Eisner, Sullivan, jagodzinski e Irwin entre otros).
Todos los participantes, en los
procesos artísticos, investigadores y educativos, estamos conminados por el
fuerte y volátil sistema de circulación de imágenes al que buena literatura se
ha dedicado las dos últimas décadas; de modo que, en nuestros proyectos e
indagaciones, habremos de buscar radicalmente en los enunciados, en los objetos
visuales, nuestros propios signos que trascienden lo simplemente cognitivo
(conceptos y perceptos) para aparecer ya como signos creativos (metáforas). Esta
reflexión la defienden y describen S. Castro y A. Marcos:
“Si la ciencia se dedica a la verdad,
deberá centrarse en proposiciones y el arte deberá reducir sus pretensiones a
la generación de estados subjetivos. Pero justamente antes de esta quiebra nadie
dudaba de que el origen de nuestro conocimiento, de cualquier tipo, era
sensible, es decir, estético, en el sentido de Baumgarten. Es más, el
conocimiento sistemático, el más formal y aparentemente alejado de lo sensible,
si lo escudriñamos con detalle, acaba siendo una metáfora bien elaborada de
algo sensible.” (Castro y Marcos, 2010, 52).
De aquí se deduce el fracaso de las
posiciones neopositivistas que se han mantenido en los entornos educativos y
culturales, y que han servido no sólo para marginar intelectualmente las áreas
artísticas sino también para dificultar los aprendizajes significativos en
áreas científicas. Por el contrario, sostenemos que todo constructo científico
es, en último término, un ejercicio intencional y creativo de las personas
involucradas en estas construcciones de mapas y saberes. Valgan de ejemplos
curiosos, ahora leídos con interés, las declaraciones de buena parte de los
científicos que abrieron caminos en el siglo XX. El físico y matemático inglés
Paul Dirac escribió en 1955 en una pizarra de la Universidad de Moscú que “las
leyes de la Física deben tener belleza matemática.” (Rojo, 2008). El austríaco
Wolfgang Pauli también coincidía en que las leyes naturales son, en cierto
modo, reflejo de nuestro registro o captación particular del Universo. El
alemán Hermann Weyl confesaba, a su colega Freeman Dyson,
tratar de unir siempre en su trabajo lo bello con lo verdadero, e incluso
sucumbir al instinto de priorizar lo primero. Y el también físico y matemático
indio Chandrasekhar se alineaba con estas premisas: asumiendo que los seres humanos
nos proyectamos en el mundo externo donde, al fin, se ven realizadas nuestras
ideas y percepciones provistas de belleza (Chandrasekhar, 1987, 66). Son
numerosos los casos en que, a pesar de que se hayan soslayado como anécdotas,
quedó bien delatada la influencia estética y moral que muchos hitos científicos
recibieron deliberadamente.
Aun antes de estas curiosas
declaraciones, el físico y matemático Louis Poinsot
ya había destacado la importancia de acceder a una interpretación visual, más
concreta que abstracta, para así poder dar estructura a una idea. El filósofo
austríaco Alex Burri sostiene incluso que la
investigación artística, en la naturaleza subjetiva de la experiencia, podría
equilibrar la investigación científica en su rigurosa delimitación de lo real (Burri, 2007, 72-74). Conviene recordar que la mente humana,
ávida de hacerse imágenes que sustancien su conocimiento, ya ha demostrado
invertir, hasta un 80% de la recepción de información, en el canal visual (Aparici y García, 2017); todo un despunte comparado con
otras vías cognitivas involucradas en la comprensión de los procesos.
Trasladamos este marco de mentalidad al
campo educativo, y recuperamos la aportación no caduca de John Dewey; pues,
desde que este artífice del pragmatismo en el arte cuestionara la concepción
museística y segregadora, el fenómeno artístico ha adoptado un innúmero de
formatos, medios y contextos con que arrojar luz desde sus contribuciones -como
decíamos- singulares y propias. También conviene que recordemos un comentario
revelador del Arte como experiencia: en que Dewey asume que, la ciencia,
atiende lo cualitativo del espacio-tiempo reduciéndolo a relaciones; mientras
que el arte asume su propio sentido sustancial con valores más significativos
que cualitativos, debiéndose al fin conjugar ambos tipos de valores y métodos
con que proyectamos el vasto mapa de la realidad (Dewey, 2008, 233). A esta
distinción se asemeja, llamativamente, la que nos propone el estudioso visual
Max Black: influido por el teórico finlandés J. Hintikka,
comprende por separado las informaciones cuantitativa, cualitativa y semántica
de una imagen; y explica que toda “información semántica se interesa por el
contenido o significado de las representaciones […] en el sentido en que se usa
para aludir a todo lo que, proposiciones sensatas y otras combinaciones afines
de símbolos, comunican a quienes las comprenden.” (Gombrich, Hochberg y Black, 2007, 141).
