MAQUETA PARA UN
MONUMENTO.
PRODUCCIÓN Y
REPRODUCCIÓN DE LA TORRE DE TATLIN.
MODEL FOR A MONUMENT. PRODUCTION AND REPRODUCTION OF
THE TATLIN TOWER.
José María Muñoz Guisado
Universidad
de Salamanca
DOI: 10.5281/zenodo.7641462
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Recibido: (27 diciembre 2022)
Aceptado: (28 diciembre 2022)
Publicado (31 diciembre 2022)
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Cómo citar
este artículo
Muñoz Guisado, José María. (2022).
Maqueta
para un monumento. Producción y reproducción de la torre de Tatlin.
ASRI. Arte y Sociedad. Revista de investigación en
Arte y Humanidades Digitales., (22), 33-50.
Recuperado a partir de https://revistaasri.com/article/view/5331
Resumen
El artículo analiza el proyecto
del Monumento a la III Internacional de Vladimir Tatlin,
aportando un nuevo enfoque desde el contexto económico, político y cultural de
su época, tras la Revolución Rusa de 1917. Con el análisis de esta obra se
realiza una crítica a las lecturas tradicionales que diversos historiadores del
arte proyectaron sobre la vanguardia artística rusa del
período de entreguerras. El análisis formal,
iconográfico y la interpretación política de la obra, que son las metodologías
de estudio más
habituales, dejan paso, en este trabajo, al
análisis de los condicionamientos materiales y técnicos de su producción, así
como la dimensión sociológica de los mismos. Se analizará con especial
detenimiento la relación de la obra con el contexto de carestía material,
limitaciones tecnológicas, y desencanto progresivo de los impulsos
revolucionarios que movieron al artista en origen.
Palabras clave
Tatlin,
Constructivismo, Productivismo, Tecnología, Técnica, Revolución rusa.
Abstract
This paper analyzes the project of the Monument to the Third
International by Vladimir Tatlin, providing a new
approach from the economic, political, and cultural context of his time, after
the Russian Revolution of 1917. With the analysis of Tatlin’s
Monument, we criticize some of traditional interpretations that several
historians projected onto the Russian artistic avant-garde of the interwar
period.
We renounce formal, iconographic analysis and the
political interpretation of the work, which are the most common study
methodologies nowadays. On the contrary, in this work, we do an analysis of the
material and technical conditions of the artwork, as well as their sociological
dimension. The relationship of the work with the context of material scarcity,
technological limitations, and progressive disenchantment of the revolutionary
impulses that originally moved the artist will be analyzed with special care.
Keywords
Tatlin, Constructivism, Productivism, Technology, Technique,
Russian Revolution.
Merece
la pena pararse a examinar esta fotografía de Vladimir Tatlin
en el taller de mosaicos del SVOMAS de Petrogrado, tomada durante la
construcción de una de las maquetas de su Monumento
a la III Internacional (figura 1). Tiene
desnuda la cabeza, sostiene una pipa, y viste un peto de mecánico, prueba de su
condición proletaria. A decir verdad, utiliza un vestuario muy distinto al de
Aleksander Ródchenko, quien se retrataría tiempo
después haciendo alarde de aquella condición más fatua y tremenda de los
ingenieros −y no
de los ingenieros de la radiotecnología o los
edificios civiles, sino nada menos que de los “ingenieros del alma”, expresión
con la que Stalin exhortaría a los artistas tras la época de la NEP[1]−. La
mirada de Tatlin en esta foto está velada por la
melancolía, y bajo las ropas se aprecia una delgadez acusada, prueba de las
calamidades físicas a las que muchos estaban sometidos en los tiempos de la
guerra civil. La manera en que sostiene la pipa, la expresión vacía de su
rostro, contradicen cualquiera que sea la interpretación psicológica que
podamos hacer de su situación. Aquí mira somnoliento, tal vez con la triste
sensación de no llegar a nada, aunque todo a su alrededor esté en proceso de
transformación. Es algo que le inquietaba a un amigo íntimo del artista, a
Nicolai Punin (1999, 152), que todo estuviera en
marcha, pero que nunca se llegara a ninguna parte. A cada signo de indiferencia
por el destino de las artes, le sigue un signo de trabajo, presente; tiene una mano cubierta, la otra descubierta. Parece
advertir lo que Robert Musil tenía por el mejor
remedio para la extremada estima de sí mismo: “la base de un trabajo febril” (Musil, 2006). Pero el fondo de la fotografía, en cualquier
caso, niega todas las formas de la industria propiamente moderna, aleja
cualquier indicio de automatismo. Y por encima de la cabeza del artista
desaparece la maqueta. Porque así se consideró entonces aquel
extraño artefacto: maqueta; ni
escultura, ni arquitectura, sino proyecto menor. Con un término diminutivo de
origen italiano que nos indicaría que aquello era pequeño, a escala diminuta, a
pesar de sus siete metros de altura. Más tarde, en 1923, en una exposición de
artistas de Petrogrado, Tatlin volvería a posar junto
a los planos de taller de la maqueta, los dibujos que Punin
había incluido en un conocido texto crítico de 1921, confirmando así el apego
que tenía a su propia obra (Zhadova, 1988, p. 344).
Figura 1. Fotografía
de N. Punin. Vladimir Tatlin
durante la construcción del Monumento a
la III Internacional, c. 1924. Adaptado de Vladimir Tatlin.
Retrospektive (p. s/n), por A. Strigaliev,
1993, Städtische Kunsthalle Dusseldorf.
Acometemos
en este ensayo un análisis estético y tecnológico del Monumento a la III
Internacional de Vladimir Tatlin, cuya primera
maqueta documentada data de 1920. En dicho análisis se pone constantemente en
relación el proyecto de monumento con el contexto histórico, ideológico, social
y cultural en el que este tuvo lugar, tras el nuevo régimen del que emergería
la Unión Soviética tras la Revolución Rusa de octubre de 1917. La obra de Tatlin
nunca llegó a erigirse de forma permanente, ni a la escala definitiva que su
autor había proyectado. Sólo conocemos su existencia y apariencia a partir de las
fuentes secundarias que documentaron la construcción de varias maquetas. Se
trata fundamentalmente de fotografías de época que han registrado gráficamente
la existencia y forma de dichas maquetas (al menos tres versiones diferentes)
en distintos espacios de exhibición y recorridos públicos a lo largo de su
historia. También contamos con algunos textos de época alusivos al monumento en
cuestión que arrojan algo más de luz sobre las vicisitudes por las que el
proyecto atravesó. Todas estas fuentes conectadas entre sí nos dan pistas sobre
distintos aspectos materiales, instrumentales, sociales y culturales que fueron
condicionando el proyecto a lo largo del tiempo, tanto en sus diversas formas
de presentación como en los usos finales que se hicieron de él, algunos de
ellos imprevistos por el propio autor. El análisis propuesto se centra, por
tanto, en la contraposición de datos recabados a partir de dichas fuentes y
otras coetáneas para inferir nuevas conclusiones sobre los condicionantes y
procesos de construcción y reconstrucción de la obra.