Estas contribuciones ayudan a desgranar
algunos de los interrogantes básicos sobre, cómo construimos, los mapas
visuales que nos hacemos de la realidad. Y, especialmente, atienden la cuestión
de la consistencia informativa de la imagen. Para desarrollar este asunto, y
analizar en qué consisten los datos o contenidos que las imágenes micrográficas
digitales albergan, sigue una breve explicación; fruto de los años de estudio y
trabajo de campo en que hemos contado con las voces de científico-artistas,
creadores e indagadores, sin distingo de roles.
2. Fundamentos técnicos y comentarios
teórico-visuales de la imagen micrográfica digital
La micrografía digital es el conjunto
de imágenes producidas por distintas técnicas de microscopía electrónica, no óptica,
donde el software funciona como interfaz y es un elemento sine qua non para la
generación de imagen (tratándose aquí, software y microscopio, de un tándem
indisociable). Este enorme corpus visual ha sido clave, no sólo abundante, en
muchas disciplinas científicas (físicas, químicas, ciencias de los materiales,
etc.); y a su vez ha quedado como el emblemático imaginario que todos tenemos
en mente a la hora de pensar aquellas otras escalas de la naturaleza adonde no
alcanza la visión humana. Un imaginario colectivo que la sociedad debe a una
clase científica, a unos medios tecnológicos a los que subyace una inversión
creativa, y que ha llenado pósteres, libros de texto y revistas destinados a
todo tipo de público: especializado, neófito y también escolar.
En primer lugar, expongamos un muy breve
relato de este artefacto visual. Nos remontamos al s. XVII para hallar el
primer hito: el holandés Antoine P. van Leeuwenhoek pulió una sola lente sin
perjudicar la nitidez visual, logrando aumentar la imagen hasta 270 veces
respecto a la escala visual del ojo humano. También resalta la contribución
entonces de Robert Hooke, autor del primer estudio específico titulado Micrographia, con abundantes ilustraciones y dibujos junto
a las micrografías (Hooke, 1989). Saltamos al s. XIX para situar nuevo avance
en la capacidad de las lentes, cuando el alemán Ernst K. Abbe publica una
primera teoría micro-óptica, alentando la factura de una nueva generación de
dispositivos con aumentos de hasta 2.000 veces la escala ocular humana; los
cuales, además, resolvían el problema de la aberración cromática (por la que
toda lente tiende a descomponer la luz blanca en colores). Pero el más crucial
salto se produce hacia 1931 cuando Max Knoll y Ernst A. F. Ruska inventan la
Microscopía Electrónica de Transmisión (TEM): y desde los 2.000 aumentos
logrados entonces, el canadiense James Hillier logra hasta 2 millones de
aumentos respecto al ojo humano. Entre las décadas de los ´40 y los ´60 se
desarrolla la otra técnica electrónica, de Barrido (SEM); y hacia las décadas
de los ´80 y los ´90, surge el último artefacto micro-visual digital aparecido:
la Microscopía de Fuerza Atómica (AFM), inventada por Gerd
Binning y Heinrich Rohrer
en el Centro de Investigación de IBM; y en cuyo funcionamiento y tratamiento
digital de imagen pudimos ahondar gracias a los estudios de especialización
cursados en la Universidad de Valencia.
En segundo lugar, para situar al lector
describamos brevemente sus tres principales técnicas: la electrónica de
Transmisión (TEM) mapea la materia física a ínfimas escalas de hasta 10-16
milímetros, y lo hace bombardeando la superficie material con un haz de
electrones; de modo que con esta acción se logra atravesar la materia,
generando un patrón visual que se proyecta en la pantalla con los objetos, que
han sido atravesados por la emisión, sensiblemente aumentados, y depurándonos una
imagen de rasgo bidimensional cuya información visual nos da cuenta de las
distintas densidades de partículas concentradas en la superficie encuadrada. De
este modo, la micrografía construida por TEM consiste en un mapa de
concentraciones o densidades de electrones, cuyas proporciones se traducen
visualmente en los distintos grados de brillo de la imagen. A diferencia, la
otra técnica electrónica, nos depura una imagen de rasgo tridimensional en
tanto el Barrido (SEM) escruta la superficie encuadrada mediante el contacto
físico del dispositivo; barriéndola de modo que los electrones emitidos rebotan
y son devueltos al `ojo observador´, donde un sensor los detecta ya como
`electrones secundarios´. Con este otro proceso, la exploración táctil-visual logra
un patrón de imagen diferente cuya información no obstante es similar. De
nuevo, los distintos grados de brillo corresponden con las densidades de
partículas concentradas. Los tonos del blanco y negro significan vacíos y compacidades.
Mientras que la TEM exhibe una imagen característicamente `plana´, la SEM
compone imágenes `con relieve´ donde el valor textural se añade e incrementa
(Figuras 1 y 2).
Figuras
1 y 2. A la izquierda: W. Chorlton,
Terminaciones nerviosas sensitivas (2007). Micrografía obtenida por
técnica TEM y coloreada mediante software digital. A la derecha: I. Siwanowicz, Ojo facetado de libélula (2012). Micrografía
obtenida por técnica
SEM y coloreada mediante software digital (obra seleccionada en el Olympus Bioscapes Digital Imaging Competition de Nueva York).
Por otra parte, la técnica AFM entraña
un proceso de modelización visual mucho mayor; dado que el concepto de `obtención´
es sustituido por el de `construcción´ (visual), y el sentido de la imagen
estriba en un mapeado similar a las diagramaciones y otras gráficas más
esquemáticas. En este caso el artefacto visual funciona como un cartógrafo que,
mediante el contacto directo, registra el relieve exacto de toda la superficie
encuadrada. Generando un mapa de datos numéricos, el software digital convierte
cada cifra en un valor cromático; quedando hecha la traducción visual, del
número, al color (Figura 3).
Figura
3. Violeta Navarro, Nano Warholes (2007). Partículas de oro con variaciones de color.
Micrografía obtenida por técnica AFM y coloreada mediante software digital.
Este mapeado orográfico de territorios
inasibles para el ojo humano, logra la condición icónica gracias a una sencilla
(aunque compleja tecnología) operación analógica que traduce información (en números)
y crea metáfora visual. De la anterior diagramación, se logra y construye
`unidad visual´ (una sola imagen que, como tal, ya goza de autonomía
perceptiva).
Si nos atenemos a las referencias que,
documentan, y reflexionan a propósito de tan particular fenómeno visual -la
micrografía digital-, hallamos un común término al que converger: este tipo de
imagen no obedece al principio analógico en el sentido estrictamente visual,
sino que las propias técnica y consistencia de la imagen dibujan, más bien, un
proceso de creación para el traslado de datos al estatuto de imagen. No
hablamos de imágenes `captadas´ (como rige en la análoga fotografía), sino de
imágenes construidas como metáforas visuales de aquello que el dispositivo y la
ciencia aplicada nos informaron. A diferencia de la imagen análoga, que se
trata de un “mensaje visual sin código” (Barthes, 2002, 17), la micrografía
digital se consolida como un adecuado paradigma de imagen con código, en tanto
ésta no podría explicarse como un resultado estático final sino por un proceso
visual que comprende distintas capas (entre la matriz que compone datos y la
apariencia que constituye la imagen).
El nanoartista
entrevistado A. Scali y otros representativos del
género han declarado la relevancia de sus obras micrográficas; es el caso de C.
Orfescu:
“El
nanoarte puede ser para el siglo XXI lo que la
fotografía fue para el siglo XX. Sin embargo, la profundidad y
tridimensionalidad que se obtienen con la creación de imágenes por electrones
es mucho mayor que la que se consigue con la fotografía, donde las imágenes son
creadas por fotones, es decir, partículas de luz. Los electrones penetran más
en la estructura de la materia, por ello las imágenes son más impactantes” (Caldana y Bosco, 2008).