Aquella
imponente maqueta ante la que se retrató su autor se levantó en Petrogrado
entre marzo y octubre de 1920, a pesar de que Tatlin
era el director de la sección de artes del instituto de cultura artística
IZO-Moscú. Además del bastión original de la Revolución Rusa, Petrogrado era el
enclave del primer congreso de la Komintern,
convocado en 1919 por iniciativa de Lenin y el partido socialdemócrata[2].
Sólo unos meses más tarde, como lo demuestra la fotografía que Troels Andersen publicó en Art et poésie russes en 1979
(p. 113), se trasladó a Moscú, al interior de la Casa de los Sindicatos,
coincidiendo esta vez con el comité del VIII Congreso de los Soviets, que
discutía el plan soviético para la electrificación del país, el famoso GOELRO.
Y esta es su primera característica notable, y no siempre apercibida en la
literatura vigente: aquella figura desaparecía y aparecía en cualquier parte, se levantaba de
cualquier modo y casi de improviso, como una yurta[3]
en la estepa. Un hecho significativo es que la primera maqueta –pues debemos
tener siempre presente que hubo modelos posteriores– se exhibió únicamente tal
y como la vemos allí, en el taller de mosaicos, ni demasiado iluminada ni
demasiado oscura. En las numerosas fotografías que se conservan, su traza se
corrige a cada instante, se demora en su forma (figuras 2, 3, 4 y 5). En
realidad, no la conocemos con absoluta precisión. Pues a pesar de su
inmovilidad, la luz metálica de los ventanales del taller fija un ritmo de
transformación en sus mástiles. En
el tránsito lento de la luz, el tiempo acontece como forma y nunca
termina por consumar.
Si
podemos considerar que la maqueta nunca estuvo acabada, sino en perpetuo cambio
de posición y de forma, hay otro rasgo de su construcción no menos
desconcertante. El desbarajuste de listones de madera en el fondo de la
fotografía de Tatlin, en el taller de mosaicos, nos
da la pista de su chocante cualidad material y técnica. Tampoco sabemos cómo se
hizo y ni siquiera podemos asegurar con certeza de qué estaba hecha la torre.
Ha sido desposeída de sus cualidades materiales a posteriori por vía de su reproducción y casi producción
fotográfica, porque de ella es el único documento que nos queda. Que la maqueta
fuera de madera no es un hecho menor al de su inestabilidad formal, y quién
sabe si también constructiva, y nos retrotrae a una paradoja, que ya abordé en
otro ensayo a propósito de las escuelas soviéticas de arquitectura (Muñoz,
2014). Para la década de los veinte, los arquitectos rusos, como los hermanos Vesnin o Moiséi Guínzburg, siguiendo el hilo de la arquitectura
racionalista occidental y el arte vanguardista, habían aceptado sin más el
mandato de la reducción o la pobreza formal como vía de redención de las artes.
Pero las condiciones materiales y culturales de la vasta Rusia de entonces nos
permiten otra lectura menos evidente y, sin embargo, más razonable de la
vanguardia rusa. Esa lectura la resumiría precisamente un extranjero, el mismo
Pierre Jeanneret, alias Le Corbusier, en su viaje a
Rusia, cuando observó la pobreza en las ropas de los estudiantes de las Vjutemas[4].
Apenas parecían afectados por la pobreza, lo que significaba que estaban hechos
para habitar aquellos habitáculos industriales de una arquitectura nueva (Cohen, 1992, pp. 37-40). Ciertamente
era una observación que respondía con antelación a una pregunta − ¿quién
habitará la pobreza? − aún
no formulada, pero que no tardaría mucho en hacerlo el filósofo alemán Walter Benjamin, en su ensayo “Experiencia y pobreza” de 1933 (Benjamin, 1989). Benjamin, que
también había realizado un viaje a Moscú, entre 1926 y 1927, haría una apreciación
interesante sobre el urbanismo de la ciudad, cuando anotó en su Diario de
Moscú que la aldea rusa jugaba al escondite en las calles (Benjamin, 1986, p. 86 y ss).
Figura 2. (izda.) Fotografía anónima.
Vladimir Tatlin posando junto a la maqueta de 1920,
en el taller de mosaicos del Svomas, junto a dos
ayudantes, identificados como Iosif Aizikovich Meerzon y Tevel Markovich Shapiro. Autor de
la fotografía no identificado. Adaptado de TATLIN (p. 275), por L. Zhadova, 1988, Rizzoli.
Figura 3. (dcha.) Fotografía anónima.
Vladimir Tatlin posando junto a la maqueta de 1920,
en el taller de mosaicos del Svomas, junto a varios
ayudantes, entre ellos Iosif Aizikovich
Meerzon, Tevel Markovich Shapiro, y Sophia Dymshits (más tarde, Tolstaya). Adaptado
de TATLIN (p. 277), por L. Zhadova, 1988, Rizzoli.
La
observación de Jeanneret, desde luego, aún más por
trivial y por estar extraída de manuscritos personales, es un pasaje
excepcional que pone en solfa una confluencia incómoda: una pobreza formal,
estética diríamos, y otra propiamente social, sin dejar muy claro si sería esta
última una pobreza cultural, material, o ambas a la vez. Es la sospecha de que
en Rusia todo lo moderno resultaba de una confusión de apariencias. O hablamos,
por lo menos, de una extraña convergencia entre una pobreza material endémica
de las sociedades tradicionales rusas y otra, en cambio, que era producto de
los nuevos órdenes sociales y artísticos que venían del oeste. La primera de
las torres de Tatlin se levantó entre 1919 y 1921,
cuando escribía Viktor Shklovski
en El salto del caballo: “Ruinas
artificiales hicieron su aparición por toda la ciudad” (Shklovski,
1923, p. 42)[5].
La gente arrancaba la madera de las fachadas de las casas abandonadas para
alimentar las estufas. Shklovski había quemado ya sus
muebles, la alfombra y hasta sus libros con tal de superar el durísimo
invierno. El propio Manifiesto realista, publicado en 1920, por
Naum Gabo y A. Pevsner, no era del todo ajeno a una
realidad tan desastrosa, al comenzar así: “Más allá de las tempestades
cotidianas, de las ruinas de un pasado desolado…”[6].
Más tarde, en 1922, el ingeniero agrónomo y escritor Andrei
Platonov deja de escribir y encabeza una comisión
extraordinaria para afrontar la carestía que asola Vorónezh, su región natal, y
menciona en sus cartas que la gente lleva comiendo sucedáneo de trigo (trigo
mezclado con corteza de abedul triturada) desde hace cinco meses (Platonov, 1999, p. 14). Un poema de Khlebnikov,
que Tatlin solía recitar de memoria, nos sitúa
entonces, y en particular, en ese lapso en el que se gesta la maqueta.