Al hilo de esta diferencia, M. Black
afina su comentario:
“Una
fotografía naturalista se convierte en una representación de su propio tema o
sujeto. Y cambia la situación cuando se trata de representaciones convencionales
como mapas, diagramas o modelos. […] la convención o la interpretación contribuyen
a constituir la relación entre cualquier representación y su tema. […] La
representación no siempre supone extender o proyectar la presencia de una
identidad, sino comprender algo autónomo y existente sólo en la representación
misma.” (Gombrich, Hochberg y Black, 2007, 127-129).
Esto tiene su explicación, y una
importante implicación, en dos sentidos que no podemos ignorar: el de habitar
en un mundo multiescalar (en que las escalas no oculares interesan al no
depender de la sensorialidad), y el de subvertir las nociones con que hemos
considerado siempre la iconicidad respecto del régimen ocular.
A lo primero, el pionero en sistema ACT
Roger Malina atiende formulando una nueva figura de artista, que él llama
“artista climático” (Malina, 2009) en contraposición al tradicional “artista
paisajista”. Se trata de invertir el orden de un proceso: mientras que en el
artista tradicional la acción de re-presentar sucede a la de sensorializar, la nueva figura del “artista climático” inventa
o construye el medio tangible que nos presente la posibilidad sensorial, antes
inexistente.
A lo segundo, han abundado las
alusiones peculiares -pero sencillamente razonables- del total de
entrevistados: pues habiendo liberado el concepto icónico del régimen ocular,
toda imagen micrográfica les resulta, sin lugar a duda sorprendente pero
lógicamente figurativa; pues como ellos mismos argumentan conocen con detalle y
precisión la identidad de los objetos que figuran en la imagen. Aquí se abre o
renueva la discusión sobre la noción de iconicidad y el cuestionable peso que
tiene, en estudiantes y también docentes, el dominio de lo ocular -a saber, nuestra
ancestral herencia de la mímesis con que el arte visual se ha explicado siglos-.
Sobre esta cuestión, hemos tenido oportunidad de realizar labores de campo en
que estudiantes, de Secundaria y universitarios, fueron sometidos a test de
iconicidad para que ordenasen (de figurativo a abstracto) ejemplos de variada
tipología de imagen, también micrográfica -óptica y digital-. Abrir esta discusión
en el aula, también permite el aprendizaje en distinguir, en la imagen, el
motivo o tema (por ejemplo, el retrato de una molécula identificable) y el medio
generador o consistencia (por ejemplo, el mapeado en que densidades de
partículas se traducen visualmente a distintos grados de brillo).
Consecuencia de esta propuesta, se abre
el espectro de preguntas con interés para nuestro ámbito de conocimiento: ¿Es
la imagen, gracias a la micrografía digital, un objeto o presencia autónoma que
derroca la era de las representaciones análogas sin necesaria abstracción?
¿Debemos, en este nuevo paradigma visual, ampliar o modificar nuestro concepto
de figurativo? ¿En la entidad misma de una imagen, prevalece su información o
su aspecto; prima su inferido proceso vestigial o su resultante apariencia?
3. Desarrollo del potencial
artístico-educativo en la micrografía digital
Un tema extenso y sugerente como la
micrografía digital, abre cuestiones ramificadas que en este trabajo queremos
centrar en las dos dimensiones estética y educativa; lo que es desarrollable a
partir de las consideraciones que debemos a los Estudios Visuales.
Las lecturas estéticas que la micrografía
ha despertado podrían remontarse a las obras pioneras de D´Arcy
W. Thompson (Sobre el crecimiento y la forma, 1917; 1942) y Matila
C. Ghyka (Estética de las proporciones en la
naturaleza y en las artes, 1927); cuyo espíritu que las concibió es recogido en
contribuciones recientes sobre las formas visualizadas, de la materia, allí
donde el alcance visual humano extralimita (Wagensberg,
2007; Wilczek, 2016). En un principio, la actitud
contempladora o fruitiva abrió el camino de esta larga reflexión; nuestro
actual contexto, renueva y amplía los interrogantes surgidos tanto del medio
generador de imagen como del motivo visual. Y sus implicaciones ontológicas y
epistemológicas, aun más profundamente que las estéticas, son de enorme
envergadura: ¿Existe aquello que figura en la imagen micrográfica; o por el contrario, se trata de una creación para hacernos
un sentido figurado de lo que existe pero no puede sensorialmente percibirse?
Esta cuestión seduce a teóricos y estudiantes en la medida en que otorga, a la
creación visual, un papel de entidad e importancia mucho mayores. En la imagen,
y en lo que ella consistentemente es y nos presenta (más allá de su valor
ostensivo), proponemos que están en juego la información, la alteridad de los
canales comunicativos, y la naturaleza misma de nuestro conocimiento dibujado
acerca de la realidad.
Similar a la realidad aumentada, la
micrografía digital incorpora una serie de capas de información visual que
ayuda a comprender objetos y fenómenos reales fuera de la escala ocular. Esta
información, como ya se ha señalado, se plasma en el lienzo virtual y comprende
aquellos datos que habrán de ser traducidos y convertidos a valores visuales;
de modo que las cifras dan paso a los otros parámetros susceptibles de investir
una imagen (Figura 4).
El proceso de cifrado a traducción
entraña la esencia de esta metáfora visual en que una cifra se vuelve un color;
un valor numérico registrado es suplantado por un valor cromático que se le
asigna en la paleta digital que integra el software (caso de la técnica AFM). A
propósito de esto, el artista e ingeniero noruego Jan-Henrik Andersen lo
sintetiza con claridad: “la idea es transformar las cualidades físicas en
cualidades visuales” (Wade y Harris, 2005, 32).
Figura 4. Imagen
obtenida de la pantalla en que se visualiza, el panel de trabajo y paleta de
color, del software digital de un microscopio AFM. Fuente: propia.
Y en su fragmento titulado El acto
gráfico elemental y la ideología de los píxeles, el teórico visual sueco de la
Universidad de Lund Göran Sonesson
nos explica:
“De acuerdo con una de las metáforas
más antiguas del mundo de la computación, se dice que la escritura […] es
digital mientras que la imagen es análoga. Esto no quiere decir que por regla
la imagen sea icónica, es decir, igual a lo que representa, sino que es
continua, tal como la realidad; tal como lo es una esfera tradicional de reloj,
a diferencia del indicador de cifras del reloj de cuarzo.” (Sonesson,
2004, 2). De lo que se infiere un rasgo importante: el de sustanciar un canal
de información no sólo desde la fuente misma, sino desde el simulacro inventado
con tal fin.
Este afán por la canalización
informativa a través de imagen ha sido un tema prioritario para los teóricos
visuales que han trabajado el lenguaje de los medios digitales. Lev Manovich expone con pormenor:
“Los proyectos de visualización de
datos suelen prometer la representación de fenómenos que se encuentran más allá
de la escala sensorial humana […] en el espacio y el tiempo: Internet, objetos
astronómicos, formaciones geológicas que se desarrollan con el tiempo, patrones
climáticos globales, etc. Esta promesa hace que la cartografía de datos
aparezca como el opuesto exacto del arte romántico ocupado de lo sublime. A
diferencia de éste, el arte de visualización de datos se ocupa de lo
anti-sublime. Mientras que los artistas románticos pensaban en ciertos
fenómenos y efectos como no-representables, como algo que estaba más allá de
los límites de los sentidos humanos y la razón, los artistas de visualización
de datos aspiran justo a lo contrario: a cartografiar estos fenómenos en una
representación cuya escala sea comparable a la escala de la percepción y
cognición humana.” (Manovich, 2008, 132).