Es un poema que contiene algunos versos de una ambigüedad oscurísima: “por el
hambre serán reconstruidos” (1922).[7]
Figura 4. (izda). Fotografía
anónima. Vladimir Tatlin conversando con una persona
no identificada, junto a la maqueta de 1920, en el taller de mosaicos del Svomas. Adaptado de TATLIN (p. 275), por L. Zhadova, 1988, Rizzoli.
Figura 5 (dcha). Fotografía
anónima. Maqueta de 1920, en el taller de mosaicos del Svomas.
Al fondo, a la derecha, aparece una figura sentada, probablemente el propio Tatlin. Fue una de las fotografías más reproducidas en la
prensa de la época, probablemente la que mejor refleja la apariencia de la
maqueta que Tatlin quería mostrar. Adaptado de TATLIN
(p. 275), por L. Zhadova, 1988, Rizzoli.
La
precariedad material, y hasta el hambre, siempre se cruzan en medio de todos
los relatos revolucionarios como un precio que hay que pagar por tanta
ambición; casi siempre como una carestía inevitable. Por eso, cualquiera que
sea la manera de abordar el sentido de la “reducción formal” del
constructivismo, nos debería hacer dudar sobre la naturaleza real de su
impulso: ¿cuánto de aquel arte constructivista se debía a un “plan”
vanguardista y cuánto a la austeridad impuesta por las “condiciones materiales”
de la época? En el mejor de los casos, estaríamos ante una –no menos extraña–
facilidad de los artistas rusos para asimilar según qué aspectos culturales y
artísticos vanguardistas, imposibles al otro lado de Europa, precisamente por
encontrarse Rusia materialmente devastada y culturalmente anclada en épocas
pretéritas. Todo esto deja de ser una paráfrasis de otra paradoja política
igual de interesante, que preocupó mucho en los orígenes de la revolución, a
tenor de que ya el propio Marx había planteado la epopeya de la burguesía, en
su fase imperialista y de grandes movilizaciones del capital, como un
acontecimiento previo y necesario para llegar al Estado Socialista. Y es
precisamente eso lo que la revolución rusa truncó, el afianzamiento de una
clase burguesa amplia y próspera. Por suerte, es un tema mucho más humilde el
que tratamos aquí. Volviendo al proyecto de Tatlin, Nicolái Punin habría de encontrar
algo reconfortante y sanador en los trabajos del taller de mosaicos en donde se
exhibió la maqueta por primera vez. En una carta dirigida a Anna Arens, el 17 de julio de 1920, dejará un testimonio de gran
interés:
“Esta
noche estuve con Tatlin ayudando con el Monumento.
Trabajamos pegando varillas. Bruni, Meerson, y otro
estudiante del que no recuerdo su nombre. Tolstaya se
encargaba del vidrio y cocinó kasha… se quitan de las manos la comida con el peligro de
desbaratar todo el trabajo… Bromean tanto como pueden sobre el arte moderno, y
todo eso. Si una parte no encaja con la varilla de alguien, gritan
desternillados, ¡Arte Moderno! Y Tatlin
tranquilamente responde con severidad: No importa, camaradas, lo aprendió del
‘Mir Isskustva’. Trabaja canalla, ya lo mejorarás” (Punin, 1999, p. 67)[8].
Punin se refiere a Tatlin
y a los ayudantes –Meerzon, Tolstaya,
Shapiro, Vinogradov– en los momentos de reposo en el
taller, durante la construcción de la maqueta. Se hace evidente la satisfacción
que les produce el trabajo en común. Aunque también se cuela en ese testimonio
la falta de disciplina o anarquía de los métodos, la improvisación, y un humor
que roza la autoparodia, cualidades todas de un trabajo que nos resulta opuesto
al imaginario industrial que nos legaron los panfletos y fotografías
“productivistas” −y
antes las “constructivistas”, si es que la diferenciación de uno y otro ismo es posible−. La
fraternidad del grupo es evidente cuando todos posan orgullosos delante del
trabajo acabado (figuras 2 y 3). Tatlin está
en el centro, sobresaliendo por su altura. Evocan conscientemente a una
familia, al modo de las fraternidades de artesanos-constructores de la vieja
Rusia, aquellos carpinteros que podían llegar a un paraje desolado, como Sájalin, y en una semana levantar una iglesia de la nada.
Por alusión al texto, ni siquiera es descabellado hablar de “santos
proletarios”, y de una escatología cristiana (Venturi, 1981). Cualquiera que
conozca la historia del zarismo sabrá el peso que las sectas cristianas tuvieron
en los primeros intentos revolucionarios, y el entrelazamiento que muchas ideas
cristianas tuvieron con el anarquismo en ciernes[9].
Así pues, en el taller de la SVOMAS, se han retratado Tatlin
y sus ayudantes, tal vez inconscientes de la imagen contradictoria que
transmitían, por desconocimiento de cómo podría ser el estado socialista por
venir. En el imaginario de los artistas, la obra de arte resulta estar hecha
con técnicas comunes, a base de clavos, de gubias y tenazas, y formas poco
definidas, de apariencia ruinosa y viejas, crepusculares. Larissa Zhadova ha recogido poca documentación al respecto, aunque
menciona la relación entre artistas y anarquía en la época de la revolución. En
la revista homónima Anarkhiya
aparecieron textos de Udaltsova, con el título
explícito “Queremos anarquía” (Udal'tsova, 1918), u
otro texto de Aleksei Gan, sobre “La Revolución y el
teatro del pueblo” (Gan, 1918), que, además, contiene la idea, durante mucho
tiempo desterrada de la historiografía de las vanguardias rusas, de que muchas
obras prerrevolucionarias eran liturgias y misterios saturnales, como aquella
oscura y extrañísima representación anticipatoria, “La victoria sobre el sol”,
de 1913, con la música de Mijail Matiushin.
En el número 27 de la revista Anarkhiya, existe incluso una nota de Tatlin,
que consiste en una respuesta a los futuristas, promoviendo ya en aquel momento
un compromiso revolucionario real (Zhadova, 1988, p.
185). La revista desapareció al poco tiempo de nacer, con el ascenso al poder
del partido socialdemócrata, al igual que un tipo de consigna artística
libertaria que en otro tiempo había sido muy común entre los artistas de
vanguardia[10].
Si bien conviene entender que la idea de anarquía
lo era entre artistas y en esos momentos en un sentido débil. Ideológicamente
examinada, era un mero vocablo de resonancias y afinidades subjetivas que
atravesaba a muchos sectores de la sociedad, de diversos modos y con diversos
fines. En el caso de los artistas, las consignas anarquizantes, incluso cuando
rebasaban el plano estético, surgían de una manera reactiva, o por mera
permeabilidad de simbologías heterodoxas.