Recuperando el razonamiento de Sonesson y los interrogantes aquí formulados, entendemos -y
esto es fundamental- que la creación micrográfica digital sostiene una analogía
no icónica sino metafórica: por la que el artista visual compromete un nuevo
sentido mental (y luego sensorial) que reúna operaciones epistemológicas y
estéticas. Esto viene a demostrarnos que, efectivamente, el conocimiento no es
pasivamente obtenido sino creado; en consonancia con lo que R. Irwin, madre del
modelo A/r/tográfico sobre Investigación y Educación
Artística, sostiene. Pues “instaurar un conocimiento, de forma semejante a como
sucede en filosofía y en creación artística [implica] una búsqueda del sentido
en lugar de determinar el significado.” (Marín-Viadel
y Roldán, 2019, 888). Sobra señalar que en la obra micrográfica no podría
prescindirse de las investigaciones que la preceden y también suceden. Así como
estas imágenes han sido exportadas a circuitos artísticos, en los espacios de
trabajo científicos continúan guiando e iluminando sus propios procesos
investigadores; la imagen no es que corrobore datos solamente, sino que la imagen
apunta a vías futuras indicando decisivamente un camino u otro. Esto equivale a
la función metalingüística que se ha atribuido a las imágenes originariamente
científicas o técnicas: dado que éstas, al no cumplir un principio de analogía
icónica sino emanciparse como metáforas, instauran su propio lenguaje o código
de conocimiento sin que sirvan de mero apoyo auxiliar como ocurre con una
ilustración -subsumida a un texto adyacente-. En la micrografía digital, la
imagen (metafórica) ya funciona también como texto en sí misma; y a su vez permite
su descontextualización y circulación abierta, produciéndose cruces,
extrañamientos y sensaciones fértiles.
La función metalingüística nos describe
un tipo de imagen, propia de artefactos visuales contemporáneos, que propone
ideas (no sólo expone formas) gracias a su enorme densidad implícita, donde se
revelan incluso fundamentos epistemológicos subyacentes (Bal,
2004). El científico de la imagen e historiador del arte Horst Bredekamp refuerza esta posición: “Las imágenes no son
ilustraciones, sino universos que ofrecen una semántica creada de acuerdo, a
sus propias leyes que está materializada de modo extraordinariamente
expresivo.” (Bredekamp, 2004, 21). Esta situación
viene dada en la medida en que “hoy día grandes zonas de la producción artística
y científica están mediadas por las mismas herramientas informáticas” (Castro y
Marcos, 2010, 12). A la quiebra de fronteras entre roles y disciplinas, ha seguido
semejante eclosión que todavía continúa viendo incrementadas su cobertura y
producción dentro del sistema ACT en que instituciones pioneras como
Leonardo/ISAST (Estados Unidos) o Leonardo/OLATS (Francia) han mantenido su
liderazgo y contribuyen profusamente.
4. Discusión en torno a la narrativa
micrográfica: la propuesta del Nanoarte en el aula
En este trabajo hemos puesto el foco en
un territorio idóneo para fomentar que estudiantes repiensen, la imagen, en su
amplia variedad y claves más determinantes. Así como hemos prolongado la atención
al proceso generador, también son de nuestro interés las narrativas que la
micrografía digital despliega: imágenes-textos-conceptos, repletas de
contingencias vestigiales, metafóricas y autónomas, con valores epistemológico
y expresivo, que son capaces de narrar en sí mismas aquellos procesos subyacentes
o ulteriores a su creación. Imágenes-textos-conceptos, de enorme densidad, que
son construidas con la materia en un espacio virtual que cede el lienzo al
simulacro (insistimos, no como un simulacro representacional sino metafórico y
metalingüístico).
Otro importante pragmatista, G.
Santayana, hizo central su idea de que todo valor intelectual se transforma en
valor estético cuando se libera de su ilación disciplinar y toma, propio, un
nuevo sentido (Santayana, 2002). Con esto queremos reivindicar la emergencia
estética como una acción posible y connatural a todos los procesos
intelectuales; algo que en nuestra área de conocimiento tanta negación -si no
discriminación- ha sufrido. De aquí que, los nuevos retos docentes, propongamos
deban pasar necesariamente por las corrientes transestéticas
y críticas (Baudrillard, Debray, Rancière, etc.).
Estos paradigmas de pensamiento refuerzan la promesa de una solución al problema
postmoderno o contemporáneo en Artes Visuales: el de los tiempos de elevada
sospecha e indiferencia por parte de estudiantes y público en general. Pues si
de algo sirve con enorme utilidad la micrografía digital, es para alentar un
giro de mentalidad con el conocimiento de unos procesos visuales por lo general
desconocidos. Su importación al entorno académico de las Artes y Humanidades
supone una estrategia que hemos valorado adecuada. Si, en efecto, las tecnologías
condicionan y estructuran la producción visual (Quintana, 2003), éstas deben
integrar tanto protagonismo como el propio lenguaje al que ceden su espacio
virtual. I. Dussel ya nos advierte de la fuerte mediación entre el ver y el
saber, analizando el peso pedagógico de las imágenes en una organización del
régimen visual (Dussel, 2010, 11).