Malévich
mismamente aludió alguna vez a su obra “Cuadrado negro sobre fondo blanco”
(1915) por analogía con la bandera negra anarquista, para afirmar cosas que
nada tenían que ver con la dimensión política del anarquismo ruso. Entre los
artistas ucranianos de vanguardia, como Nathan Altman –el propio Tatlin había nacido en Jarkov–
era común esa orientación ideológica, pero sin un compromiso con ideas bien
definidas. En la medida de lo posible, se sumaban a cualquier grupo con tal de
mantener en activo su “producción”. Todos los artistas de vanguardia, como Tatlin, participaron en la realización de arquitecturas de
cartón y madera, así como en decoraciones de atrezo en las fiestas
revolucionarias. Altman fue quien hizo la asombrosa transformación suprematista del Palacio de Invierno o la columna Alexander
en la plaza Uritzki, en las representaciones
revolucionarias conmemorativas de 1918-1919 (Tolstoy,
Bibikova y Cooke, 1990)[11].
Con el tiempo, ese despliegue de entusiasmo que los artistas vanguardistas
mostraron en los primeros momentos de la revolución sería piedra de toque de
todas las injurias que unos a otros se propiciaron. Habría de llegar el viento
del realismo socialista, que sopló en todas las artes en la década de los
treinta. Maxim Gorki, un peso de la política
cultural, acusaría que “había algo anarquista” en el escritor Plátonov[12].
Es un ejemplo de los muchos posibles, que muestran un giro semántico de la
palabra. Ese giro nos dice mucho sobre un cambio de época, al transformarse en
la peor de las injurias para un artista, casi como sinónimo de otra acusación
de la que a veces iba acompañada: “burgués”. Mismamente, en los textos
burocráticos de Tatlin, como en un informe de 1924,
al frente de la Sección de Cultura Material de Leningrado, si alguna vez
aparece la palabra, lo hace con una clara connotación negativa (Zhadova, 1988, p. 254)[13].
La efusividad ácrata y libertaria o la afirmación de la subjetividad acabarían
siendo vistas con la peor de las sospechas, como un síntoma de una mentalidad
burguesa. Algunos de los documentos compilados por Larissa Zhadova,
no obstante, muestran “ideológicamente” a Tatlin como
un artista bien encaminado hacia la moral incipiente, incluso en el temprano
momento de la Revolución. Con ocasión de
la exhibición de la maqueta en la Casa de los Sindicatos de Moscú, en 1918, el
propio Tatlin dirá que los principios del trabajo
manual y la cultura material fueron anteriores a la expresión individual del
gusto burgués.
Ahora
bien, de seguir por aquí nos perderíamos irremediablemente en cuestiones
menores... Porque no era la ideología, más o menos digerida por el artista en
los años posteriores a la revolución, aquello que diferenciaba su obra del
paisaje de otras obras de atrezo erigidas por los demás artistas en el mismo
tiempo. Era un paisaje, por lo demás, en el que la torre convivía
perfectamente. La propia torre llegó a estimular mismamente ese paisaje de
símbolos, como lo demuestran las muchas y diminutas torres asemejadas a las de Tatlin que hicieron los alumnos de arquitectura del
profesor Ladovsky en la Vjutemas-Vjutein[14].
La tierna apariencia de aquellos trabajos técnicos recuerda mucho más a los
trabajos escolares. Son figuras de una estabilidad mínima y una posibilidad
constructiva remotísima. Antes de 1928, durante el famoso viaje de Le Corbusier
a la URSS, mediado por Olga Kaneneva desde el VOKS,
ya se vislumbraban las posibilidades constructivas tan remotas que tenían los
proyectos salidos de las nuevas escuelas de arquitectura. Nada de eso debió
incomodar a Le Corbusier. Había llegado un poco hostigado por León Moussinac y la izquierda europea, y se mostraría ávido, sin
embargo, de encabezar la mystique socialista.
Mucho después, Emil Kaufmann equiparará los arquitectos rusos, incluyendo al
brevemente rusificado Le Corbusier, no sin cierta malicia, como los
“arquitectos de la luz” de la Revolución Francesa −no sé
si huelga decirlo, arquitectos que no levantaron casi ningún edificio en aquel
otro siglo suyo−
(Kaufmann, 2016)[15].
Lo que realmente parece diferenciar a la torre de tantas y tantas maquetas de
cartón no es la ideología, decíamos, sino su ubicuidad. Ninguno de los demás
trabajos y símbolos de los artistas de la revolución fue tan fotografiado,
salvo por la excepción, quizás, del Cuadrado
negro de Kazimir Malevich. Pero su ubicuidad no
se explica sólo por su documentación fotográfica.
La
obstinada resistencia por desaparecer que tenía aquella torre-maqueta parece
decirnos algo; de entrada, que sus componentes materiales, que sus sistemas
constructivos, o que su tamaño, hacían del objeto algo propiamente sólido,
mucho menos erosionable que otros trabajos efímeros de su tipo. Pero
probablemente también nos habla, con más propiedad, de la obstinada labor de
construcción y reconstrucción de su artífice. Unos siete metros tenía la
primera versión de Petrogrado; algo menos la segunda, de 1925 para el pabellón
ruso de la Exposition internationale des arts décoratifs et industriels
modernes de París (figura 6). Pero
se presupone que la versión que vemos en el taller de mosaicos no es igual que
la que aparece luego en las paradas y celebraciones del Primero de Mayo (figura
7a), en Leningrado,
aunque tampoco podemos estar seguros de que fuera exactamente la destinada a
París. Por lo que es muy probable que hubiera más de dos torres o que, entre su
desmontaje y montaje, sufriera alteraciones apreciables. Para el caso es lo
mismo.
Figura 6. (izda). Fotografía
anónima. Modelo simplificado expuesto en el pabellón ruso de la Exposition internationale
des arts décoratifs et industriels modernes, en París, en 1925. Adaptado de
TATLIN (p. 282), por L. Zhadova, 1988, Rizzoli.
Figura 7a. (dcha). Fotografía
anónima. Maqueta de 1925, durante las cabalgatas del primero de mayo en
Leningrado, probablemente en 1925 (aunque Zhadova la
anota en 1926). El emplazamiento concreto puede ser la plaza Uritzki. Al fondo hay una carroza de los actores de teatro.
Existen varias fotografías que documentan este instante casi secuencialmente.
La imagen de la torre, además, se corresponde con una grabación cinematográfica
conservada en los Archivos Estatales de Arte y Literatura de Moscú, en la que
se ve perfectamente cómo el extremo superior de la torre está deliberadamente
incompleto. Adaptado de TATLIN (p. 275), por L. Zhadova,
1988, Rizzoli.
En
cuanto a lo que decíamos primero, las fotos nunca han sido documentalmente
suficientes para imaginar los aspectos técnicos de su construcción, el rigor de
su ensamblaje, la rigidez y la estabilidad de su estructura, su solidez. Es
probable que Tatlin diera cierta importancia a su
estabilidad física. “El proletario reintegra sus derechos a los cuerpos
sólidos… nada es la idea en tanto no se encarne o esté por encarnarse”, había
escrito Osip Brik en “El drenaje del arte”, en 1918[16].
Seguramente la resistencia material de aquella figura tenía tanta o más
importancia que su solidez conceptual. Ni siquiera los historiadores se ponen
de acuerdo sobre el color que tenía, llegando a concluir que probablemente tuvo
distintos colores en sus diferentes reconstrucciones. Y no son informaciones
triviales; porque el saber si la pintura imitaba el metal o no, como a veces se
ha sugerido, nos haría comprender mejor el nivel de simulacro de la obra, su
coherencia con las consignas constructivistas. Eran esas cosas las que le
habrían permitido cumplir con la “estricta materialidad” que Osip Brik exigió en los debates de Lef
en 1923. No sabemos bien cómo se ensamblaban sus partes, y aún menos si había
un plano preciso o un método más o menos sistematizado, o si la construcción
requería de paciencia y ensayo, que quizá fuese lo más probable. En cuanto a lo
segundo, a qué se debía esa pertinaz labor de reproducción de su constructor,
es lo que realmente debería intrigarnos y maravillarnos al mismo tiempo; ¿a qué
se debía ese empeño en repetir o rehacer algo que ya en origen se había
concebido como efímero? Responder a esta pregunta no es sencillo.
Lo
cierto es que la melancolía se había ensañado ya con Tatlin
en la década de los veinte: “En su desmedida rabia es incapaz de hacer nada”,
reza en una entrada del diario de Punin en 1924, y
prosigue: “Tatlin repite una y otra vez el modelo de
la Torre… Nada se mueve a ninguna parte, nada se queda quieto” (Punin, 1999, p. 152). Y eso que un tiempo atrás era Tatlin quien intentaba calmar a Punin:
“Tatlin me dice que sólo debo dominar una cosa,
evitar el éxtasis y el dolor trágico” (Punin, 1999,
p. 94). Anna Ajmátova, en 1923, también recibe un
peculiar consejo del artista: “Todavía se puede pasar el rato en sociedad, sólo
si se continúa trabajando” (Punin, 1999, p. 101).
Muchos escritores de la época entrarán en un estado de melancolía similar. La
torre referida por Nicolai Punin esta vez, a buen
seguro se trataba de la maqueta reconstruida para ser exhibida por las calles,
durante las conmemoraciones revolucionarias que tuvieron lugar en Leningrado en
1925. Hay algo profundamente sacrílego en ese afán de producción y
reproducción. Cuanto más persiste la maqueta, cuanto más ubicua se vuelve a
través de sus fotografías, más enigmática resulta. En el taller de mosaicos, la
torre adquiere una presencia sobrenatural, es un objeto que requiere una
atención extática. Cuando la vemos rodeada de gentes, incluidos niños, en la
calle, se acentúa el dilema entre las pretensiones vanguardistas, las consignas
ideológicas y las condiciones materiales. A saber, en la calle el monumento
resulta hiriente y pierde solemnidad. No se diferencia en demasía de una
carroza navideña. Pero tampoco debiera extrañarnos esta suerte y destino final
para la maqueta. Walter Benjamin, en su Diario de
Moscú (1926-27), despachó toda la pintura de vanguardia rusa en un par de
líneas cáusticas y, sin embargo, dedicó entradas enteras al teatro y las
escenografías constructivistas. Reconoció la importancia central del teatro en todo
aquello. La síntesis del constructivismo siempre estuvo ligada, de una u otra
manera, a la que fuera la verdadera tradición artística del Imperio. Tatlin mismamente acabó dedicándose a construir
escenografías para el teatro. Ligada a esa cultura de teatro que marcó a las
vanguardias rusas, la maqueta que desfiló por las calles se entiende mucho
mejor. La torre está rodeada de gente enarbolando banderas (figura
7a). Suben
a la plataforma en la que se asienta. Por detrás se ven dos máscaras trágicas
hincadas en vergas (figura 7b). En
aquellos pasacalles había gente disfrazada. El historiador Ángel González ha
interpretado maliciosamente una de las fotografías recopiladas por Bibikova y Tolstoy, “la Entente
en el zapato”, del gremio de los zapateros de Petrogrado, en las paradas de
1923: “…cuando las fiestas consistían en un ir y venir de maquetas… un único
zapato hecho de fieltro alquitranado, como los planites de Malévich, podía
servir perfectamente para veinticuatro ciudadanos soviéticos de todas las
edades” (González, 2009, s/n)[17].
En efecto, la torre podía venir precedida por un zapato gigante de fieltro o
ella misma podía preceder a un cerdo gigante de papel maché[18].
En
verdad, aquella segunda o tercera maqueta reproduce el mismo misterio del
instante que evocaba la maqueta del taller de mosaicos, más próxima a los
acontecimientos revolucionarios. Pero algo se ha transformado en la cabeza del
artífice entre 1920 y 1925. Nos lo dice un detalle: el anillo superior de la
nueva torre está sin terminar. Es una nota sospechosa del inacabado proyecto
socialista que, en el contexto de aquellos años, ya podía verse perfectamente
como una atrevida nota de ironía. Sea por una vía o por otra, por el
espiritualismo o el humor, por la tragedia o la comedia, la maqueta de Tatlin parece simbolizar la Revolución como un tiempo
detenido, un instante fijado, que no se aviene bien a un plan de transformación
material de la realidad.
Figura 7b. Detalle de una fotografía
anónima. Carroza de los actores de teatro, en 1925, durante las cabalgatas del
primero de mayo en Leningrado, marchando por detrás de la torre de Tatlin. El emplazamiento concreto puede ser la plaza Uritzki. Russian State Archive of Literature and Art. Adaptado de Street Art of the Revolution (p. s/n), por V. Tolstoy y I. Bibikova,
1990, Vendome Press.
La
maqueta, en sí misma, es toda la transformación posible que puede un artista en
aquellas circunstancias. Por lo que requiere de una interpretación a la contra
de su presumible, estúpida y, décadas más tarde, difundida pretensión de proyecto. Lo que aquí nos llevaría a
plantear, pues, que su inclinación ruinosa no apuntaba a ningún futuro, sino
que siempre quiso ser el símbolo de un instante fijo. Que requiere ser
entendida, al contrario, como un imponente y ubicuo símbolo material y técnico de
un instante, el de la revolución, que se resistía a ligarse de manera natural
con los acontecimientos posteriores, tal vez con más renuencia que con los
acontecimientos prerrevolucionarios. Y aún más, al tratarse aquel monumento
–aquí viene la paradoja– de una representación retrospectiva de ese instante
fijo revolucionario, se habría de erigir como
figura de melancolía.
Aquella
maqueta probablemente fue apareciendo y desapareciendo, rehaciéndose cada vez
de una manera diferente a lo largo de un tiempo dilatado muy difícil de
precisar. Si hubo más de una torre, y con suficiente probabilidad más de dos,
debemos sumar la escindida realidad fotográfica partícipe de una misma
reproducción. Pero a tenor de esa ubicuidad, habría que plantearse si no
estaría operando en ese tiempo de producción y reproducción, con alteraciones
evidentes en su forma, una transformación igual en la consciencia de los
artífices, que, desacralizando cada vez más la potencia simbólica del
artefacto, lo acabarían percibiendo y empleando ya con ironía, como un túmulo
de experiencias malogradas.