Un ejemplo que particularmente
despliega estas narrativas micrográficas es el Nanocollage
que abunda en la obra visual de Víctor F. Puntes. Las
imágenes de este nanoartista barcelonés han podido
ser exhibidas en distintos cursos y utilizadas como material docente en asignaturas
de nuestro ámbito. Puntes introduce, a la imagen en
sí misma cargada de operaciones vestigiales, la composición añadida gracias al videocollage; y con ello la posibilidad de un relato en que
las imágenes se imbrican y añaden otros lenguajes como el texto o la música
(Figura 5).
Figura 5. Víctor F. Puntes,
Promenade in Nanoland
(2008). Composición de imágenes nanométricas insertadas en un videocollage. Micrografía obtenida por técnica AFM y
coloreada mediante software digital (obra seleccionada para la Exposición Nanoconfluencias, Jardín Botánico de Valencia).
Aquí la metáfora se exacerba o
redimensiona, en el juego escalar de las relaciones entre objetos
microscópicos, traducidos visualmente, y objetos macro o familiares evocados.
De modo que la narrativa ya no es sólo un medio lingüístico para historiar o
relatar algo que podamos controlar a nuestro alcance, sino para repensar los
límites sensoriales y las mediaciones tecnológicas con que hacemos conocimiento
y compensamos los vacíos que extralimitan nuestro alcance perceptivo o
cognitivo.
Al juego escalar, los estudiantes suman
los juegos de la serendipia (los hallazgos fortuitos son característicos en la
experiencia micrográfica) y de la interpretación. Un conjunto de rasgos y
parámetros que disponen el tablero idóneo para aventurarse en una
experiencia/formación visual integral con numerosas aristas por desgranar.
5. Conclusiones o descubrimientos
Cuando trasladamos al aula de Educación
Artística los presupuestos y conocimientos aquí traídos, y se explican y muestran
imágenes de micrografía digital, la experiencia intelectual-creativa fluye y se
sucede con óptima disposición; de modo que aun la propuesta de ensayarlo en
intervenciones futuras prevé un buen pronóstico.
Estos descubrimientos se apoyan con
firmeza en la secuencia de pasos que la micrografía digital exige explicar. Su
enseñanza asimila una aventura en que, recopilemos, se retan tres principales
objetivos: 1º) educar en la no jerarquización entre roles y disciplinas que igualmente
involucran procesos de creatividad; 2º) modificar o ampliar el concepto
tradicional de iconicidad vinculado al régimen ocular, y a fin último asociado
con el régimen escópico que normaliza una sociedad; y
3º) hacer comprender, de formas detallada e integral, el estatuto epistemológico
de enorme envergadura que tienen las imágenes, sin que los distintos lenguajes
de los que la inteligencia se provee resulten segregados por las propias fracturas
disciplinares. Unas fracturas que el entorno educativo ha replicado,
erróneamente, de unas concepciones sociales y culturales con todavía fuerte
arraigo.
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BIO
Javier Domínguez
Muñino
es doctor por la Universidad de Sevilla
con una tesis sobre Arte, Ciencia y Tecnología, DEA en Artes Visuales y
Educación, y Licenciado en Bellas Artes. Ha ejercido como investigador postdoctoral en el Departamento de Estética e
Historia de la Filosofía de la Hispalense, donde ha coordinado las asignaturas
“Estética y Tecnología” y “Arte y Pensamiento en la Materia Invisible” entre otras;
y ha ejercido como Profesor Interino en el Departamento de Educación Artística.
Ha sido profesor en la Facultad de Comunicación, en la Facultad de Filosofía,
en la Escuela Politécnica Superior de Ingenieros, y en la Facultad de Ciencias
de la Educación, de Sevilla. Posteriormente ha sido Profesor Ayudante Doctor en
la Facultad de Educación de la Universidad de León, donde ha coordinado el área
de Didáctica de la Expresión Plástica y Visual. Es
miembro del Departamento de Relaciones Institucionales de la Fundación
Internacional Artecittà. Y pertenece a la Sociedad
Española de Estética y Teoría de las Artes.