En
cuanto al diseño de su forma y al significado de esta, hemos de reservar a la torre de Tatlin
un lugar muy particular en la iconografía vanguardista y revolucionaria. En
1920, Nicolái Punin y
Víctor Shklovski entendían, con suma prudencia, que
poco había que decir de su significado o su simbología hermética. Era
toda forma. Pero en realidad ellos no pensaban en la maqueta en cuanto tal, cuya realidad
material, sus verdaderos arbotantes en equilibrio, traicionaban su presumible
exclusividad formal[19].
Tanto Punin como Shklovski pensaban que
su phatos espiral evocaba la
“liberación de cualquier interés terrenal”. El primero escribió en su diario el
14 de noviembre de 1919: “La Revolución es aún más bella por su falta de
lógica” (Punin, 1999, p. 61). Así comienza el poema
de Khlebnikov ya referido y preferido por Tatlin: “un torbellino inteligente, sólo un torbellino”. La
torre, inescrutable y oscura espiral, muestra inteligencia, pero no lógica. En
la maqueta de 1920 a duras penas se compensa la tensión
concéntrica de su movimiento espiral con la resistencia excéntrica de sus
partes. Los arbotantes se separan y se aproximan sin una lógica ortogonal
clara. Las homologías geométricas entre sus diferentes elementos o partes son
aproximadas, no exactas. Alguna vez se llegó a difundir la hipótesis de que
tuviera un mecanismo que permitía girar el tambor interior. Eso es algo
sumamente improbable. Pero no por eso hemos de pensar que la torre permanecía
inmóvil. La luz cambiante que entraba por las ventanas en el taller de
mosaicos, al redibujar sombras y luces en aquella apretada estructura, producía
una singular rotación. Y ese era el verdadero misterio de su tránsito, su
apariencia cambiante. En las fotografías, su transformación es lenta, casi
imperceptible, y muy silenciosa. Siempre hemos imaginado las formas
revolucionarias como un compendio de elementos mecánicos y bulliciosos, por la
herencia del futurismo más panfletario. Pero nunca estará de más recordar lo
que escribió Shklovski al comienzo de un conocido
ensayo sobre aquella torre de Tatlin: “…los golpes
suenan en algún lugar de nuestro pecho. Vivimos en el silencio del trueno”
(Shklovski,1923, p. 108).
Por
otra parte, la interpretación simbólica que se puede hacer de la torre en clave
tecnológica o arquitectónica resulta siempre problemática, y ya en su tiempo
rozaba el ridículo. “O hacemos obras de arte, o hacemos edificios, pero no las
dos cosas”, dijo Naum Gabo en el Club Cezánne,
ya un poco indignado durante el debate del 14 de diciembre de 1920 (Zhadova,1988,
p. 394 n. 3). Se debatía sobre la construcción de la torre, con los dibujos en vistas
de alzado presentes. A nuestro pesar, esta ha sido la interpretación más
constante hasta nuestros días; nunca se ha buscado otra con total seriedad.
Seguimos dando pábulo a la idea de que aquella “maqueta” era una “síntesis de arquitectura y escultura”. Tatlin contribuyó sin duda a la confusión. Así escribirá
en “El arte en la tecnología”, en 1932, sobre las pretensiones de
los arquitectos rusos de su tiempo: “la curvatura y las formas (en los
arquitectos) … son todavía de un carácter muy primitivo…” (Zhadova,1988, p.
310). Se refería a la austeridad formal de los arquitectos de vanguardia. La
arquitectura evidenciaba, al menos en apariencia, el triunfo del suprematismo.
Y no es del todo descabellado pensar que Tatlin había
puesto mucha ironía al situar a la cabeza de su texto un epígrafe de Stalin que
decía: “La tecnología en un período de reconstrucción determina todas las
cosas”. Es probable que en aquel momento sintiera perdida la vieja batalla con
su homólogo vanguardista Kazimir Malévich, su némesis.
Observada frente a otras obras constructivistas y suprematistas,
la torre de Tatlin tiene una forma muy confusa, que
obstinadamente busca el desencuentro con aquella otra modernidad
pseudo-geométrica −“no hay líneas redondeadas, sólo
ángulos”, parece ser que le dijo
Malevich a Maria Ender, para explicar el suprematismo− (Frioux, 1970, p. 22). En cualquiera de sus trabajos como
profesor de las Vjutemas-Vjutein, como un trineo
alabeado o los biberones de cerámica, Tatlin mostraba
una predilección por un tipo de organicidad formal, antagónica. Por lo demás,
el miedo que Tatlin le tenía a Malevich alcanzaría
cotas de comicidad. En un libro de memorias, una discípula de Tatlin, Valentina Khodasevich,
contaba que Tatlin tapaba las ventanas de su vivienda
comunal con tablas −tal
vez en la casa Miatlev de Leningrado, para los
miembros del GINKhUK, o en las casas comunales que se
concedían a los profesores de la Vjutemas-Vjutein−, a
fin de no ver a Malevich, que vivía al otro lado del patio (Khodasevich, 1987). Pero anécdotas cómicas
aparte, la fría victoria de este último era previsible. Malevich lo había
previsto ya al observar la obra de los arquitectos europeos, que por aquel
entonces llegaban a Rusia en forma de brigadas.
Un ejemplo era el grupo comandado por Ernst May para levantar viviendas en Magnitogorsk, una ciudad en el desierto que parecía más
propiamente un conjunto de “arquitectones” y
“planites”, las famosas pseudoarquitecturas de yeso
de Malevich. En definitiva, su abstracción, la de Málevich,
era mucho más radical, iconoclasta y vacía, fácilmente aprovechable en la
industria y, sobre todo, técnicamente reproducible −también
con facilidad−.
Figura 8. Detalle de una página del
manuscrito “Viaje del año 1921”, de Andrei Platonov, con el dibujo de un monumento a la
revolución. Adaptado de La patria de la
electricidad (p. 314), por Platonov, 1999, Galaxia
Gutenberg.
Al
parecer, Khlebnikov le dio a Tatlin
el epíteto Zodchi
(arquitecto). Pero Tatlin no utilizaba el término
“arquitectura” para su maqueta, sino aquel otro de “monumento”. A todas luces
resulta más razonable una interpretación en los términos de un monumento
efímero, sobre el fondo de la escenografía teatral que fueron los años próximos
a la revolución. La maqueta de Tatlin fue un epígono
de un paisaje de símbolos, un paisaje revolucionario que durante unos años
resultó fértil, y que luego se volvió estepario. En la obra del
ingeniero-escritor Platonov no hay una sola mención a
Tatlin, aunque sí a Shklovski
y otros escritores de vanguardia. Si embargo, en cada párrafo de los cuentos y
novelas de Platonov está la sombra de Tatlin. Pensemos, por ejemplo, en su cuento “La patria de
la electricidad”, en aquellos muzhiks que, para bombear agua a los campos, producían
energía eléctrica con el motor de una antigua motocicleta Indian, de marca inglesa. Hay un
dibujo en una de las páginas mecanografiadas de su manuscrito para Viaje, de 1921, rescatado al cabo de
muchos años de los archivos de la KGB, que puede arrojar luz sobre la
naturaleza de la maqueta de Tatlin. Se trata de una
“figura” (figura 8) que el
personaje Dvánov proponía para construir un monumento
a la revolución. En este relato se dice que: “Dvánov
entregó el dibujo al presidente y aclaró: el ocho acostado significa la
eternidad del tiempo, y la flecha levantada de dos puntas, lo ilimitado del
espacio” (Platonov, 1999, p.331). Por mucho que se
haya escrito sobre la simbología cósmica de la torre, es probable que todo su
significado se pudiera reducir a unas indicaciones tan intuitivas y sencillas
como estas[20].
5. Conclusiones.
Post scriptum
En el
tiempo dedicado a esta investigación, que se fue gestando a partir de unas
notas de posgrado compiladas años atrás, sólo he encontrado una posibilidad de
interpretación de la condición arquitectónica o maquinista de la torre. Es probable que se trate de una
interpretación poco benevolente para cuantos historiadores acostumbran a
estudiar todos los experimentos y teorías de la vanguardia artística rusa en
excesiva consonancia con los movimientos culturales que fueron vigentes en el
otro extremo europeo. Llegados a este
punto, sería interesante empezar a observar muchos de los artefactos de las
vanguardias rusas, con ayuda de la antropología, ligados a los “cultos cargos” y el mimetismo
tecnológico entre culturas más y menos desarrolladas. Lo cierto es que esta
conclusión surgió mientras estaba enfrascado en la provechosa lectura del libro
de Daniel R. Headrick, Los instrumentos del Imperio (1989),
que narra el impulso colonial que le dieron los barcos de vapor de paletas al
imperio británico, debido a su innegable capacidad bélica, al ser capaces de
remontar las vías fluviales hasta el interior de China. Headrick
recoge una fuente anónima china que describe con admiración las ruedas de los
barcos movidas por “el fuego del carbón” (Headrick,1989, p. 52). Pero lo más
interesante de esta historia ocurre en junio de 1842, cuando la flota británica
entra en el río Yangtze. Ante los barcos británicos
aparecen, además de los habituales “juncos” de guerra chinos, un tipo de embarcación
con rueda de palas y de tracción mecánica a base de cigüeñales, movido a
pedales por hombres introducidos en su casco, y armado con cañones, lantacas y
mosquetes. Estos artefactos apenas sirvieron para nada ante la potencia de los
barcos extranjeros. Pero los británicos quedaron estupefactos al descubrir
aquellos extraños ingenios, que consideraban una prueba de la gran capacidad
mimética china. Lo cierto es que en esto último se equivocaban, porque en
realidad se trataba de una tecnología china que hacía siglos que se encontraba
en desuso, pero que la presencia de los barcos de vapor había contribuido a
rescatar.
Este
proceso de transferencias tecnológicas, a medio camino entre la mímesis y la
asimilación, pero totalmente condicionada por una particular realidad
industrial y material, nos podría llevar a mirar también a las artes y las
tecnologías incipientes de la revolución rusa bajo una mirada inédita. Lo
cierto es que las condiciones materiales que limitaron a los ingenieros
soviéticos, incluso en los años treinta, nos sitúan en una mentalidad técnica
muy particular, casi de supervivencia –tanto más si pensamos en los ingenieros
y maestros de obra al cargo de construcciones como la del Belomorkanal,
sin apenas medios tecnológicos y marcadas por unos tiempos de finalización
impracticables−, que
no nos alejan tanto de estos presupuestos[21].
Los “cuentos técnicos” de Platonov, poblados de
jóvenes ingenieros ingenuos, llenos de dudas y de bondad, al cargo de máquinas
defectuosas, a menudo reparadas con piezas de fabricación artesanal, fueron
leídos por los censores y los políticos del régimen como ironías llenas de mala
sangre, en los precisos años de paso de la NEP a los Planes Quinquenales. Platonov cayó en desgracia cuando Maxim
Gorki echó tierra de por medio. Pero lo cierto es que Platonov
no era un escritor cualquiera, ni su relación con la técnica había sido
simplemente literaria, como sucedía con el resto de los escritores implicados
en aquellas campañas de propaganda donde se acuñó el término “factografía” (Del Río, 2010). Había trabajado como
ingeniero agrónomo en algunos koljós, en Vorónezh (figura 9), y fue
incluido en la expedición de Turkmenia, organizada por la Academia de las
Ciencias, para el estudio de la industria del país. Sobre aquellas tareas
ingenieriles de Platonov hay muchas anécdotas poco
conocidas fuera de Rusia, pero que resultan más interesantes que sus cuentos,
en lo que se trata de definir el estado real de la industria y las mentalidades
técnicas y artísticas soviéticas en los distintos estratos sociales (Vid. Antonova, 2016).
En la
ciudad de Vorónezh Platonov se consideró un afortunado
por recibir una excavadora Marion, modelo 31, totalmente defectuosa que, a
partir de apaños y modificaciones varias, pudo transformar en una excelente
herramienta de drenaje, en una suerte de excavadora flotante. Platonov experimentó asimismo la resistencia de la
población a la industrialización. Los kulaks
de Rogachevka quemaron una central eléctrica recién
construida por Platonov, al comprobar su eficiencia
económica. En el verano de 1925, Viktor Shklovski viajó en
avioneta a Voronezh en tareas de propaganda. Da la
casualidad de que Platonov se encontraba allí y, por
avatares del destino, fue el encargado de guiarle, y de llevarle en un viejo
coche Lancia, muy remendado por los mecánicos, lo que
no dejaba de ser un privilegio en aquella región. Shklovski
recordaría esa visita en su libro de memorias La tercera fábrica, en donde relata las extrañas preguntas que le
harían algunos campesinos, sobre la naturaleza del vuelo de su avioneta (Shklovski, 1926, pp. 125 y ss.). Pero, lo que quería mostrar aquí para terminar es una foto
donde aparecen el propio Platonov y Shklovksi, junto a Klimentov (el
hermano de Platonov, que más tarde sería un gran
hidrogeólogo), encaramados a un extraño sistema de riego en la estación agrícola
Spartak (figura 10).
La
imagen habla por sí sola y reconfigura el imaginario de los constructores
soviéticos. Tal vez la torre de Tatlin, y nuestra
incapacidad para comprenderla por completo, se deba en buena medida a ese mismo
fenómeno, es decir, a la dificultad que tenemos para entender este tipo de
transferencias tecnológicas y culturales. La referencia de partida de la maqueta –tal vez tomada en el imaginario
tecnológico de la época− es
incierta, como incierta fue también la referencia de partida del icono negro de
Malevich. Los artefactos de la vanguardia rusa nacieron bajo condicionamientos
culturales, técnicos y materiales propios, tan extraños para nosotros como las
mismas entrañas del Imperio chino.
Figura 9. (izda). Fotografía
anónima. Andrei Platonov
(en el centro) junto a los habitantes de Rogachevka,
delante del edificio de una estación eléctrica recién inaugurada que luego
sería quemada por los propios campesinos. Adaptado de Voronezhskiy
period zhizni i tvorchestva A.P. Platonova: biografiya, tekstologiya, poetika (p. s/n) por E. V. Antonova,
2016, IWL RAS.
Figura 10. (dcha). Fotografía
anónima. Sistema de riego de Spartak, koljoz en el que estuvo destinado Platonov. En la fotografía se pueden identificar tres
personas: Andrei Platonov (Andrei Platonovich Klimentov) y su hermano, y el escritor Viktor
Shklovski.
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A. (Ed.) (1988) TATLIN. Rizzoli I. P.
BIO
José María Muñoz Guisado
(Guareña, 1987). Bachillerato por la Escuela de Artes y Superior de Diseño de
Mérida del que se graduó con Matrícula de Honor. Es licenciado en Bellas Artes
por la Universidad de Salamanca. Realiza los estudios de Máster en Historia del
Arte Contemporáneo y Cultura Visual (MNCARS), por la Universidad Autónoma de
Madrid. Es Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Salamanca.
Actualmente ejerce la docencia en centros públicos de enseñanza secundaria en
el cuerpo de profesores de Dibujo, y lo compagina con estudios de FP en
Sistemas Electrotécnicos.
[1] NEP es el acrónimo de la Nueva Política
Económica, impulsada por el régimen comunista soviético, y adoptada por Lenin
en 1921. Sobre el recorrido que aquella exhortación tuvo, tras el primer
congreso de la Unión de Escritores Soviéticos, en los años treinta, vid. Westerman, Frank. (2005) Ingenieros del alma. Siruela.
[2] Así es como se conocía en ruso a la
Internacional Comunista, o III Internacional.
[3] Vivienda utilizada por los nómadas en las
estepas de Asia Central.
[4] Talleres de Enseñanza Superior del Arte y de la
Técnica.
[5] Aunque se trata de una obra clásica de Shklovski de 1923, aún no existe una traducción al español
de El salto del caballo. La edición en ruso citada se puede consultar en
internet: https://imwerden.de/publ-8178.html
[6]“Nad buryami nashikh budney - Nad pustyryami
i pepelishchem razrushennogo
proshlogo”. La traducción es mía, aunque el documento
completo se encuentra traducido al español en: González, Á., Serraller, F. C., y Marchán Fiz, S. (1979) Escritos
de arte de vanguardia. 1900-1945. Akal, p. 300.
[7] “Nachalo noyabrya 1918” (1922). La relación entre Tatlin y Khlebnikov es muy
interesante. Existe un poema distinto a este, que el poeta dedicó a Tatlin, y está recogido por Zhadova
(1988), p. 336.
[8] Hay un segundo testimonio del artista Vladimir Milashevski en el que ha reparado el profesor John Bowlt, que apunta una posible relación de Tatlin con la literatura absurdista. Vid. Cat.
Strigaliev, A. (ed.) Vladimir Tatlin. Retrospektive. Katalog der Ausstellungsbegleitender.
Städtische Kunsthalle, Dusseldorf.
11 sept – 21 Nov 1993.
[9] Lenin escribiría, acusando a todas las ideas anarquizantes
del fracaso de la revolución de 1905, tomando como muñeco de paja al mismísimo
Tolstoi. La traducción de esos artículos, tales como “Tolstoi como el espejo de
Rusia”, están traducidos en Lenin (1969) Obras
Completas, Cartago, t. 15.
[10] Anarquía
fue una publicación promovida por la federación de grupos anarquistas de Moscú
entre 1917 y 1918. El último número del periódico salió el 2 de julio de 1918,
en vísperas de la derrota de los partidos anarquistas por los
bolcheviques. Ya después del cierre del periódico, en 1919, aparecieron
dos números más impresos de manera clandestina. Aleksei
Gan sería uno de los colaboradores más regulares, aunque en sus páginas se
encuentran escritos de Malevich, Rodchenko y tantos
otros. Véase el artículo de M.YU. Yevsev'yeva “Iz istorii khudozhestvennoy
zhizni Petrograda v 1917 — nachale 1918 gg.”, en: (1982) Problemy iskusstvoznaniya
i khudozhestvennoy kritiki.
Voprosy otechestvennogo i zarubezhnogo iskusstva. L. Izdatel'stvo Leningradskogo
[11] Se puede ver la
reproducción fotográfica de Altman en otras muchas publicaciones
especializadas, i. e. Barron, S. y Tuchman, M. ed. (1980) The
Avant-Garde in Russia, 1910-1930: New Perspectives, MIT Press.
[12] Sobre las acusaciones que desencadenaron un
intento de proceso a Platonov, a raíz de la
publicación de su cuento “Las dudas de Makar”, vid. Shentalinski, V. (2006) Esclavos
de la libertad. Los archivos literarios del KGB. Galaxia Gutenberg, pp.
408 y ss.
[13] “Report of the Section
for Material Culture's Work for 1923-1924”, Zhadova
(1988), p. 254.
[14] Algunas fotografías de aquellas maquetas están
recogidas en: Lodder, C. (1983). Russian constructivism. Yale University Press.
[15] Kaufmann, E. (2016) De Ledoux à Le Corbusier. Origine et développement
de l'architecture autonome. Éditions de La Villette.
[16] Vid. González, Á., Serraller,
F. C., y Marchán Fiz, S.
(1979) Escritos de arte de vanguardia.
1900-1945. Akal, p. 158-159. Vid. González, A. (2001) “Rusos”
en: El Resto. Una historia invisible del
arte contemporáneo. MNCARS, pp. 197-203.
[17] González, Á. “La revolución está en el aire”,
en: (2009) Soviet Aviation.
Rodchenko-Stepanova. Lampreave,
p. s/n.
[18] Muchas fotografías de los pasacalles
revolucionarios se pueden ver en la obra ya mencionada de Tolstoy, V., Bibikova, I. y Cooke, C.
(1990) Street Art of the
Revolution: Festivals and Celebrations in Russia, 1918-33. Vendome
Press.
[19] Me refiero a dos textos clásicos de la
bibliografía sobre Tatlin, ambos titulados iguales y
publicados el mismo año, “El monumento a la III Internacional” (1921). El
ensayo de Shklovski, no obstante, se volvería a
imprimir en su libro Khod’ konya: Sbornik statey (El salto del caballo). Gelikon. 1923, p. 108. No obstante, ambos textos están
recopilados y traducidos al inglés en Zhadova (1988),
pp. 342 y 344.
[20] Sobre las múltiples interpretaciones de la
torre vid. Milner, J. (1984) Vladimir Tatlin and the Russian Avant-Garde. Yale University Press, sp. 151-181.
[21] Este es un tema tratado por Loren R. Graham.
(2001). El fantasma del ingeniero
ejecutado. Por qué fracasó la industrialización soviética. Crítica; cf. Kotkin, S. (1997) Magnetic Mountain. Stalinism as a Civilization. University of California Press.